Limpiabotas y vendedores de revistas, oficios que llegan a su fin

Uno de los limpiabotas ubicados a un costado del Edificio Hatillo en la avenida Cuba
Uno de los limpiabotas ubicados a un costado del Edificio Hatillo en la avenida Cuba / TVN Noticias/Alexandra Howard

El ritmo del vallenato se mezcla con el ruido de los autos que transitan la avenida Cuba. Los funcionarios de la Alcaldía entran y salen de prisa, estresados por la hora de entrada. Y el olor a grasa satura los quioscos que están casi sobre la vía.

Esta es una escena común de la mañana de Calidonia hasta que en una esquina aparecen tres hombres, todos sentados y mirando fijamente a los zapatos que tienen enfrente: son lustradores. De los siete últimos que quedan en el centro de la ciudad.

Ninguno quiere hablar. Sólo lo hacen cuando llegan algunos de sus clientes, todos habituales, quienes le destrancan una conversación. Todo empieza cuando sube un pie a la silla y luego el otro. Después el cepillo, el betún, el trapo y unas cuantas gotas de agua hacen lo suyo.

“El betún no corre sin agua”, es una de las pocas cosas que Valencia, el más viejo de los tres lustradores, se decide a contar. Tiene 30 años en la misma esquina. Tres décadas en las que ha visto cómo su ocupación ha dejado de ser vital para la estética del hombre moderno.

Los hombres esperan pacientemente ,con un periódico en mano,  que los lustradores hagan su labor
Los hombres esperan pacientemente ,con un periódico en mano, que los lustradores hagan su labor / TVN Noticias/Alexandra Howard

“Antes habían hasta 70 lustradores a lo largo de la avenida, pero ahora sólo hay seis o siete”, dice.

La desaparición de los lustradores de zapatos ha coincidido con la depresión del centro y el crecimiento hacia las afueras de la ciudad.

Si hace 30 años era fundamental ir a Calidonia de compras, hoy los centros comerciales proliferan en la puerta de los barrios más lejanos. El hombre moderno, además de no usar tantos zapatos de vestir, ya no necesita pasar cerca de un limpiabotas.

Los jueves son los días en que más sienten el golpe. Los sábados todo lo contrario: se pueden llevar hasta $40. Cobran $1.25 por cada limpiada, casi el triple que hace dos décadas.

Pero los jueves no son su único problema. En ocasiones, tienen dificultades para conseguir el betún de color negro, café o neutro, los que más utilizan, y que cuestan $1.71. A fin de cuentas, el betún es para ellos lo que una cámara representa para un fotógrafo.

Valencia, de todos modos, no tiene una perspectiva tan negativa. Le gusta la libertad que tiene para determinar su horario de trabajo. “Nadie me jode”, manifiesta entre risas. La jornada termina a la una de la tarde si no aparece la lluvia.

Pero él sabe que tiene un consuelo: los vendedores de libros y revistas. Ellos también están desapareciendo.

Desecho para unos, joya para otros

En una esquina de calle 37 Perejil se avista un pequeño quiosco, el único puesto disponible por esa zona, desde hace 30 años, para los curiosos que desean agregar más títulos a su biblioteca personal.

Literatura clásica, latinoamericana, ensayos de diversas especialidades médicas y uno que otro código de derecho. El encargado del quiosco, quien prefiere que no lo identifiquen, dice a TVN Noticias que las personas llevan a ese punto “lo que no quieren”.

Algunos de los títulos disponibles en el quiosco de venta en Calle 37
Algunos de los títulos disponibles en el quiosco de venta en Calle 37 / TVN Noticias/Alexandra Howard

Los libros los venden a $3, las revistas –de economía, hogar o farándula, por mencionar algunas de las disponibles- a un dólar y los textos de temáticas específicas pueden costar entre $30, $40 o $50.

Entre la variedad no es extraño encontrarse una obra de autores panameños. Títulos de Rosa María Britton y Rose Marie Tapia están disponibles para los ávidos de la lectura en aquel lugar.

Los libros, que unos consideran desechos, se convierten en joyas casi invaluables para alguien más.

La época previa al inicio de clases es el momento del año en que más ventas registran, pero el vendedor asegura que, usualmente, el negocio está “bastante lento”: tiene que competir con el internet y las cadenas de librerías que proliferan por la ciudad.

Las comodidades de la sociedad de estos días lo sorprendieron y lo han dejado casi indefenso. Ya sabe que, así como los lustradores de zapatos, está por convertirse en uno de los últimos recuerdos de la ciudad que muere aplastada por los centros comerciales, los rascacielos y la modernidad.

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