Los sacrificios de Stanislas Wawrinka
Texto de Rosalía Sánchez, El Mundo.
El tenista suizo Stanislas Wawrinka (30) ya sabe lo que es levantar la copa de Roland Garros y coronarse rey del Open de Australia, pero también sabe el duro precio que ha pagado y la vida familiar que se ha dejado por el camino. En lugar del novelesco pacto de venta del alma al diablo, lo que ha vendido el ambicioso Wawrinka en pos del triunfo ha sido la vida con su mujer y su hija.
La fama cuesta. A Wawrinca le costó en primer lugar los estudios, que abandonó a los 15 años para poder dedicarse a tiempo completo al tenis. A pesar de su talento y su innegable esfuerzo, siempre ha estado a la sombra de su compatriota, Roger Federer. Ya en 2010 pensó que conciliar la vida profesional y familiar estaba resultando un obstáculo para su carrera y se separó de su mujer, la ex modelo y presentadora de televisión Ilham Vuilloud, con la que perdía a su hija Alexia, de solo siete meses. Mientras recogía sus cosas para marcharse a un hotel y a modo de única explicación, le dijo a Ilham que solo le quedaban cinco buenos años como tenista y tenía que renunciar a todo para conseguir llegar a lo más alto. Un bebé llorando por la noche no entraba en sus planes y le impedía el máximo rendimiento, así que se largó. Tras unos meses, sin embargo, recapacitó y volvió a casa.
La crisis de la edad le hizo reincidir. Sus amigos reconocen que necesitaba psicológicamente superar a Federer. Se sentía estancado en el número 10 del Top Ten de la ATP y calculaba que estaba al final de una etapa física, así que definitivamente abandonó a su familia para entregarse en cuerpo y alma a la raqueta. Y esta vez rompió con todo. Se cambió el nombre deportivo de Wawrinka por Stan, abreviatura de su nombre de pila, contrató a un nuevo entrenador y se tatuó en el brazo un verso de Samuel Beckett: "Lo intentaste. Fracasaste. No importa. Sigue intentándolo. Fracasa otra vez. Fracasa mejor".
Así consiguió negarse a sí mismo, romper con su propio yo y crearse un yo de ganador, que era todo lo que deseaba. Quienes le conocen personalmente aseguran que todo esto no es más que los síntomas de su inmadurez. Necesita alimentar constantemente su ego, proyectándolo en las redes sociales. Quizá haya detrás también problemas emocionales, como lo muestra el hecho de que no es capaz de responder a la ternura de su hija de cuatro años, que prefiere que su papá pierda porque cuando gana tarda mucho más en volver a verle. Durante buena parte de su carrera ha estado sometido a duras críticas por su exceso de peso. La prensa suiza ha hablado de él como "Gordo" o "Parrillada" y ha hecho mella en su autoestima. En el fondo es solamente un niño grande, que en su tiempo libre busca aventuras como el lanzamiento en parapente y que no tiene amigos fuera del tenis. A veces queda para comer con Federer y para jugar Play station con el tenista francés Benoit Paire.
Sus rivales coinciden en calificarlo como "un buen chico" y muchos atribuyen su ruptura familiar a la influencia de su nuevo entrenador, el sueco Magnus Norman.
Desde que comenzaron a trabajar juntos, en primavera de 2013, le fijó como primer objetivo desarrollar un instinto 'killer'. Su padre alemán y su madre suiza llevaban una granja para personas discapacitadas en una población cercana a Lausana y educaron a Stan en el respeto hacia los más débiles. Norman se propuso sembrar en él el instinto para lanzarse a la yugular de cualquiera que mostrase un atisbo de debilidad. Y parece estar dando resultados. Ocupa la cuarta posición del ránking de la ATP, encara Wimbledon como nunca y se ha convertido en una referencia a vigilar.