Futbolistas en Brasil se convierten en fruteros y barberos a causa del COVID-19
El delantero Jonatas Rey, jugador del Paragominas del estado de Pará, usa una bicicleta prestada para entregar hamburguesas. El volante Ítalo Henrique, jugador del Santa Cruz del estado de Pernambuco, hace entregas para una tienda de alimentos de su familia. El atacante Juba, jugador del Nova Hamburgo del estado de Río Grande do Sul, ayuda en la tienda de ropas de su esposa.
Gedeilson, por su parte, decidió instalar un quiosco ambulante de venta de frutas y verduras para tener una renta extra y al mismo tiempo ayudar al padre de un amigo que estaba desempleado. El lateral de 27 años, que comenzó como profesional en el Bangú en 2011 y que ya disputó el Campeonato Brasileño de segunda división con el Ipatinga en 2012, monta su puesto de frutas cada día en un diferente conjunto residencial.
Peluquero, vendedor de frutas o repartidor a domicilio son algunos de los oficios a los que han recurrido futbolistas profesionales de pequeños clubes de Brasil para "rebuscarse" el sustento, ya que la paralización del fútbol como consecuencia de la pandemia del COVID-19 los dejó desempleados o sin salario.
"Confieso que está siendo muy difícil, pero tenemos que rebuscar el sustento. Dependemos del fútbol y en este momento está parado. Entonces tenemos que rebuscar y eso fue lo que hice", afirmó en entrevista a Efe el zaguero Carlos Alberto Lopes da Silva, jugador del América Fútbol Club y que desde hace dos meses trabaja como peluquero para "llevarle el pan de cada día a mi familia".
"Yo tenía un salario muy bueno en el fútbol y es claro que en el quiosco (de venta de frutas) mi renta cayó casi el 90 %, pero termina ayudándome para pagar las cuentas y para completar lo poco que tenía guardado", asegura también a Efe el lateral derecho Gedeilson Vander Alves de Oliveira, jugador del Madureira.
América y Madureira son pequeños clubes que militan en categorías regionales en el ámbito nacional cuyo mejor escaparate es el Campeonato Carioca, donde se miden a los equipos del estado brasileño de Río de Janeiro, entre ellos Flamengo, Fluminense, Vasco de Gama o Botafogo.
Tanto el América, en el que jugó el campeón mundial de 1994 Jorginho, como el Madureira, en el que surgió en 1950 Evaristo de Macedo (ex del Real Madrid y Barcelona), están a la espera de autorización para volver a los entrenamientos y concluir un torneo al que solo le faltan dos jornadas.
Pero en Brasil, el segundo país con más casos de contagio de COVID-19 en el mundo y amenazado por el agravamiento de la pandemia, cuyo pico se prevé en julio, no hay consenso sobre cuando se retomarán los torneos del deporte más popular en un país que es cinco veces campeón mundial.
Ni los propios clubes se ponen de acuerdo. El Flamengo, el club más popular del país y vigente campeón carioca y de la Libertadores, reinició sus entrenamientos violando las orientaciones de la alcaldía de Río y presiona por el regreso inmediato del fútbol.
El Corinthians, segundo más popular, alega que la prioridad es la salud en un país que se acerca a las 24.000 muertes por COVID-19 y los 375.000 contagios, y que sólo aceptará regresar a la cancha cuando la pandemia esté controlada.
Los futbolistas, pese a necesitar sus salarios, defienden el regreso en estadios sin público y cuando se les garantice la salud.