Dependencia emocional: el circuito cerebral que confunde obsesión con amor

En la era digital, los vínculos afectivos se exponen y amplifican con facilidad.

La intensidad no siempre indica vínculo profundo / IA - META

Debates mediáticos sobre relaciones conflictivas, como el juicio entre Amber Heard y Johnny Depp, han reactivado conversaciones sobre abuso y dinámicas dañinas. Sin embargo, muchas relaciones tóxicas no implican episodios extremos ni violencia explícita: con frecuencia se desarrollan de manera silenciosa, impulsadas por procesos neurológicos que convierten la intermitencia emocional en dependencia.

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Estas dinámicas se caracterizan por una alternancia de entusiasmo e indiferencia. En la fase inicial, la otra persona suele mostrarse altamente disponible, atenta y afectuosa, generando expectativas intensas y una sensación de conexión profunda. Posteriormente, aparece la distancia: silencios prolongados, mensajes sin respuesta, planes pospuestos o ausencia de tiempo de calidad. Finalmente, tras la incertidumbre y el malestar, retorna la aparente calidez inicial. Así nace un ciclo emocionalmente oscilante que mantiene a la persona atrapada en la anticipación del “próximo momento bueno”.

Según la psicóloga Marta Novoa, autora del libro Amor del bueno: “Sabemos que el momento agradable va a volver y quedamos enganchados esperando a que vuelva, porque tenemos la certeza de que al final siempre vuelve. Esos momentos de subidón son tan agradables que nos olvidamos de los bajones”. Esta dinámica se conoce como refuerzo intermitente y constituye uno de los mecanismos más poderosos del condicionamiento conductual.

El concepto fue estudiado por Frederic Skinner mediante experimentos con ratas. Al observar que una recompensa aleatoria en lugar de una constante o inexistente generaba una conducta compulsiva hacia la búsqueda de alimento, demostró que la imprevisibilidad incrementa la perseverancia incluso frente a la frustración. La terapeuta y bióloga Lorena Cuendias describe este mecanismo como “una recompensa impredecible, aleatoria e inconsistente”.

El sistema de recompensa del cerebro, encargado de impulsar conductas necesarias para la supervivencia, se activa también en vínculos afectivos. “El circuito de recompensa del cerebro tiene la finalidad de reforzar conductas para nuestra supervivencia como beber, comer, o reproducirnos. También se activa cuando recibimos señales de aprobación y validación externas”, señala Cuendias. Cuando la atención emocional se vuelve irregular, la dopamina neurotransmisor asociado al placer y la motivación fluctúa y el organismo comienza a buscar compulsivamente los estímulos gratificantes.

Con el tiempo, el desequilibrio neuroquímico se intensifica. Según Cuendias, “el desequilibrio (hormonal) puede hacer que la persona experimente ansias intensas de conservar y desear a su pareja. La víctima puede hacer cosas que le pongan en riesgo, como permitir ciertos comportamientos… que en otras circunstancias no toleraría”. Novoa añade: “La adicción a la droga, tabaco o heroína tiene el mismo mecanismo… Los circuitos que se activan en el cerebro son prácticamente los mismos”.

Este fenómeno se agrava cuando existe asimetría emocional. La evitación de conversaciones sobre expectativas, el ocultamiento de intenciones o la ausencia de límites generan incertidumbre permanente. Novoa advierte que en estos casos “nunca se sabe en qué marco relacional nos estamos moviendo… No sabemos muy bien qué esperar”. El resultado suele ser ansiedad crónica, desregulación emocional, pérdida progresiva de autonomía y una percepción distorsionada de la realidad relacional.

La dependencia emocional también puede activarse a través de patrones como breadcrumbing (migajas afectivas), love bombing (idealización inicial y posterior indiferencia), hoovering (reaparición tras ruptura sin responsabilidad emocional) y benching (mantener a alguien como opción secundaria).

Salir de estas dinámicas requiere autoconocimiento y educación emocional. Novoa destaca la necesidad de fortalecer la autoestima, la capacidad de comunicación y el establecimiento de límites saludables. Por su parte, Cuendias subraya la importancia de revisar el estilo de apego: “El detonante de esto es un apego no seguro en la infancia que nos hace buscar lo que nos faltó en otros”.

El amor saludable no se fundamenta en incertidumbre, sino en estabilidad emocional, coherencia y tranquilidad. La intensidad no siempre indica vínculo profundo; en ocasiones, solo revela una respuesta cerebral condicionada por la intermitencia.

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