Militares disputan jóvenes a las pandillas en un basurero de Honduras
El coronel Elvin Corea llega encabezando una caravana de camiones y buses del ejército al basurero municipal de Tegucigalpa, donde cerca de un millar de adultos, jóvenes y niños disputan los desperdicios de la ciudad a perros y aves de rapiña.
Baja de su camioneta todo terreno y se acerca a un adolescente a quien propone sumarse a "Guardianes de la Patria", un polémico programa dirigido desde los cuarteles para rescatar mediante charlas a jóvenes en riesgo social, en un intento de alejarlos de las drogas y las pandillas en el país considerado el más violento del mundo.
El muchacho, quien se identifica como Cristian, de 14 años, come un pedazo de pan indiferente a la fetidez del entorno, cuando tímidamente y con movimientos de cabeza, rechaza la proposición del militar.
Cristian viste una camiseta sucia y avejentada del club español Barcelona, un pantalón raído y los jirones de unos zapatos tenis. En sus cortas palabras cuenta a la AFP que solo llegó al segundo grado de escuela.
Como él, varios jóvenes rechazan la invitación o se escabullen para eludir a los soldados, pero al coronel esta reacción no lo toma por sorpresa.
"La matrícula (al programa) se está dificultando, los jóvenes no quieren matricularse porque los mareros (pandilleros) los amenazan", asegura Corea, jefe de Guardianes de la Patria en Tegucigalpa.
En esta zona del llamado Crematorio Municipal, donde las maras ejercen un fuerte control, primero tuvo que entrar la policía para proteger a familias que inscriben a sus niños en el programa, explicó el militar.
"Los mareros se sienten amenazados porque el programa les quita posibilidades de reclutamiento", indicó.
En una bodega de armas
A diferencia de Cristian, otro joven de mediana estatura, que se hace llamar "el Pocho", aceptó la invitación del coronel y subió a uno de los tres camiones del ejército que llevaban a unos 90 jóvenes y niños, de entre 10 y 20 años, recogidos en el basurero.
Pocho, también de 14 años, es extremadamente delgado, risueño, alegre y muy comunicativo, y dice que le gustaría aprender el oficio de soldador.
Todo el grupo es llevado al batallón que sirve de bodega de armas para las Fuerzas Armadas, a 15 km del basurero, donde otros 60 menores fueron llevados desde barrios marginales también controlados por pandillas.
En el patio, sentados en el suelo bajo la sombra de unos pinos, escucharon el testimonio de un joven sobre cómo "el encuentro con Dios" cambió su vida luego de sufrir tres atentados a tiros por andar con drogadictos.
De seguido, un buen desayuno antes de otras charlas sobre orientaciones vocacionales y enfermedades de transmisión sexual.
"La meta es atender 25.000 jóvenes al año", en grupos que van los sábados durante tres meses a diferentes unidades militares, explicó Corea a la AFP.
Con la llegada al poder de Juan Orlando Hernández hace un año, el programa se extendió por las barracas de más de 40 unidades militares del país, aunque con la misma velocidad se propagaron las críticas en sectores que consideran que no es la mejor forma de impedir que los jóvenes entren a las pandillas.
"Eso hace un Estado cuando ha faltado a sus responsabilidades de atender a la niñez, en lugar de diseñar una estrategia de atención ha hecho un proyecto elaborado dentro de la estrategia militar", lamentó la coordinadora del no gubernamental Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos enHonduras, Bertha Oliva.
Sin embargo, María Paula Moreno, de 48 años, madre soltera de dos hijos, presidenta de los llamados 'pepenadores' del basurero, considera que el programa es parte "del gran esfuerzo que está haciendo el gobierno para prevenir los riesgos de la juventud".
Después de todo, para la gente del Crematorio Municipal las esperanzas de una mejor vida no son muchas, en un país con 70% de sus 8,6 millones de habitantes en la pobreza y niveles de violencia de 66 homicidios por cada 100.000 habitantes según el Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional.
"Tengo 49 años y desde los 14 he pasado aquí. De algo tenemos que vivir, no voy a dejar morir de hambre a mis cuatro hijos", cuenta Santos Sánchez, quien recoge latas y botellas de refresco para llevar a un centro de reciclaje.