El Pompidou recupera la pintura de Dora Maar, ni llorona ni musa de Picasso

Fotografía facilitada por el Centro Pompidou de la obra "Retrato de Picasso", de la pintora y fotógrafa francesa Dora Maar.
Fotografía facilitada por el Centro Pompidou de la obra "Retrato de Picasso", de la pintora y fotógrafa francesa Dora Maar. / EFE
Efe
04 de junio 2019 - 11:39

Lejos de los retratos cubistas que de ella dejó Pablo Picasso y de su reputación de musa, Dora Maar destacó por sí sola como figura prominente del surrealismo con una desconocida obra pictórica que el Centro Pompidou de París recupera ahora en la mayor retrospectiva realizada en Francia.

La exposición que abre mañana miércoles conforma el retrato exhaustivo de una mujer moderna, independiente y comprometida, que marcó a aquellos que se cruzaron en su camino, especialmente en la década de 1930, cuando su trabajo disfrutó de una mayor publicidad.

Dividida en seis grandes partes, la retrospectiva presenta cerca de 400 obras y se adentra en su producción fotográfica, en lo que supuso artísticamente el encuentro con Picasso, y en su obra pictórica, a la que dedicó cuarenta años para desarrollar una pintura abstracta, alejada de los movimientos de la época.

"Lo que nos interesa era descubrir quién era Dora Maar como artista y fotógrafa y no como musa. Sobre todo porque es alguien que tuvo un éxito comercial fulgurante con solo 23 años, cuando publicó su primera fotografía. Un año después recibe su primer pedido y abre su estudio", cuenta la comisaria Karolina Ziebinska-Lewandowska.

La muestra abre con sus trabajos en la publicidad y en la moda, donde trabajó con Elsa Schiaparelli, Jeanne Lanvin o Coco Chanel, así como colaboraciones con artistas y amigos íntimos que serían publicadas en periódicos y revistas de la época.

Henriette Theódora Markovitch (1907-1997), más conocida como Dora Maar, era hija de una familia francesa acomodada -su padre fue arquitecto e hizo carrera en Argentina cuando ella era niña-, lo que le permitió estudiar en las mejores escuelas de fotografía y conocer los círculos intelectuales más selectivos.

A principios de los años 30, pese a su juventud, su estilo era ya reconocido por sus juegos de luces y sus marcadas sombras.

Esos fueron también años de compromiso político, en los que recorrió las calles de París, Londres y Barcelona, cámara en mano, retratando sus encuentros con los personajes más extravagantes, y muy a menudo también mendigos, clases obreras y discapacitados.

En mitad de ese éxito, las redes del surrealismo la llevaron a cruzarse con Picasso, quien pasaba por una racha de poca inspiración.

Sus procesos creativos comulgaron rápidamente y poco tiempo después el malagueño se empleaba en su más celebrada obra: la creación del "Guernica", que ella dejó retratada en una conocidísima serie fotográfica.

Ella fue el centro de sus cuadros durante la década que duró la relación pero el contacto con el artista la impulsó a recuperar la pintura, que se convertiría en adelante en foco de sus indagaciones, como atestiguan sus primeras naturalezas muertas, ligeramente cubistas, expuestas en la exhibición.

Los comisarios consideran que el encuentro con Picasso la acabó limitando. "Intentamos mostrar una Dora Maar compleja, polifacética, que está muy alejada de la musa y la mujer que llora reflejada por Picasso para mostrar a una mujer artista. Ese magnetismo fue el que atrajo a Picasso y con el que conoció a los surrealistas", explica a Efe otra de las comisarias, Damarice Amao.

Según Amao, Maar solía provocar fascinación por su misterio, su infancia en Argentina y sus raíces eslavas, pero también por una personalidad extraña y extremadamente fuerte, a veces incluso desagradable. Tanto o más en sus últimos años de vida, cuando a su amargo carácter se sumaban las sospechas de una cierta locura.

"Diría más bien que era difícil, pero siempre mantuvo la lucidez", asegura la comisaria de la muestra, abierta al público hasta el 29 de julio.

Los acontecimientos personales e históricos le pasaron factura. Su separación con Picasso, en 1945, y el fin de la II Guerra Mundial provocaron un desarraigo que desembocó en una depresión por la que fue brevemente ingresada y de la que salió encerrándose cada vez más en sí misma y en la religión, que le servía de meditación.

En los treinta años que siguieron, se centró en una pintura abstracta de paisajes, dibujos y manipulaciones con negativos que en la época apenas se expusieron, pues ella nunca buscó dar difusión a su obra. A partir de 1950 tan solo mostraba sus cuadros en ámbitos más bien íntimos.

"El desconocimiento de su práctica pictórica se debe a que ella no intentó contar su vida de manera retrospectiva, no intentó reconstruir su herencia, algo que solo se pudo hacer tras su muerte", zanja Amao.

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