Los maizales de Panamá se deshidratan

La sequía amenaza el agro.
La sequía está afectando las cosechas de los productores.
Efe
28 de enero 2016 - 07:58

El año pasado por estas fechas el Río Mensabé, a la altura de Peñablanca, era una gran piscina llena de familias panameñas a remojo. Este año la estampa es bien distinta: el agua brilla por su ausencia y el cauce, de casi 20 metros de ancho, recuerda a un camino de piedras hacia ninguna parte.

El Mensabé es, junto con el Guararé y el Perales, que también están completamente secos, uno de los ríos más importantes de Los Santos, una provincia de tradición agrícola ubicada a 300 kilómetros al oeste de la capital panameña y de la que sale el 80 % de la producción nacional de maíz.

"De las 45 fuentes de agua que tenemos aquí (ríos, riachuelos, pozos), 30 están secas o con caudal sumamente bajo. Es la peor sequía que ha existido en nuestro país", lamenta en una entrevista con EFE el director provincial del Ministerio de Desarrollo Agropecuario (MIDA), Rodrigo Vera.

Los Santos es la provincia panameña que más está sufriendo los envites del cambio climático y de El Niño, ese fenómeno meteorológico de nombre cándido que está calentando las aguas del Pacífico tropical y arramplando con todo lo que encuentra a su paso.

En esta zona, que se conoce como el Arco Seco, no caen más de 1.000 milímetros de agua al año, un nivel de precipitaciones paupérrimo si se compara con el resto de Panamá. Y, en un país donde prácticamente no existen sistemas de riego artificial ni embalses que retengan la lluvia, el axioma resulta bien sencillo: si no hay agua, los ríos y los campos se secan y no hay cosecha ni ganado.

En años anteriores, los agricultores santeños recogían entre 1,5 y 2 millones de quintales de maíz. Este año no van a alcanzar ni los 600 mil quintales porque, según cuenta Vera, se ha sembrado mucho menos de lo habitual, solo 13 mil hectáreas, y porque en 5 mil de esas hectáreas no ha crecido ni una mísera mazorca de maíz. Los maizales que sí tienen cosecha están dando unos rendimientos bajísimos de 35 quintales por hectárea, una cantidad que se sitúa a años luz de los 110 que se necesitan para cubrir costes de producción.

La provincia se está achicharrando a pasos agigantados y los campos y ríos agrietados empiezan a recordar a territorios lejanos como algunos africanos, históricamente devastados por la sequía.

"Yo no he recogido ni un grano de maíz. Estoy desesperado", clama Tito Espino, un pequeño agricultor que despotrica contra los seguros agrícolas y que tras la nula cosecha lucha para que sus reses sobrevivan.

"Los ganaderos también están desapareciendo. El año pasado había entre 70 y 80 ganaderos y todos se han ido. Todavía quedamos algunos necios que no queremos vender nuestras vacas", dice Espino.

En el último año las subastas de ganado se han duplicado en esta provincia del interior panameño. Los ganaderos prefieren vender sus animales antes de que mueran de inanición y abarrotan las subastas.

El problema, añade el productor Elías Delemos a lomos de su caballo, es que el valor del ganado ha disminuido casi un tercio porque la mayoría de los animales están tísicos.

Él, por ejemplo, solo puede alimentar ahora mismo a 30 vacas: los pastos no dan para más.

"Siempre se dice que hay años buenos y años malos, pero nunca habíamos sido golpeados de esta manera", reconoce Marco Cedeño, otro productor de maíz que ha tenido un poco más de suerte que sus compañeros pero que, como ellos, mira con añoranza al cielo.

Panamá sufrió fuertes sequías en los años 1982 y 1998, pero ninguna como esta, que empezó a ser visible el pasado mes de junio y que se ha agudizado en los últimos meses.

La Autoridad de Canal de Panamá, preocupada por la cuenca hidrográfica que surte a la ruta interoceánica, habla ya de la peor sequía en 100 años.

El Gobierno decretó el estado de emergencia el pasado mes de agosto y aprobó un paquete de medidas para intentar combatir los efectos de El Niño y ayudar al sector agropecuario, pero no resultan del todo suficientes. "Ojalá pudiésemos tapar el sol", suspira el propio director regional del MIDA.

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