En el país del embutido, la salchicha ya tiene hotel propio
Salchicha en el menú pero también en el papel pintado, en el jabón de la ducha e, incluso, en los almohadas. Una pesadilla para los vegetarianos pero un sueño hecho realidad para Claus Böbel, un charcutero alemán que dirige lo que presenta como el primer y único hotel dedicado a la salchicha en el mundo.
Situado en un coqueto pueblo a 40 minutos en auto al sur de la ciudad bávara de Núremberg, el "Bratwursthotel" que abrió el empresario, perteneciente a la cuarta generación de charcuteros de su familia, ha logrado atraer a clientes de Europa y de fuera del continente desde que abriera sus puertas, en septiembre.
En una casa de piedra de tejado inclinado y postigos verdes, el establecimiento cuenta con siete habitaciones y dos espacios de conferencias para los amantes de las salchichas y los turistas en busca de especialidades locales.
Detrás de la excéntrica idea del charcutero-hostelero, se encuentra un intento de mantener con vida la carnicería-charcutería local, una institución símbolo del "Mittelstand", la red de pequeñas y medianas empresas que dieron fama a la economía alemana.
Muchos de esos pequeños comercios provinciales penan por sobrevivir ante la competencia del "hard discount" y las grandes superficies y sus precios imbatibles. A esto, se añade un declive del consumo de carne en los últimos años, en un contexto de escándalos alimentarios sucesivos.
A causa de ello, el número de "Metzgerei" (charcuterías) cayó a unas 12.300 en 2017. Ese año, 1.100 bajaron la cortina definitivamente, según datos de profesionales del sector.
A menudo, los charcuteros no encuentran comprador cuando llega la hora de jubilarse, o son devorados por los supermercados o, incluso, por Amazon.
'Ideas inteligentes'
"Quiero mostrar que las tiendas de los pequeños artesanos como la mía pueden sobrevivir cuando se tienen ideas inteligentes", explica Claus Böbel, de 48 años, sentado en un taburete con la forma de una conserva de salchicha picada.
"Además, me gusta la vida en el campo y más que irme, quiero atraer a los clientes aquí, a Rittersbach", una aldea de 300 habitantes, agrega.
La familia Böbel produce y vende salchichas en este rincón de Alemania desde el siglo XIX.
Pero la tradición de las grandes comilonas familiares y de las salchichas asadas en una barbacoa en el jardín se ha ido perdiendo poco a poco.
Los alemanes, que tienen fama de ser grandes consumidores de carne, han cambiado sus hábitos alimentarios y el consumo de ese producto ha caído un 8% desde 1991.
El gasto en alimentación de los hogares alemanes, si bien se encuentra al alza, no constituye más del 10,6% de su presupuesto, frente al 13,2% de los franceses o el 14,2% de los italianos.
Para Jörg Ruckriegel, de la oficina de turismo local, el hotel de la salchicha permite invertir la tendencia. "Los pequeños carniceros-charcuteros que siguen fabricando sus productos constituyen una gran parte" del patrimonio local, señala.
Además, los clientes del hotel parecen apreciarlo, hasta el punto de que "se sienten como en casa". "Volveré a Nigeria sabiendo hacer salchichas", afirma entusiasmada Jovina Sperling, una turista, en el libro de visitas del establecimiento.
"Esto ha dado a conocer a nuestro pequeño pueblo, viene gente de todo el mundo", apunta Stephanie Volker, una farmacéutica de 30 años, que se pasa por la charcutería durante su pausa para la comida.
Salchichas a domicilio
Con su camioneta, Böbel también ofrece un servicio de "taxi de salchicha", repartiendo especialidades por las estrechas calles de la localidad.
Además, abrió una página web para vender sus productos en todo el mundo.
Böbel invirtió 170.000 euros en renovar el hotel, cuya decoración está muy cuidada: el perchero imita los cuchillos de los carniceros, las puertas de cristal de los baños tienen un cerdo gigante dibujado y los jabones tienen forma de salchicha.
La religión del cliente tampoco supone un obstáculo, pues el menú incluye salchichas de ternera para aquellos que no consuman cerdo.
"La salchicha es lo que más famosos nos ha hecho a los alemanes, junto con la cerveza", afirma, sonriendo. "Si eso es lo que buscan los turistas, ¿por qué no dárselo?".