Los bares de tango se niegan a desaparecer en Medellín

Tango.
El tango ha tomado preponderancia en Colombia. / AFP
Afp
24 de julio 2015 - 10:21

Viejas rocolas, mesas de billar y pensionados sentados a sus mesas: los bares de tango de Medellín luchan por mantener la tradición del ritmo del dos por cuatro en esta ciudad de Colombia, aunque en medio de trabas que amenazan su supervivencia.

El Café Alaska, con sus paredes llenas de retratos de leyendas del tango y clientela casi exclusivamente masculina, tiene 73 años abierto, pero su administrador, Gustavo Rojas, teme que desaparezca si los dueños del local concretan su venta a un empresario que quiere montar una panadería.

"En esta avenida había un bar en cada esquina y dos en la mitad de cada cuadra. Uno a uno han cerrado: ahora son zapaterías o panaderías", cuenta Rojas a la AFP. "Si yo no trabajara acá, sería cliente. Es increíble cómo no se defiende la cultura tanguera y cada vez desaparecen más bares", asegura.

Ubicado en la avenida Carlos Gardel del barrio Manrique, otrora epicentro tanguero, el Alaska es el único bar que queda en esa zona de Medellín, ciudad que hacia 1970 llegó a tener decenas de locales dedicados al ritmo rioplatense, de los que hoy quedan seis o siete.

Lara, una joven turista uruguaya, quedó sorprendida "por lo autóctono que es el tango en Medellín" y sobre el Alaska asegura que "con su billar, parroquianos y decoración", se le pareció mucho al viejo bar de la esquina de su barrio montevideano.

Según los conocedores, la cultura tanguera se difundió en Medellín, segunda ciudad de Colombia, desde comienzos del siglo XX por la llegada de futbolistas argentinos y por lo identificados que se sentían con las letras los obreros de sus barriadas, llegados de otras regiones al igual que emigrantes europeos desembarcaron en Argentina o Uruguay.

"Por amor al arte"

Defensores de la tradición tanguera, como Javier Ocampo, encontraron en estos bares la forma de convertir su pasión en un negocio, que mantiene más por "compromiso con la ciudad y los clientes, que por beneficio económico".

Ocampo es dueño desde hace 30 años de la Casa Cultural del Tango Homero Manzi, donde tienen su sede la Asociacion Gardeliana de Colombia y la Academia Colombiana de Tango, de las que ha sido dirigente.

"Es un sitio para el encuentro, para disfrutar sanamente", cuenta sobre su local, coronado por una antigua rocola decorada con una imagen de Gardel, quien al morir hace 80 años en Medellín dejó a la ciudad para siempre en el mapa mundial del tango.

"Hay varias cosas que han dificultado sostener estos negocios: la gente que escucha tangos se nos avejentó, las obras de infraestructura han cambiado la composición y movilidad en la ciudad perjudicándonos y, además, la época de la violencia del narcotráfico en los años 1980 y 1990 hizo decaer la vida nocturna", explica.

César Arteaga, propietario del céntrico y legendario Salón Málaga, dice que su bar -fundado hace dos décadas por su padre- se mantiene "por pasión" y "amor al arte".

"Es vulnerable a acabarse porque depende de que la gente venga y porque genera muchos gastos", asegura Arteaga, que describe el Málaga como "un lugar detenido en el tiempo, que no muta con las modas".

Para él, su principal enemigo es la "competencia desleal", relacionada con la venta de bebidas alcohólicas en la calle, sin pagar impuestos.

Una esperanza

En estos bares son comunes las animadas tertulias sobre tango. Sus dueños, aunque reniegan haber sido relegados de la misión de promover el género en Medellín, también creen que la situación pareciera ir cambiando.

"Ha habido un respiro y desde que (en 2000) un decreto obliga a la alcaldía a promover el tango como patrimonio, hay mejores iniciativas como una que nos incluyó en un mapa tanguero para atraer turistas", dice Arteaga.

Para Ocampo, el género ha "resurgido", pero en ámbitos diferentes. "Hay academias, que organizan milongas y atraen muchos jóvenes, pero que son más de bailar que de venir a escuchar tangos al bar", dice.

Henry Navarrete, un taxista de 60 años que llegó a Medellín en 1980 y aprendió de tango trabajando en bares locales, sigue yendo sin embargo cada viernes a Homero Manzi por su esposa, una empleada pública que se reúne allí con amigas para tomar una copa y escuchar canciones como "Volver" o "Cambalache".

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