Brexit, eterno Brexit

Una persona en Londres.
Una persona en Londres. / EFE
Efe
17 de diciembre 2020 - 08:53

La ruleta del Brexit deja de girar el 31 de diciembre. El proceso que un error de cálculo político puso en marcha, a lomos de vientos soberanistas, culmina al final de 2020 entre el hastío generalizado y sin que se puedan vislumbrar aún sus consecuencias.

Terminan más de cuatro años de imposturas, amagos, faroles y eslóganes en los que el Brexit, cual Saturno, ha ido devorando a sus hijos: el primero de todos David Cameron, aquel primer ministro que apostó su carrera política a la bolita del referéndum.

Ganó el Brexit, Cameron se marchó, pero los efectos de su decisión de someter a plebiscito la salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE) no han hecho más que comenzar.

Muchos sitúan aquella noche del 23 de junio de 2016 como el primer jalón de la ola nacional populista que más tarde trajo a Donald Trump en EE.UU. o a Jair Bolsonaro en Brasil.

Pero la desafección hacia Europa siempre estuvo allí. No hará falta rescatar el legendario titular apócrifo de la prensa inglesa -"Niebla en el canal, el continente aislado"- para subrayar el escepticismo con que se mira desde Gran Bretaña el proyecto comunitario.

Dicen las estadísticas oficiales que completar un divorcio en Inglaterra tarda de media 49 semanas. La UE y el Reino Unido van a emplear al menos 235 semanas en cerrarlo.

Es una nimiedad si se compara con los 8.000 años desde que un tsunami inundó el Canal y la isla quedó separada del continente, pero el desarrollo de esta separación ha sido tan desgarrador y fatigoso que ha dejado a los británicos exangües.

Quizá porque como opina el irlandés Fintan O'Toole - autor de "Un fracaso heroico", uno de los libros canónicos sobre el Brexit-, "esto nunca fue sobre las relaciones de la UE con el Reino Unido, sino sobre la crisis del propio Estado británico".

La reciente salida del Gobierno de la guardia pretoriana del primer ministro, Boris Johnson, encabezada por su superasesor y cerebro de la campaña pro-Brexit Dominic Cummings, es la última en la larga lista de víctimas que se ha cobrado el proceso.

"Si se mira con distancia, el Brexit ya ha derribado tres regímenes desde 2016: el de Cameron, el de (la ex primera ministra) Theresa May y ahora el de la campaña brexitera, esa especie de gobierno híbrido de Cummings y Johnson. Y sería de necios decir que este proceso ya ha acabado", dice O'Toole a Efe.

Un proyecto zombi

Ese hartazgo que sienten los ciudadanos ante algo que nunca acaba de llegar permitió a Johnson ganar con una aplastante mayoría las elecciones hace un año, aupado por un eslogan muy efectivo: "Acabemos el Brexit".

Ese lema en realidad quiere decir 'hagamos como si esto nunca sucedió'. Boris Johnson está aburrido del Brexit, no le preocupa, nunca le ha importado. Es extrañísimo: tienes un cambio revolucionario, con todas las consecuencias que conlleva, pero el eslogan es básicamente 'eso es agua pasada'", subraya O'Toole.

Y nadie repara -agrega con ironía- en que en realidad nos encontramos ante un "proyecto zombi".

"Como de alguna forma el Brexit nunca estuvo vivo, tampoco puedes matarlo. Nunca hubo un plan detrás, un propósito, una idea de qué se estaba haciendo. Así que ahora podría eternizarse, incluso aunque se cante victoria. La gente se va a despertar el 1 de enero y va a ver que hay 7.000 camiones en Dover y todo el caos que espera", dice.

El Acuerdo de Salida se rubricó el pasado 24 de enero y se hizo efectivo el 1 de febrero. Desde ese día, el Reino Unido ya no es oficialmente miembro de la UE.

Pero aquel pacto fue una especie de huida adelante. Confirmaba la salida, y al mismo tiempo dejaba lo realmente espinoso para el próximo 31 de diciembre. La "Brexternidad", como a alguna mente ingeniosa le ha dado por llamarlo, no parece acabar nunca.

"Viajo mucho por Inglaterra y mucha gente me dice: 'Bueno, al final el Brexit no ha sido para tanto'... ¡Pero si todavía no ha sucedido!", exclama O'Toole.

Ideología sobre pragmatismo

Si hay un tópico asociado a los británicos, ese es el pragmatismo. Por eso, los economistas se rascan la cabeza ante una operación a la que, se mire por donde se mire, es difícil encontrarle réditos económicos.

Para el historiador Jim Tomlinson, referencia en el estudio de la economía británica del siglo XX, "incluso entre los brexiteros más optimistas es evidente que no hay ningún beneficio económico inmediato de salir de la UE".

Por esa razón, el Gobierno y los más ardientes defensores del Brexit invocan siempre la soberanía como argumento último frente a cualquier intento de disuasión.

"Los partidarios más honestos del 'Leave' ('Salir de la UE') reconocen que no se trata de generar beneficios sino de recuperar el control, y aceptan que a corto plazo, y posiblemente también a largo, puede ser perjudicial", considera este profesor de la Universidad de Glasgow.

El Gobierno británico se queja con frecuencia de que al otro lado del canal de la Mancha no se ha llegado a entender de verdad cuál es el impulso detrás de la separación.

"Habrá cosas de las que te puedan convencer, pero de que el Brexit es un grave error económico no hay duda posible", tercia el investigador del Real Instituto Elcano Enrique Feás, quien sigue de cerca todo el proceso.

Para este economista y analista, en el futuro le corresponderá a la UE demostrar que el Reino Unido se equivocaba al abandonar el club, pero a corto plazo se trata de un error "basado en muchas mentiras, porque en un mundo de populismo la realidad no funciona muy bien".

Una historia de excepcionalismo

En "Un fracaso heroico", O'Toole bucea en la psique colectiva de los británicos para tratar de hallar una explicación a esta "herida autoinfligida" de un país que se entrega a los "peligrosos placeres del masoquismo".

"La autocompasión combina dos cosas que parecen incompatibles: un profundo sentido de agravio y un elevado sentimiento de superioridad", escribe el autor, que explica de esa manera el estado de ánimo de quienes, tras vencer en la II Guerra Mundial, vieron cómo los países derrotados prosperaban más rápido que ellos.

Este excepcionalismo británico tiene raíces tan antiguas como ilustres.

Ya Shakespeare hablaba del "maravilloso foso" que separa la isla del continente y el primer ministro Benjamin Disraeli se refería en el siglo XIX a Inglaterra como una "potencia asiática", según recuerda otro buen conocedor del país, el escritor y director del Instituto Cervantes de Londres, Ignacio Peyró.

Con la contienda que Margaret Thatcher libró con el entonces presidente de la Comisión Europea Jacques Delors, a finales de los ochenta, "se empieza a gestar lo que después culminará en el voto de salida, que no solo arraiga en coyunturas políticas o en un desdén a la hora de hablar bien de la UE, sino que tiene unas causas profundas", dice.

A juicio de Peyró, el Brexit "ni siquiera ha comenzado, en puridad. Hay algunos debates de los que no tenemos derecho a cansarnos, y este es uno de ellos. Es ahora mismo cuando vamos a empezar a vivir con el Brexit.".

"Todavía hay una serie de incertidumbres muy grandes. Lo que no cabe duda es que no debemos pensar que fue solamente el capricho de un político determinado: hay un estado de opinión muy sólido a favor y capaz, a sabiendas de la dureza que puede conllevar, de votar por el Brexit", añade.

Mirarse al espejo

Los mayores apoyos a la salida de la UE llegaron desde ciudades de tamaño mediano y pequeño golpeadas por la desindustrialización, especialmente en el norte de Inglaterra, antiguo bastión laborista y desde las últimas elecciones en manos de los "tories".

Un estudio de 2017 de la London School of Economics desmontó el mito de que el voto pro Brexit procedía sobre todo de las capas más desfavorecidas de la sociedad. Fue la clase media empobrecida el verdadero motor de la decisión, de acuerdo con esa investigación.

Sin menospreciar el componente económico de cualquier voto de protesta, la explicación para el Brexit debe inevitablemente detenerse en cuestiones psicológicas y sociológicas.

Feás cree que hay que tener en cuenta "problemas y sentimientos que venían de muy atrás", con especial atención a las cuestiones identitarias: qué es ser británico en un mundo en el que ya nada es lo que era.

Dice el historiador Tymothy Snyder en "Sobre la tiranía" (Galaxia Gutenberg) que quienes votaron por el Brexit imaginaron un Estado-nación británico, pese a que nunca ha existido tal cosa. Del Imperio Británico se pasó casi sin interrupción a un país miembro de la UE.

Con el Reino Unido fuera del club comunitario, el país se enfrenta a su destino ya sin subterfugios. No en vano, "Recuperemos el control" fue la consigna que permitió el triunfo del Brexit en el referéndum de 2016.

La pregunta entonces pasa a ser si esa ensoñación de autonomía plena, libre del lastre de Bruselas, es posible en un mundo hiperconectado. "¡Siempre he dicho que lo que no tienes que hacer con tu chivo expiatorio es precisamente matarlo!", sostiene, jocoso, O'Toole.

Solos ante el peligro y en medio de la gran pandemia.

"El gran problema posBrexit es a quién culpas ahora. Ya no hay nadie salvo tú mismo. Y la pandemia ha expuesto esto dramáticamente; el nivel de incompetencia del Gobierno británico ha sido impactante y trágico", remacha el irlandés.

El 31 de diciembre abre una nueva página en la historia de uno de los países más antiguos del mundo, pero no lo librará de preguntarse, una vez más, qué quiere ser de mayor.

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