Masaya, en la primera línea de fuego en Nicaragua
En la ciudad nicaragüense de Masaya parece que todo el mundo está listo para ir a la guerra: desde niños pequeños de brazos flacos hasta mujeres mayores con sus rostros llenos de arrugas.
Con morteros artesanales, sus caras cubiertas con pasamontañas y bandanas, los jóvenes de Masaya montan guardia tras un sinfín de barricadas, determinados a frenar a la policía antimotines del presidente Daniel Ortega, a la que acusan de atacar a la ciudad y a sus habitantes.
Construidas con troncos, adoquines, trozos de metal y cualquier otra cosa que tengan a mano, las barricadas se mantienen gracias a una red logística improvisada que parece involucrar a casi todos los 100.000 habitantes de la localidad.
Masaya está en la primera línea de fuego de la crisis que vive el país centroamericano desde el 18 de abril, cuando comenzaron las protestas antigubernamentales contra una reforma del sistema de pensiones, retirada luego por el Ejecutivo.
Las primeras manifestaciones, y la subsiguiente represión, llevaron a más protestas y hasta ahora la crisis deja unos 120 muertos.
No es la primera vez que esta ciudad arbolada ubicada al sureste de Managua queda en medio de una batalla clave para el país.
Ramona García, de 83 años, recuerda haber trabajado para construir barricadas similares en los años 1970, cuando Ortega era un líder guerrillero y Masaya estaba de su lado, luchando contra el régimen del dictador Anastasio Somoza.
"Luchamos así, como estamos aquí. Trayéndoles comida, trayéndoles agua. Así era, en las barricadas", dijo esta mujer de baja estatura y rostro lleno de arrugas.
"Pero (Somoza) no era como éste, no mató tanta gente como éste", aseguró, refiriéndose a Ortega, quien ha dominado la política nicaragüense desde que los rebeldes sandinistas sacaron del poder a Somoza en 1979.
Del lado opuesto de la escala demográfica, un muchacho de 14 años ayuda a los paramédicos voluntarios a evacuar a los heridos de los enfrentamientos con la policía.
"No es cosa de jóvenes", dijo el chico a la AFP el martes por la noche mientras sonaban ráfagas de disparos en las cercanías de la estación de policía local y explotaban morteros en respuesta.
"Es una sola lucha. Trabajo, colegio, todo eso ha parado", aseguró.
- Historia de resistencia -
Masaya es el lugar de nacimiento de Augusto Sandino, cuyo levantamiento contra la ocupación militar estadounidense de la Nicaragua de los años 1920 y 1930 inspiró a la guerrilla de Ortega.
La ciudad jugó un papel clave en la rebelión de Ortega, dándole refugio a los sandinistas cuando necesitaron hacer un repliegue táctico desde Managua el 27 de junio de 1979, fecha que hoy es feriado nacional.
Tras reagruparse en Masaya y sumar a muchos de sus ciudadanos a su causa, los sandinistas sacaron del poder a Somoza menos de un mes después.
Ortega, que perdió el poder en 1990 y lo recuperó en 2007, ejerce ahora -con 72 años- su tercer mandato consecutivo. El presidente parece haber recibido un duro golpe por el hecho de que este antiguo bastión sandinista se haya volteado en su contra.
Los residentes acusan a la policía y a bandas paramilitares cercanas a Ortega de saquear Masaya, así como de quemar en dos ocasiones su mercado de artesanos -un símbolo de la ciudad.
- "No puedo escuchar 'bum'" -
Esos hechos llevaron a los residentes a organizarse para protegerse.
Pero la ciudad ha pagado un precio muy alto.
Según los habitantes, francotiradores apostados en torno a la asediada estación de policía atacan cada tanto a los ciudadanos, mientras bandas guiadas por los antimotines la emprenden contra las barricadas y vandalizan la ciudad casi cada noche.
Una caminata nocturna por la ciudad ofrece una extraña mezcla: de pasar por sitios donde los lugareños temen que haya francotiradores y ver grupos de vecinos conversar animadamente en una vía bloqueada.
El miedo reside, sin embargo, en cómo esas dos realidades pueden colapsar sin previo aviso.
Zeneyda del Rosario Cuesta, de 34 años, vivió eso en carne propia cuando su hijo Elías Josué, de 17 años, murió en medio de disparos.
Ahora tiene problemas para dormir y teme escuchar las campanas de la iglesia, señal de que está produciéndose un ataque.
Solo le queda otro hijo de 14 años y teme perderlo también.
"Yo no puedo escuchar 'bum', yo no puedo escuchar los morteros. Estoy dormida, (y) me levanto", dice. "Yo creo que yo ya no voy a soportar tanta violencia".
- "Podemos hacer la guerra" -
En un hospital improvisado en la iglesia San Miguel, a un doctor que trabaja en el turno nocturno también le persiguen las imágenes de la violencia de las últimas semanas.
El lugar cuenta con unos 30 voluntarios, equipos rudimentarios y provisiones limitadas.
"Es muy aterrador. Muy, muy difícil", dice el médico de 51 años.
Sentimos "impotencia, nosotros como médicos (...) Es un puesto médico creado así no más, espontáneamente, con nuestras propias posibilidades y capacidades. Pero muchas veces el paciente se nos va, se nos muere por no contar con los medios", explica.
Pero en esta ciudad que se enorgullece de su espíritu luchador, también se tiene la sensación de que el enfrentamiento apenas comienza.
"Masaya tiene gente guerrillera... Podemos hacer la guerra", asegura Elías Mendoza, de 27 años y padre de dos niños, mientras prepara su mortero en una barricada.