El Golfo de Chiriquí, el secreto mejor guardado del turismo panameño

Fotografía de principios del mes de marzo de 2018, de la costa en el Golfo de Chiriquí (Panamá).
Fotografía de principios del mes de marzo de 2018, de la costa en el Golfo de Chiriquí (Panamá). / EFE
Efe
17 de marzo 2018 - 15:43

El Golfo de Chiriquí, con sus decenas de islas de origen volcánico y playas recónditas de arena blanca, frondosos manglares y una barrera de arrecifes considerada una de las mejor conservadas de Centroamérica, es uno de los secretos mejor guardados de Panamá.

Ubicado en el extremo noroccidental del Pacífico panameño, próximo ya a la frontera con Costa Rica, el Golfo acoge el Parque Nacional Marino, creado en 1994 para proteger un área de más de 150 kilómetros cuadrados, e incluye las islas Paridas, de fácil acceso desde Boca Chica, un pequeño puerto situado a poco más de una hora de la ciudad de David.

Son dos docenas de islas boscosas y numerosos islotes y farallones donde anidan miles de tortugas marinas de diversas especies desde comienzos de julio. Pero donde también pueden avistarse decenas de ballenas jorobadas y piloto en su temporada de cría (entre agosto y diciembre), lejos de la presión del flujo de navíos en tránsito hacia el Canal de Panamá.

Además están las islas Secas, una docena de pequeñas extensiones de propiedad privada, pero a cuyas playas, de titularidad pública se puede acceder por mar, en cualquiera de las embarcaciones que ofrecen recorridos turísticos desde el propio Boca Chica o desde cualquiera de los establecimientos hoteleros costeros.

El capitán Chichi, un veterano en la pesca deportiva, maestro de una generación de navegantes en el Golfo, explicó a Acan-Efe que el Golfo de Chiriquí es uno de los mejores lugares del mundo para la captura del Marlín, con ejemplares que rondan los 200 kilos.

Esos peces vela son las estrellas de una fauna marina que en el golfo chiricano incluye especies como los gigantescos pargos de 50 libras de peso (ejemplares que cuentan con 50 años de edad, pues añade una libra de peso cada año de vida).

Pero también delfines, mantarrayas, tiburones martillo y arrecife de punta blanca y todas las especies que se refugian en el coral, entre ellas los vistosos peces loro y el pez trompeta, fácilmente visibles en unas aguas que pasan del azul turquesa al celeste en una gama de matices continua.

Las aguas claras y generalmente calmas convierten las islas en un lugar excelente para la práctica del esnórquel. Es además un lugar privilegiado lugar para el avistamiento de aves.

En un solo día pueden contabilizarse 50 especies distintas en los alrededores de Cala Mía, un hotel ecológico situado en la isla Boca Brava donde marcan el amanecer los gritos de los monos aulladores.

En su entorno anidan águilas, halcones, varias especies de colibríes, ostreros y se encuentran con facilidad correlimos, oropéndolas, mosqueros y tángaras. Las islas alternan bosques, playas solitarias, y manglares, protegidos ahora después de décadas de devastación, que crean pasillos marinos por los que se desenvuelven mapaches, ardillas y monos aulladores, y de cara blanca, entre otras especies de mamíferos.

Considerados el origen de la vida, en ellos conviven entrelazados 4 de las 11 especies de mangle que pueden encontrarse en el país, denominados en la jerga local caballero, gateador, mariquita y salado.

El silencio de unas islas prácticamente deshabitadas que disfrutan de un clima tropical, se suma a la falta de luminosidad para permitir la mejor nocturna observación de un cielo en el que adquiere toda su dimensión la denominación de Vía Láctea.

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