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Zona de guerra: El Papa en Colombia

Zona de guerra: El Papa en Colombia
Zona de guerra: El Papa en Colombia
Isaias Cedeño
18 de septiembre 2017 - 17:44

Eran cientos. Iban y venían de todas partes. Era muy de madrugada, ni siquiera había salido el sol y llovía; aunque eso le interesaba a pocos. Habían personas en sillas de ruedas, con muletas o bastones, jóvenes, muy jóvenes, ancianos, gente descalza. Era realmente impresionante. Parecía como si todos se hubieran puesto de acuerdo para abandonar la ciudad. Iban vestidos de blanco y caminaban de prisa. Se saludan unos a otros. Conocidos y desconocidos. Había alegría, pero estaba en zona de guerra.

Me encontraba en Villavo (como le llaman los locales a Villavicencio), capital del departamento del Meta, en Colombia. Es la puerta de entrada al conflicto armado que azota el país por medio siglo. Aunque es un sitio ya dominado por el gobierno, hay quienes creen que los grupos armados no se han ido del todo.

Teníamos que caminar 9 kilómetros, para llegar al sitio que habíamos acordado transmitir en directo. El camino fue un río de historias con nombres y rostros. Había una mujer descalza. Dijo que estaba cansada de caminar, por eso echó a un lado los zapatos. Estaba emocionada por ver a Francisco, decía que él traería paz a su pueblo y que era la primera vez que alguien se acordaba de ellos. Luego había una pareja de novios, muy jóvenes, podían tener 23 o 25 años, cada uno. Iban tomados de las manos. Dijon que tenían esperanza que las cosas cambiaran y que su pueblo se uniera. Que ellos querían dar el primer paso.... Y así iban saliendo las historias en cada centímetro de esa larga carretera.

Cobertura Papa en Colombia, Villavicencio
Cobertura Papa en Colombia, Villavicencio

Lo esperamos en Apiay

Fue una caminata larga, pero llena de emociones. Era inevitable no sentir lo que la gente sentía. Fueron allí con valentía y coraje. No les importaba cuánto debían caminar o si la lluvia no paraba. No vi una sola persona que se rindiera, tampoco podíamos hacerlo nosotros.

A media mañana el Papa Francisco llegó a la Base Aérea de Apiay. Instalamos la cámara en un espacio de la carretera del Camino Ganadero, que los militares nos permitieron estar. Probamos señal y logramos estar en línea. Improvisamos una pequeña sala de prensa debajo de un árbol, para sacar los apuntes, desayunar algunos enlatados que preparamos, hacer las llamadas y escuchar la radio, para enterarnos de lo que iba ocurriendo.

Un helicóptero en el cielo era la señal que Francisco estaba cerca de nosotros. Antes, tres caravanas de la Policía Nacional le escolta. Iba en un auto sedán pequeño de color negro, con los vidrios abajo y en el puesto del copiloto. Llevaba una mano afuera, saludando; y por tres segundos no supe qué decir.

A Pastora le mataron su familia.

Villavicencio
Villavicencio

En Villavo fue el turno de los sobrevivientes de la guerra. Fueron historias desgarradoras. Jamás pensamos que escenas tan crueles pudieran haber ocurrido en nuestro continente. Familias enteras desaparecidas, armas, droga e incertidumbre. Odio y dolor. Amor y perdón. Era una mezcla de todo. Sentimientos fuertes que a veces se confunden entre sí.

Pastora es una mujer de Antioquia, departamento cuya capital es Medellín, la casa de Pablo Escobar. Desde los seis años ha huido de la guerra. Cuando decidía no esquivarla y enfrentarla moría alguien de su familia. Primero le mataron a su esposo, luego le desaparecieron a su hija. Encontró su cuerpo siete años después; y al año siguiente, cuando se hizo cuidadora de enfermos, supo que ayudó a uno de los homicidas de su hija. Finalmente le mataron a su hijo menor, y quedó sola.

Luego hubo otra mujer que sobrevivió a la explosión de un oleoducto en su barrio. Cuando despertó en el hospital, con quemaduras en todo su cuerpo. Le dieron la noticia que ella había sido la única sobreviviente de su familia. Y un guerrillero que pedía perdón por todo el daño que causó.

Las lágrimas fueron inevitables. Estar en zona de guerra no hizo unos hombres distintos. Mi camarógrafo, Elvis y yo salimos de allí siendo otros. Descubrimos el horror de las armas, los sueños de paz, la esperanza de los más jóvenes y la alegría de ser reportero. Fue una experiencia maravillosa. Si es lo único que debo agradecerle a la guerra ha sido la oportunidad de poder contar esta historia, con el anhelo que sea la última que vuelva a escribir sobre un conflicto armado.

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