La historia de Stephany: cuando el embarazo adolescente se convierte en una relación de abuso y poder
Stefany, que tenía apenas 15 años cuando conoció al padre de su hijo, nunca imaginó que aquella relación era un delito.
En una pequeña cocina improvisada, Stefany, de 20 años, termina de freír las últimas empanadas de maíz que saldrá a vender esa tarde. De reojo, vigila a su hijo de tres años, que juega con un viejo carrito en el portal de tierra de la humilde casa que comparte con su abuela en la 24 de Diciembre.
Te puede interesar: 🔗Deportados: El drama humano de los migrantes expulsados por Estados Unidos a Panamá
Te puede interesar: 🔗'Si vuelvo, me matan': La historia de Farah, la mujer que escapó de un matrimonio forzado en África y terminó deportada en Panamá
Stefany es hoy el rostro de un flagelo que sigue marcando a Panamá: el embarazo adolescente. Su historia refleja una realidad que, lejos de ser aislada, se repite en barrios marginados y comunidades rurales de todo el país, donde miles de jóvenes son empujadas a la maternidad antes de tiempo.
En febrero de 2023, cuando se realizó el XII Censo Nacional de Población y Vivienda, Stefany formó parte de las más de 14 mil madres adolescentes en Panamá. Entonces tenía 17 años y su hijo, Anthony Samuel, apenas tenía nueve meses de nacido. Hoy, con 20, siente el peso de criar sola a su hijo, sin poder estudiar, sin un empleo estable y sin el apoyo del hombre que le prometió acompañarla.
El padre de su hijo trabajaba en un car wash cerca de la parada donde ella tomaba el bus para ir a la escuela.
“Al principio empezamos a conversar y una cosa llevó a la otra. Cuando le dije que estaba embarazada, yo creí que iríamos donde mi abuela a contarle y que luego nos iríamos a vivir juntos, pero él no dijo nada… después de tres semanas desapareció. Fui varias veces a buscarlo y nadie sabía nada... y bueno aquí estoy, sola”.
Cada año, una cifra significativa de niñas y adolescentes panameñas se ven arrojadas a la maternidad, un camino que, en la mayoría de los casos, les roba su adolescencia y compromete seriamente su futuro, obligándolas a iniciar un clico de crianza, para lo cual no están preparadas. Samirah Armengol, especialista en desarrollo social y quien ha trabajado con población de mujeres jóvenes, describe el problema como un efecto de "mojigatería" de la sociedad panameña.
Son las mujeres empobrecidas y las racializadas, las que principalmente son víctimas del embarazo en adolescentes, porque se les ha privado de la educación y a la larga serán madres incapaces de conseguir un trabajo formal, y todo esto nos lleva a una sociedad menos humanizada. Porque nos quedamos en el prejuicio y la mojigatería de lo correcto y no nos estamos dando cuenta que nuestros niños y niñas cada vez nacen más pobres.
Fuga de mano de obra y un costo para el Estado
Solo en 2023, el Ministerio de Salud (MINSA) registró más de 8,500 partos en niñas y adolescentes de entre 10 y 19 años. Detrás de estos números fríos hay una compleja red de causas y consecuencias que incluyen violencia, abuso sexual, desintegración familiar, pobreza y una desigualdad estructural que golpea con fuerza a las poblaciones más vulnerables.
El pasado mes de mayo, el Fondo de Población de las Naciones Unidas presentó el estudio sobre el "Impacto Socio-Económico del Embarazo en la Adolescencia en Panamá". Los hallazgos más que contundentes, fueron lapidarios, pues el estudio reveló que el país pierde en promedio 1,500 millones de dólares al año asociado a los costos del embarazo adolescente, lo que equivale al 2% del Producto Interno Bruto (PIB).
Para comprender la dimensión de esta cifra, tomemos en cuenta que esos $1,500 millones anuales equivalen al costo inicial de la Línea 1 del Metro de Panamá. Se habrían podido construir al menos tres puentes Atlánticos, decenas de centros educativos en Panamá Oeste, Panamá Norte y provincias, o incluso habría podido servir para financiar la construcción de tres hospitales del niño completamente nuevos y equipados.
A nivel educativo, el estudio demostró que apenas el 14% de las mujeres que fueron madres en la adolescencia alcanzó estudios universitarios, y si logran conseguir un empleo, sus salarios son, en promedio, un 57% más bajos que los de las mujeres que posponen la maternidad. “A menos estudios significa mayor exposición al trabajo informal, al subempleo o al desempleo”, explica Edith Castillo, representante de UNFPA en Panamá. “Esto incrementa las brechas de pobreza y desigualdad, porque si una madre gana poco, toda la familia lo resiente: desde la alimentación hasta la educación y la salud de sus hijos”.
Estefany es el crudo reflejo de esta realidad.
Yo llegué hasta quinto año y no he podido terminar la secundaria porque se me ha hecho bien difícil. Mi único apoyo es mi abuela y ella ya está mayor. En la situación en la que estoy, no puedo trabajar y estudiar al mismo tiempo... o estudio o trabajo y ahorita mismo mi prioridad es poder comprar la leche de mi hijo.
Pero el embarazo adolescente también impone una carga significativa al sistema de salud. Para el 2023, el costo en atención médica que incluye los cuidados prenatales, los partos, las complicaciones obstétricas, las intervenciones y la atención al recién nacido alcanzó los 11.5 millones de dólares solo para embarazos adolescentes. La doctora Geneva González, jefa Nacional del departamento de salud sexual y reproductiva del Ministerio de Salud reconoce la presión de lo que esto significa sobre un sistema ya limitado.
En un alto porcentaje, los niños de madres adolescentes nacen con algún problema que amerita hospitalización prolongada o un pre-término. Ese día cama de ese niño en una unidad intensiva, si en un adulto anda como por 1,100 dólares por día, en el niño anda un poquito más. Claro que es un costo para el Estado.
Lo que no se dice con frecuencia, pero que el estudio reveló con crudeza es que 9 de cada 10 adolescentes que son madres en Panamá quedaron embarazadas de hombres adultos. En el 73% de los casos con diferencias de edad de más de cinco años, como en el caso de Stefany donde el padre de su hijo le lleva una diferencia de 8 años. La situación, en teoría, debería activar las alarmas judiciales, puesto que en el Código Penal las relaciones sexuales entre adultos y menores cuando existe una condición de superioridad, lo que se conoce como estupro, se castigan con penas de cárcel, aun cuando la adolescente argumente que es su pareja o que hubo consentimiento, un término que en la esfera judicial no existe cuando se trata de menores.
Stefany, que tenía apenas 15 años cuando conoció al padre de su hijo, nunca imaginó que aquella relación estaba marcada por el abuso de poder y, en términos legales, por un delito.
Yo en ese momento, jamás pensé que se trataba de un abuso o de un delito porque, pues para mí, él era mi novio. Yo sí sabía que era mayor que yo, pero en mi cabeza yo no registraba ese concepto de que él se estaba aprovechando de mi...
El relato de Stefany, es el eco de una historia real que se repite en los barrios más marginados y refleja la incomprensión de la relación de poder que ejercen los hombres adultos sobre adolescentes que aún no tienen la capacidad mental de entender lo que a todas luces es un delito. Edith Castillo de Naciones Unidas deja en evidencia estadísticas que duelen y revelan la magnitud del problema. "Y lo más increíble es que estamos liderizando la proporción de diferencia en edades en la región, o sea, estamos hablando de que 5 años y hasta 7 años y más. Entonces, no podemos normalizar el embarazo en edad temprana, tenemos que sensibilizar a la población", señala.
El debate sobre el abuso de poder y los prejuicios existentes, especialmente en casos de violencia sexual sigue generando cuestionamientos. En este contexto, expertos y activistas condenan con firmeza la tendencia de culpar a las víctimas y la necesidad de una mayor responsabilidad por parte de los adultos.
Cuando un adulto que tiene sexo con una niña dice, "Es que me sedujo", yo no puedo cuestionar a la niña o a la adolescente, yo tengo que cuestionar qué hace que un hombre de 40 años quiera tener sexo con el cuerpo de una niña, porque una jovencita de 16 años se está desarrollando, pero no tiene cuerpo de mujer. ¿Qué es el cuerpo de mujer? Que ya tienes tetitas, que ya tienes caderas. Entonces justificarlo culpando a las menores, es irresponsable como sociedad.
Pese a las estadísticas, Panamá ha mostrado avances con relación a la tasa de fecundidad adolescente, logrando una tendencia descendente al menos en la última década. En el 2012, los nacimientos en mujeres menores de 20 años alcanzó su pico máximo con 15,206 registros. 10 años después, en 2022 esa cifra cayó a 9,531. Sin embargo, las limitaciones en el acceso a métodos anticonceptivos, pero principalmente los tabúes en torno a la enseñanza de educación sexual en las escuelas, que por décadas ha enfrentado una fuerte oposición de sectores religiosos y conservadores, son deficiencias que dejan a nuestros adolescentes navegando en un mar de desinformación, como le sucedió a Stefany.
En mi escuela nunca se habló de educación sexual y en mi casa muchos menos, y yo creo que parte del problema es que ni las mujeres ni los hombres saben cómo tener relaciones sexuales... Piensan que saben, pero en realidad no saben.
No todo está perdido, frente a este escenario, las autoridades de salud animan a las jóvenes a buscar ayuda, a orientarse y sobre todo a dejarles saber que no están solas en este camino. "La República de Panamá tiene 130 centros de atención adolescente. Eso significa que puede llegar quien quiera a la hora que quiera sin tener que llevar a nadie. Pueden llegar solitas si quieren. Si se sienten agotadas, si tienen miedo, si no saben qué hacer, vayan al centro de salud, van al centro de atención, que lo que sea se le resuelva, pero busquen a ayuda, no se queden esperando que alguien vaya a buscarlas a la casa porque nadie lo va a saber. Busquen ayuda".
Cada adolescente embarazada es el síntoma de un sistema que ha fallado en prevenir, en informar y en proteger. Es por ello que la situación no solo requiere de políticas públicas, además exige un cambio de paradigma, una transformación integral profunda que involucre a la familia, al Estado, al sector privado y a las organizaciones civiles. Porque mientras en algún rincón del país una niña esconda su embarazo por miedo o vergüenza, o lo lleve en silencio acompañada por un adulto impune, no podremos hablar de progreso.
*Agradecemos a Stephany, que por razones de seguridad, cambiamos su nombre en este reportaje para proteger su identidad y la de su hijo*