México recuerda la "generación perdida" de médicos en el terremoto de 1985
Para todos quienes vivieron el suceso de un modo u otro, la sola mención del terremoto que en 1985 asoló a la Ciudad de México conjura imágenes de grandes hospitales derrumbados, símbolo de la corrupción de autoridades que avalaron la construcción de edificios públicos sin las medidas de seguridad adecuadas.
Pero para la doctora Alicia Cisneros Cantor, esas ruinas representan algo más personal: la pérdida de colegas que fallecieron mientras hacían su trabajo.
"En 1985 yo era residente de tercer año de cirugía general en el Hospital Juárez. Ya estábamos prácticamente por terminar la residencia", dijo la doctora a Efe.
Contó que el 19 de septiembre de ese año, cuando ocurrió el terremoto de magnitud 8,1 en la escala de Richter a las 07.19 horas, ella había sido asignada a una rotación en la Cruz Roja, por lo que no le correspondía estar con sus compañeros que tomaban clase en la Torre de Hospitalización del Juárez.
"Todos mis compañeros de cirugía general tenían clases a las siete de la mañana exactamente. El doctor Gilberto Lozano nos citaba a todos en el quinto piso, pero a mí no me tocaba ese día ir a clase", expuso.
Un compañero le dijo que en la Cruz Roja "no hay mucho trabajo como en el Juárez, a menos que empiece a sonar la chicharra (alarma eléctrica) cuando hay algún evento muy fuerte, algún choque masivo o algo así, y entonces sí todos a correr".
Cuando la tierra se sacudió, ella aún estaba en su casa de la colonia Asturias, donde vivía con sus padres.
"Ahí me agarró el temblor. Cuando mi mamá escuchó el radio me dijo: 'Oye, (el periodista) Jacobo Zabludovsky está radiando que hay muchísimos problemas en la ciudad, que se cayeron tales y cuales edificios'", recordó Cisneros.
Entonces decidió irse rápidamente a la Cruz Roja, para atender la previsible avalancha de heridos. "Tomé el camioncito rumbo a la Cruz Roja y ya no avanzó más. Dijo 'Hasta aquí llego'. Me dejó cerca del Hospital Juárez", recordó.
"Cuando llego al hospital ya estaban los soldados allí en la entrada, mucha gente espantadísima. Cuando entré y vi todo desecho dije: No puede ser", evocó.
Cisneros se dirigió al edificio de los residentes, anexo a la Torre de Hospitalización de 11 pisos que se había venido abajo. "Eso ya parecía un campo de batalla. Había fracturados acá, heridos por allá. Y me puse a trabajar", comentó.
Sus compañeros que habían logrado sacar pacientes heridos "estaban como sonámbulos".
"Vi a una compañera, Margarita, de Pediatría, que estaba en el sexto piso. Vi a los niños que había sacado. Le dije: Margarita, ¿qué pasó? Me dijo 'Yo no sé. Se cayó el hospital y yo lo único que hice fue quitarme la tierra y me salí caminando. Pero que veo las cunitas de los niños y pude sacarlos, ya llevo seis niños'", añadió.
Otro compañero le comentó que todavía había personas vivas en la torre, por lo que fue hacia allá a tratar de ayudar. Allí habían detectado a un residente llamado Juan Dávila Meneses, que tenía atrapada la mitad del cuerpo de la cintura hacia abajo por una losa de concreto y varillas metálicas.
"Era un compañero que también era residente de tercer año, pero de urología. Le decían que le iban a poner un analgésico o un narcótico, pero el decía: 'No me pongan nada. No quiero dormirme porque me deprimen el sistema respiratorio'", contó Cisneros.
Quienes trataban de salvarlo buscaban la forma de romper la losa que lo aprisionaba. No podían. Su padre, el doctor Juan Dávila Posadas, jefe de quirófanos, estaba allí parado, sin moverse, viendo cómo trataban de rescatar a su hijo.
"En un momento dado, cuando vieron que no podían cortar la losa, él dijo 'Ya no puedo más, no tiene caso. Yo lo que quiero es morirme'", recordó la doctora. Y así fue: Dávila Meneses fue uno de los 37 residentes que perecieron aquel día, junto con seis médicos de servicio y 81 miembros del personal de enfermería.
Se calcula que murieron más de 1,000 personas, entre pacientes, médicos, personal de enfermería y demás trabajadores del nosocomio fundado en 1847 con el nombre de Hospital de San Pablo y considerado la cuna de la cirugía mexicana.
A Cisneros le tocó la ingrata labor de identificar los cuerpos de sus compañeros de residencia, que murieron junto con su maestro, el doctor Lozano, en el quinto piso de la Torre de Hospitalización.
En el sismo de 1985 "se perdió mucha gente valiosa", dijo, y narró que de su generación de residentes sólo quedaron cuatro vivos, entre ellos un joven de apellido Ayala que al ser sacado de los escombros al tercer día se negó a recibir calmantes gritando: "Esto es lo más bello que he visto, la luz del día".
"Cada vez que voy a un congreso de cirugía no encuentro a mi generación. Esa generación se perdió", lamentó Cisneros.