Cervantes y Shakespeare, universales hombres del Renacimiento

Un ejemplar de El Quijote.
Un ejemplar de El Quijote. / EFE
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24 de abril 2016 - 15:05

Shakespeare murió hace 400 años, en su Stratford-upon-Avon natal, a los 52 años, dejando como último trabajo "Cardenio", la comedia en la que muchos ven la inspiración de Miguel de Cervantes.

El español moría en su casa de Madrid, un día antes que el británico, a los 68 años, dejando "Los trabajos de Persiles" y "Sigismunda", que se publicaron póstumamente, en 1617.

Ambos se despidieron del mundo, pero de tan diferente manera que reflejan lo distintos que fueron.

Mientras Shakespeare dejó como epitafio una nota intimidatoria: "Bendito sea el hombre que respete estas piedras, y maldito el que remueva mis huesos", Cervantes se fue agradeciendo a su mecenas, el Conde de Lemos, al que dedicaba precisamente sus obras póstumas, todo lo que hizo por él.

"Puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte, gran señor, ésta te escribo. Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir", escribía.

Y si como hombre no tuvieron mucho en común -el inglés tuvo éxito, el español ninguno-, súbditos de reinos enfrentados, existe una similitud inevitable: ambos fueron creadores de obras universales.

Para el cervantista Luis Astrana Marín, Shakespeare y Cervantes presentan en sus obras un estudio sobre la naturaleza y la condición humana, la sociedad y los valores morales.

Ambos, dice, se muestran muy críticos contra los abusos del poder y la nobleza, ocupándose de temas controvertidos, cuyo tratamiento legitiman desde el marco de la ficción y configuran los dos personajes más icónicos de las letras universales.

Pero para otro cervantista, Jesús David Jerez, "mientras que el lenguaje de Shakespeare es más poético y de mayor complejidad, el de Cervantes se caracteriza por su sencillez y naturalidad".

"Frente al pesimismo del inglés, en el español encontramos más optimismo, sin alejarse de un estoicismo propio del mundo mediterráneo", sostiene.

Jerez encuentra otros puntos de conexión entre sus personajes: "Shakespeare les dota de una naturalidad casi coloquial. Los diálogos entre don Quijote y Sancho presentan algo similar, con la brillante alternancia del discurso caballeresco, el culto y el coloquial".

Dos formas distintas de ver la existencia, al fin y al cabo, de genios de las letras entregados a ello en países enfrentados entonces, en dos idiomas distintos, pero bajo un mismo lenguaje universal: la literatura.

Mientras Shakespeare fue gran dramaturgo y poeta, Cervantes, considerado padre de la novela moderna, fue en vida un autor menor de comedias, que no conseguía ni vender ni representar, y de novelas cortas, entreverado todo ello de poemas.

El escaso paralelismo entre ambos escritores existe más en su obra que en sus vidas.

Para algunos cervantistas, la influencia del español en el inglés se observa en el drama "Cardenio", el único vínculo documentado entre ambos.

La obra, hoy perdida, se presentó en 1613 y recoge una de las historias intercaladas en la primera parte del Quijote.

El profesor Brean Hammond, de la Universidad de Nottingham, indica que una de las últimas obras de teatro de Shakespeare, "Cimbelino", podría inspirarse en "La historia del curioso impertinente", incluida en la primera parte del Quijote.

No fue hasta el siglo XIX cuando surgieron las primeras comparaciones entre los dos autores. El experto Antonio Alcalá Galiano resaltaba la capacidad gráfica e icónica de los personajes. "Cuando se lee a Cervantes y a Shakespeare es posible imaginar o visualizar a los personajes", decía.

En el siglo XX español, ningún gran escritor fue ajeno a la influencia o la devoción que dedicaron a Cervantes.

Desde Miguel de Unamuno, y toda la generación del 98, que habló del carácter quijotesco de España, hasta el primer cervantista moderno, Américo Castro, o su gran devoto de su obra, Francisco Rodríguez Marín.

Ortega y Gasset, Menéndez Pidal, Menéndez Pelayo, Albornoz, Salinas, Guillén, Marañón o Madariaga completan una nómina que no se acaba.

Más recientemente, el historiador Manuel Fernández Álvarez o los académicos como Martín de Riquer o Francisco Rico o el novelista Andrés Trapiello, destacan que aún siendo clásicos los dos autores tienen la particularidad de que nos hablan a lo largo de los tiempos, por lo que cada época hace su propia lectura.

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