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En medio del bullicio de la Capixabinha, una de las competencias juveniles de fútbol más importantes en Brasil, un pequeño jugador captó la atención del público y las redes sociales, no solo por su talento, sino por lo que parecía ser un cuerpo completamente tatuado. Su nombre es Bryan, tiene apenas 10 años, y juega para el equipo Craques do Futuro Sub-10. Pero lo que realmente lo distingue es algo mucho más profundo que el fútbol: lleva en la piel las voces de sus ancestros.
Lo que muchos pensaron que eran tatuajes permanentes, en realidad son pinturas corporales tradicionales de su comunidad indígena Pau Brasil, hogar del pueblo Tupinikim, ubicado en el estado de Espírito Santo. Cada trazo sobre su piel es un símbolo con un profundo significado cultural, espiritual y familiar.
“Son voces ancestrales…”, explica Bryan con la madurez de alguien que entiende que lo que porta en su cuerpo va más allá de la estética. “Representan sentimientos, protección y valores que aprendí desde que nací. Son parte de mí”.
Las pinturas corporales de Bryan no son decorativas. Son una práctica milenaria que forma parte de los rituales y celebraciones de los pueblos indígenas brasileños. En su caso, representan elementos de la naturaleza, escudos de protección espiritual y símbolos de identidad familiar. Cada vez que entra al campo, no solo juega al fútbol, también rinde homenaje a su historia.
Su historia se viralizó luego de que se difundieran imágenes de él participando en la Capixabinha luciendo completamente pintado. Rápidamente se ganó la admiración de miles de usuarios por su autenticidad y orgullo cultural.
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“Es espectacular”, comentaron algunos internautas. “Un ejemplo de cómo se puede llevar la cultura con dignidad y orgullo desde la infancia”. Bryan pertenece a una de las 13 aldeas de la nación Tupinikim en Brasil, específicamente a la comunidad de Pau Brasil. La etnia Tupinikim es conocida por su resistencia histórica, su arte corporal, su conexión con la naturaleza y su lucha por el reconocimiento de sus derechos territoriales y culturales.
A su corta edad, Bryan ya ha participado en eventos como la fiesta Kurumins, una celebración de identidad y resistencia que conmemoró los 525 años de la lucha de los pueblos indígenas. En ella, niños y niñas indígenas se reúnen para cantar, danzar y recordar a sus antepasados.
“Hacemos eco de los que nunca se callaron”, dicen desde la comunidad. “Celebramos lo que somos, lo que seguimos siendo y lo que no vamos a dejar que se borre”. Bryan no solo destaca por su compromiso cultural. En la cancha, su desempeño es igual de impresionante. Con rapidez, visión y pasión, representa una promesa del fútbol brasileño. Sin embargo, lo que realmente emociona es su capacidad para fusionar deporte e identidad, mostrando al mundo que ser indígena no es un obstáculo, sino una fuerza.
Su historia llega en un momento crucial, en el que la visibilidad de las culturas originarias sigue siendo una deuda pendiente. Bryan, con cada paso que da en el campo, no solo persigue un balón, también corre junto a la historia de su pueblo.