Lula se cura las heridas en los brazos de su gente
María Helena da Conceiçao rompe a llorar cuando piensa que Lula puede ir a prisión. Para ella es el presidente que le abrió las puertas de la universidad, el que acabó con el hambre de su familia y no el condenado por corrupción que busca regresar al poder.
Equipada con una pancarta mostrando la foto de su graduación en Derecho, esta estudiante de Psicología que supera la cuarentena aguardaba ilusionada la tercera parada de la gira del exmandatario (2003-2010) por 28 municipios del noreste del país, su bastión político.
"Antes no pasábamos de la puerta de la universidad. Eso es lo que los ricos de Brasil no aceptan. Cómo yo, nordestina, negra, pobre, trabajadora rural y mujer, estoy en la facultad, al lado de los que tienen dinero", recordaba.
A la llamada de ese pasado que consideran mejor acudieron varias miles de personas este sábado en Feira de Santana, una localidad agrícola a unos 100 kilómetros de Salvador de Bahía, donde se le recibió con carteles de "eterno presidente".
Y aunque allí no apareció el mismo Lula que gobernaba impetuoso el Brasil emergente de hace una década, sí se vio uno que se le parecía mucho.
Vestido con camisa celeste claro y pantalón marrón, el veterano líder de la izquierda repitió el ritual de besar y abrazar a quien se le acercaba en el galpón semiabierto donde se realizaba el acto "en defensa de las políticas públicas para la agricultura familiar".
Una multitud vestida del rojo de su Partido de los Trabajadores (PT) vitoreaba su nombre como en los viejos tiempos, y estalló en aplausos cuando se puso el sombrero y chaleco de cuero típicos del castigado y seco "Sertao".
Mujeres y hombres del campo le entregaron cestas con productos de la tierra. Cantantes locales rimaron coplas que dan por sentado su vuelta en 2018, por muy complicada que parezca.
"Esa gente quiso destrozarme la vida creyendo que yo iba a bajar la cabeza", afirmó en referencia a las "élites" que, según él, quieren apartarle de la carrera electoral.
"Pero no se preocupen por mí. Lo único que quiero que sepan es que si un día vuelvo a gobernar, vamos a hacer más", lanzó interrumpido por gritos de "Lula presidente".
Raíces
A los 71 años, el líder sindical mantiene su carisma al micrófono y volvió a emocionar a los suyos, rememorando ese improbable viaje personal que le llevó de ser un niño pobre del noreste a convertirse en una estrella de la política internacional.
"Yo sé de dónde vine y para dónde voy. No voy a París, ni a Londres. Aquí tienen a un compañero dispuesto a luchar hasta el fin", aseguró con su voz rasgada.
Es por el regreso de aquel presidente que le hizo dejar de sentirse olvidada por el que reza ahora María José Pereira da Silva, una agricultora de 65 años que se levantó a las cinco de la mañana para escucharle.
"Hoy, yo me considero rica porque tenemos de todo. Tenemos agua, luz, frigorífico, televisión en casa. Tenemos todos los beneficios y todo nos los dio Lula", contó feliz por haber visto a su ídolo de cerca.
"Nosotros le consideramos como un padre".
Incertidumbre
Pero, convertido en su obsesión, la vuelta a Brasilia podría complicarse antes de tiempo para Lula y terminar en la cárcel.
Con varios procesos judiciales abiertos, el exmandatario fue condenado en julio a casi diez años de prisión por recibir un apartamento a cambio de beneficiar ilegalmente a una constructora con obras en la estatal Petrobras, aunque fue autorizado a recurrir en libertad.
Los escándalos, la crisis y los años han oxidado aquel histórico 80% de popularidad con el que dejó la presidencia en 2010, y su figura divide a los brasileños entre quienes le aman o le odian.
Consciente de ello, su primer gran movimiento tras ser condenado -y antes de volver a comparecer ante el popular juez anticorrupción Sergio Moro el 13 de septiembre- ha sido lanzarse de nuevo a las áridas carreteras del noreste.
Aquí es donde permanecen las huellas de las ambiciosas políticas sociales con las que millones de brasileños salieron de la pobreza durante sus dos mandatos, beneficiados por el boom de las materias primas.
"Vivir en Bahía antes del gobierno del PT era una situación de esclavitud y de miseria. Después, ganamos una autoestima y comenzamos a desarrollarnos mejor. Todavía hay muchas carencias y se necesita hacer mucho", opinó Diaciso Ribeiro, un agricultor llegado del lejano municipio de Anagé.
Seguro de que el noreste rural volverá a apoyar a Lula, ahora solo espera que el resto de este país gigante piense lo mismo.