Repetición: Jelou!
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En la década de 1970, James Cameron, entonces estudiante del Fullerton Junior College, despertó de un sueño que marcaría su vida y la historia del cine: un mundo cubierto por un bosque resplandeciente, árboles como lámparas de fibra óptica, un río brillante, y musgo púrpura que se iluminaba con cada paso. Esa visión onírica no solo dio origen a Pandora, el mundo de Avatar, sino que se convirtió en una pieza clave en su defensa legal. “Nos salvó de aproximadamente 10 demandas”, confesó a GQ. “Siempre hay algún raro con papel aluminio bajo su peluca que piensa que has irradiado la idea de su cabeza. Y resultó que habían 10 u 11 de ellos”.
Pero el sueño fue solo el principio. Cameron era un narrador visual desde su adolescencia. “El dibujo era cómo procesaba el mundo. Leía, veía películas, absorbía toda la narración y luego simplemente tenía que contar la mía”, dijo en entrevista con AFP. Su pasión por la ciencia ficción y la ilustración lo llevó a desarrollar piezas visuales desde joven, como el dibujo titulado Spring on Planet Flora, que más tarde inspiraría la flora exótica de Pandora.
En 1994, escribió un tratamiento de 80 páginas para un proyecto llamado Project 880, según reveló Collider. Era una historia de descubrimiento personal cargada de metáforas ecológicas y coloniales, influenciada por obras como Princess Mononoke, Dances with Wolves y Lawrence of Arabia. Sin embargo, la tecnología de la época no estaba a la altura de su ambición. Cameron guardó el proyecto en un cajón… hasta después de Titanic.
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Fue recién en 2005 cuando los avances en captura de movimiento y efectos visuales le permitieron dar vida al universo de Pandora. Como explicó a Collider, “ya podía crear personajes y entornos por computadora con una fidelidad antes inalcanzable”. El nivel de detalle fue meticuloso: los Banshees, criaturas voladoras del planeta, fueron diseñados a partir de una mezcla de barracudas, águilas, serpientes, murciélagos, ranas venenosas y peces de arrecife. El vestuario digital de los Na’vi, por su parte, tomó referencias de culturas tribales de África, Mesoamérica, México e Indonesia.
Más allá del espectáculo visual, Avatar es también una obra profundamente personal. Jake Sully, el protagonista, es en parte un reflejo del propio Cameron. “Muchos de sus aspectos provienen de mi propia personalidad y experiencias como padre de cinco hijos”, declaró a GQ. Lo describió como un personaje “duro” pero con un trasfondo emocional complejo, producto del miedo y el amor paternal. “Quería que a veces el público lo viera como un imbécil”, añadió, “porque eso muestra sus contradicciones humanas”.
Esta dimensión emocional se intensifica en la secuela Avatar: The Way of Water. Cameron planteó una pregunta esencial en entrevista con GQ: “¿Qué hacen dos personajes que son guerreros, que toman riesgos y no tienen miedo, cuando tienen hijos y aún enfrentan una lucha épica? Su instinto es ser intrépidos y hacer locuras, pero ahora tienen hijos. ¿Cómo se ve eso en un entorno familiar?”.
Pero el camino hacia el éxito no fue fácil. En los primeros intentos de vender Avatar, el entonces ejecutivo de Fox, Peter Chernin, se mostró reacio al enfoque ambientalista del guion. “¿Hay forma de quitarle la basura hippie ecologista?”, preguntó. La respuesta de Cameron fue contundente: “Elegí contar esta historia por la basura hippie ecologista”. Ante la negativa de Fox, negoció con Disney, y lanzó una advertencia a Chernin: “Vas a parecer un idiota si esta película hace mucho dinero”.
No solo tenía razón: Avatar recaudó más de 2.900 millones de dólares y se posicionó como uno de los mayores hitos de la historia cinematográfica. Hoy, el mundo de Pandora no es solo un logro técnico; es la manifestación de un sueño imposible, una apuesta por la visión artística y una prueba de que incluso los sueños más insólitos pueden cambiar el mundo, si se tiene el coraje, y la tecnología, para hacerlos realidad.