La sexualidad en la mujer
¿Cómo hablar de una libertad sexual completa en las mujeres si lo que se espera de nuestra sexualidad es el poder de erotizar al macho y responder solamente al hambre de coito? ¿Cómo podemos usar el concepto “libertad sexual” cuando no se nos otorga el derecho de decir no, bajo amenaza de castigo social? ¿Cómo vamos a ser poseedoras de nuestro propio deseo cuando se supone que nuestro único deseo es ser penetradas por el macho? ¿Cómo vamos a enfocar correctamente nuestro deseo si no se fomenta por ningún lado que lo hagamos?
Este es un tema que abarca mucho, me he puesto a escribir y mi cabeza no para de dar vueltas sobre tantos aspectos de los que se puede hablar referente a este conflictivo e interesante tema.
Actualmente vivimos en una época en la que se nos vende que las mujeres gozamos de una libertad plena en el campo de la sexualidad cuando lo que estamos viviendo en realidad es una época de hipererotización (sexo como obligación de lo cotidiano) del cuerpo femenino, acompañada de una cultura hipersexualizada (adicción al sexo) y un bajo autoconocimiento del deseo propio. Vamos, estamos en medio de un auténtico cóctel sin precedentes.
Es cierto que estamos en una época donde por lo menos gozamos de más libertad sexual, eso ha sido un logro histórico que cambió la relación con nuestro propio cuerpo. Pero este cambio que se ha logrado, no significa que ya esté todo hecho, al contrario debemos reflexionar y seguir cambiando patrones de conductas sexuales femeninas, ya que todavía queda un largo camino que recorrer, y la sexualidad es una de esas vías que tenemos que explorar del derecho y del revés, a lo largo y a lo ancho.
Vivimos en una sociedad en la que se nos demanda a las mujeres ya no solamente estar siempre perfectas, sosegadas, presentables, delgadas y bellas, sino estar siempre disponibles para el sexo. No estarlo implica caer en la categoría de “mojigata”, etiqueta que no corresponde con el ideal de mujer de hoy. Etiqueta que nos ha caído a muchas por decir NO, por tomar este derecho a mostrar nuestro deseo (o no-deseo). Estar siempre accesible sexualmente es una nueva demanda que se nos vende como “estar liberada sexualmente” y se toma cualquier negativa a tener sexo por nuestra parte como muestra de represión.
Todo este nuevo ideal de mujer, joven, coqueta, moderna, alocada, sexy, atrevida, voluptuosa, es otra imposición del momento. Pero en realidad no es más que otro modelo de mujer, otro ideal impuesto de mujer para los demás, de mujer que erotiza pero que no se erotiza. De mujer que busca que la deseen pero no muestra su deseo, porque no lo conoce. Es un ideal que no encierra la idea de mujer conocedora de su propio deseo, que no enfatiza en su propio carácter sexual, sino que lo objetualiza ya que no surge de una, no surge de un deseo consciente y propio, sino que lo enseña para que lo tomen y le den forma desde fuera. ¡OJO! no está mal que luzcas así de bella y deseada, pero detrás de esa mujer esplendorosa debe existir el deseo de satisfacerse ella primero, de querer verse así porque nos sentimos bien nosotras y no para una sociedad que te impone verte así.
Este comportamiento lo vemos sobre todo, en medios de comunicación, donde nos presentan a ala mujer como un producto, porque en realidad, ¿qué nos muestran? Mujeres disponibles, mujeres accesibles, mujeres que se ofrecen. Pudiera parecer que mostrar a la mujer de manera erotizada es reconocer su potencial sexual pero en realidad no es así porque lo que se nos muestra no son mujeres con un deseo propio y definido sino mujeres cuyo único objetivo es erotizar y satisfacer las fantasías sexuales del macho. Y digo macho, que no masculinas, porque nos propician a erotizar un tipo determinado de deseo muy específico: el del coito, y no cualquier coito, sino el dominante, lo que resulta especialmente curioso ya que la inmensa mayoría de las mujeres no son capaces de alcanzar el orgasmo con tan sólo esta práctica. Sin embargo es la que más se ve, el que tiene más representación y al que remite nuestra mente cuando pensamos en “sexo” con un hombre-.
A esto hay que añadirle el hecho de que no se fomenta que conozcamos el deseo propio. Este es otro campo en el que sucede como en el amor: que se supone que ya nos apañamos, que es algo que saldrá sólo, cuando para conocer nuestro deseo hace falta una búsqueda consciente del mismo. Hace falta un aprendizaje que nos haga dirigir esta pulsión hacia un lugar o hacia otro, que nos abra las miras y no que las centre solamente en una práctica. Y al no hacerlo, al no haber una educación sexual que lo propicie, se nos deja solas en este contexto que nos hipersexualiza y a la vez nos dice que son ellos los que tienen que entrar a ligar. En el que se asocia el sexo a este coito salvaje, en el que es otra exigencia el ser las amantes perfectas y parece que el papel del hombre se reduce a la función de su pene y a saber dónde tenemos la vagina.
Todo este juego que potencia nuestra disponibilidad sexual pero no hace lo mismo con el conocimiento del deseo, no es más que traer el modelo tradicional de mujer como dadora al plano sexual: la mujer es la que ofrece, la que recibe y la que satisface al macho (la que adapta el propio deseo al deseo ajeno. Al deseo del macho).
La libertad en una misma, en cualquier campo, comienza por un autoconocimiento. El vivir el erotismo desde el deseo ajeno es de todo menos liberador. El “estar disponibles” pero no dispuestas a nosotras mismas no trae la libertad completa que se nos vende que tenemos.
Las consecuencias son múltiples, comenzando por la insatisfacción sexual. Son muchas las mujeres que consideran que tienen un problema por no alcanzar el orgasmo con la penetración, que toman esta práctica como “La Práctica”, con la que deberían disfrutar como con nada más. Es esta práctica con la que se considera que “se pierde la virginidad”. Es esta la que está infinitamente representada en cualquier película. Es lo único que nos dicen que deberíamos desear cuando el deseo y las posibilidades en el sexo son mucho más vastas.
También trae temas de culpabilidad, aparte de por no poder llegar al orgasmo con el coito, por no tener más deseo sexual. Somos muchas las mujeres las que hemos caído en la trampa de pensar que somos “poco sexuales” hasta nos llaman “mujeres frías en la cama” o que algo falla en nuestro deseo, cuando es algo completamente lógico no tener ganas de sexo siempre o siempre que se presenta la ocasión.
Además, dentro de estas demandas de que la mujer debe estar disponible siempre que su macho quiera y que se nos vende el deseo sexual como algo normal y que toda mujer debe por lo menos estar disponible y con el deseo a su máximo nivel sin embargo no se reconoce que el deseo no es algo estático, sino que es fluido, por lo que puede variar de una época a otra en la misma mujer. Y también es cierto que el deseo sexual es algo muy particular, y unas mujeres tendrán mucho más deseo que otras sin que esto represente ninguna anormalidad o patología.
Una auténtica liberación sexual sería aquella en que a las mujeres nos dieran voz, para que otras mujeres nos escucharan. Que atendieran a nuestro deseo real para poder compartirlo, representarlo y mostrar su diversidad. Donde se nos respetara y fomentara el deseo propio. Donde se nos mostraran más opciones, donde se nos dé espacio en los medios y donde se nos educara en erotizarnos a nosotras mismas. Donde nos enseñaran a dejar de tener miedo al cuerpo y a sus sensaciones. Donde no se nos sancionara si hiciéramos lo que decidiéramos hacer con nuestro cuerpo, nuestra vida y nuestra sexualidad. Donde dejáramos de tener miedo en este campo.
Pero pese a todo, pese a estas representaciones monolíticas del deseo sexual femenino, nosotras tenemos mucho que decir y que hacer. Tenemos muchos pasos a dar y el primero es atrevernos a explorar nuestro propio placer. Para hacerlo grande y compartirlo. Darnos crédito a las emociones, sensaciones y pensamientos. No temer a nuestro cuerpo y dejar de lado que nuestros genitales y nuestro cuerpo son algo sucio.
Atrevernos, por fin, a conocernos en este campo y no dudar nunca de que nuestro deseo es inmoral, ni hay nada malo ni erróneo en él. Ni en nosotras.