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Mendoza se embarca en la escritura de sus memorias enfundadas en novelas

El escritor barcelonés Eduardo Mendoza , posa durante la presentación de su nueva novela, "El rey recibe", la primera entrega de una trilogía que recorre algunos acontecimientos políticos y culturales a partir de la experiencia personal del protagonista, el joven plumilla Rufo Batalla, desde los años 60 y mediados de los 70 a la actualidad.
El escritor barcelonés Eduardo Mendoza , posa durante la presentación de su nueva novela, "El rey recibe", la primera entrega de una trilogía que recorre algunos acontecimientos políticos y culturales a partir de la experiencia personal del protagonista, el joven plumilla Rufo Batalla, desde los años 60 y mediados de los 70 a la actualidad. / EFE
Efe
04 de septiembre 2018 - 15:04

El escritor español Eduardo Mendoza se ha embarcado en la escritura de sus memorias, enfundadas en una trilogía de novelas, que ha comenzado con "El rey recibe", protagonizado por el periodista Rufo Batalla que, "sin ser el alter ego" del autor, vivió los mismos acontecimientos históricos.

En la presentación de "El rey recibe" (Seix Barral), Mendoza plantea "no cómo fueron las cosas, que eso ya lo cuentan los historiadores, sino cómo las vivió el protagonista", que en su personalidad y en su carácter recuerda al personaje de "La verdad sobre el caso Savolta".

El punto de partida es el encargo que recibe el joven plumilla de cubrir la boda de un príncipe en el exilio con una bella señorita de la alta sociedad y que, por coincidencias y malentendidos, traba amistad con el príncipe, quien le encomienda escribir la crónica de su peculiar historia, algo que llevará a Rufo a Nueva York. En la novela se refleja el proceso de cambio de dos ciudades, Nueva York y Barcelona.

Aunque la novela tiene elementos autobiográficos, son, advierte Mendoza, "cronológicos, históricos, pero no lo son en el protagonista ni en las cosas que le pasan a él ni en las personas con las que trata".

Remarca el autor que aunque "no se trata de unas memorias disfrazadas" de novela, "parten de la misma idea que podría haber dado lugar a unas memorias". Sin embargo, "por razones de edad y de trayectoria literaria", Mendoza pensó que "quizá tenía que escribir algo distinto de lo que venía haciendo, y que había llegado el momento de cambiar de registro".

Un motor llevó a Mendoza a escribir estas memorias en diferido: "dejar constancia de lo que hemos vivido, porque si no lo contamos nosotros, nadie lo contará. Los historiadores cuentan lo que pasó, pero cómo lo vivieron las personas, solo lo harán los testigos presenciales".

Descartó escribir esas vivencias en formato de memorias, sobre todo porque eso le "aburre muchísimo" y fue así como surgió "la idea de escribir una novela con un personaje que hubiera vivido momentos importantes" de su vida personal.

Arranca "El rey recibe" con un protagonista en un momento avanzado de su vida, en los años 60, y aunque la intención inicial era que este primer volumen llegara hasta la muerte de Franco en 1975, finalmente llega hasta el asesinato de Carrero Blanco, en 1973.

Mendoza, que ya está escribiendo la segunda entrega de la trilogía, que continuará con la peripecia vital de Rufo Batalla donde acaba la primera, no descarta ampliarla a un cuarto libro y anuncia que aparecerán a un ritmo superior a su habitual cadencia de publicación.

El autor de "La ciudad de los prodigios" aún no ha decidido todavía hasta dónde llegará con el proyecto: "La idea inicial es que llegue al año 2000, porque es un número redondo, pero a lo mejor descubro que 1997 o 2004 es una buena fecha, o sigo hasta hoy, aunque me extrañaría, porque debes pararte antes de que el pasado se convierta en anteayer".

El embrión de esta trilogía no es ni un dietario, ni un diario, sino puramente "la memoria" y la historia, aunque, reconoce, ha "falseado un poco las fechas" y acompasado los ritmos de la realidad a los de la ficción, que es "uno de los privilegios de la novela".

Mendoza confiere a Rufo Batalla "una actitud de curiosidad, de interés, así como una postura moral de los años sesenta y setenta, cuando se tendía a creer que Marx y Freud daban la solución intelectual a todos los problemas, pero también tiene dudas".

Como el propio Mendoza hizo, confiesa, el personaje viaja en tren a Praga para reunirse con intelectuales, y ve que no era lo que se había imaginado, pero consciente de que era un "turista intelectual" añade: "Yo me quedé con aquella duda, la misma que persigue al personaje", que, en definitiva, es "un pasivo activo, que procede de una sociedad pasiva".

La ingenuidad del joven protagonista hace que vea como una exageración de los medios el escándalo del Watergate y la posterior dimisión del presidente Richard Nixon, la misma mirada que tuvo el Mendoza que llegó en su juventud a Nueva York.

Otra ironía de la historia es, reconoce el autor, que dos ciudades entonces muy feas como Barcelona y Nueva York se hayan convertido en iconos del turismo.

"Lo que nos parece feo, se vuelve bonito, los montones de basura, las paredes pintadas se convierten atractivas. Barcelona se ha convertido en un referente mundial, en un paquete extraordinario, que no tiene ninguna ciudad del mundo", una combinación de "atractivos culturales como Gaudí, de buena comida y de Messi".

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