Turquía: entre el periplo periodístico y los sultanes

Turquía: entre el periplo periodístico y los sultanes
Turquía: entre el periplo periodístico y los sultanes / Cortesía
Aris Ábrego
17 de mayo 2018 - 21:46

Con estas tardes atareadas y lluviosas, casi no he tenido tiempo de ordenar mis ideas. Trabajo minuto a minuto y a contra reloj. En esos frecuentes Dejá vus me vienen recuerdos de una experiencia vivida hace exactamente un año cuando visité Turquía, antiguo imperio Otomano.

Todo comenzó tras un largo y cansón viaje directo desde Panamá hasta Estambul, (antigua Constantinopla) capital de este exótico y multicultural país, puente entre Asia y Europa.

Era un deseo reservado en lo más profundo y que sobrepasó mis expectativas. Obviamente había ido a trabajar, pero al llegar allí se conjugó la labor periodística con aquellas historias de sultanes, la batalla de Troya y las Mil y Una Noches.

Por los lugares donde anduve prevalecían los sonidos de los llamados a orar en las mezquitas y los olores a café turco, especias e incienso (asumo que no toda la ciudad huele así, pero por donde estuve era el común denominador).

En uno de esos días de aventuras periodísticas llegamos a las riveras del Bósforo (canal natural que divide Stambul) y cruzamos hasta la antigua Anatolia, y sin pensarlo estábamos en la parte asiática de Europa. El recorrido fue majestuoso y muy vibrante, habían muchos visitantes y turistas todos envueltos en una atmosfera bohemia y especial, pues a lo largo del recorrido pudimos apreciar los suntuosos y espectaculares palacios de los sultanes, algunos hoy día convertidos en hoteles y otros patrimonios de la humanidad por su valor histórico.

Una ciudad, al igual que Jerusalén, llena de historia y magia, misma que te envuelve y te lleva a épocas nunca vividas, ya que por ejemplo posee uno de los mercados más antiguos del mundo, el cual data de más de 500 años, allí compre obviamente de todo y a buen precio.

Por sus empedradas calles caminamos por varios días y largas horas y al final, en una de esas pequeñas y estrechas avenidas estaban allí, imponentes y majestuosas, la Hagia Sophia o Basílica Santa Sofía y la Mezquita Azul.

Al llegar sentí algo distinto e indescriptible era un viaje al pasado y una interacción con el Islam. Caminé y respeté cada regla que me dictaban. Al entrar era como me lo imaginé, sublime. Sus lámparas estaban al ras de las cabezas de los visitantes (están colocadas así porque antes de la luz eléctrica necesitaban alumbrar el templo con estas enormes lámparas para poder hacer las oraciones y leer el Corán), sus cúpulas y naves pintadas de azul y oro eran impresionantes en cada una se contaban historias que datan de años atrás.

También por esas concurridas calles de Estambul me topé con la tumba de Sulaimán el Magnífico. ¡Bingo! había encontrado uno de los sitios que me había propuesto visitar. Habían varias tumbas en el imponente mausoleo de mármol, todos con aquellos sombreros altos usados por los sultanes y su descendencia.

En fin un recorrido y experiencia que no cabe en esta cuartilla, así que por ahí tendré que escribir otras líneas más para plasmar este periplo con sabor a yogurt salado y té de jazmín.

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