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Lo que alguna vez fue una simple afición para geeks del audio, ahora es una industria dominada por celebridades, contratos millonarios y una transformación mediática sin precedentes. Así lo demuestra la nueva lista publicada por la revista TIME, que celebra los 100 mejores podcasts de la historia, no solo por su calidad, sino por su impacto cultural, político y económico.
La publicación no se limitó a premiar popularidad: retrató una metamorfosis completa. En sus comienzos, el podcasting era sinónimo de independencia. Un micrófono barato, algo de software gratuito y una buena idea bastaban para comenzar. Figuras como Roman Mars (99% Invisible), Phoebe Judge (Criminal), y Sarah Marshall (You’re Wrong About) ganaron reputación con autenticidad, creatividad y cercanía, sin necesitar un apellido famoso o un estudio millonario detrás.
“La barrera de entrada era casi inexistente. Lo que importaba era tener algo que decir, y una forma única de contarlo”, señaló TIME en su editorial de apertura.
Sin embargo, ese espíritu DIY (hazlo tú mismo) fue cediendo terreno a una lógica más corporativa. Con el auge del medio en la última década, especialmente durante los confinamientos por COVID-19, llegó la consolidación de plataformas como Spotify y SiriusXM, que comenzaron a invertir sumas astronómicas en nombres con peso mediático.
El caso más reciente es el de Alexandra Cooper, creadora de Call Her Daddy, quien firmó en 2025 un contrato de USD 125 millones con SiriusXM por su red Unwell. En 2020, Spotify había hecho un movimiento similar al adquirir The Ringer, de Bill Simmons, por 250 millones de dólares.
Pero como advirtió TIME: “No toda celebridad es buena haciendo podcasts. La fama no garantiza un buen contenido ni conexión con la audiencia. El formato exige autenticidad, no solo reconocimiento.”
Uno de los cambios más radicales en el ecosistema es la transformación visual del podcast. Plataformas como YouTube, que ahora se autodenomina la mayor distribuidora de podcasts del mundo, reportan mil millones de visualizaciones mensuales de contenido de este tipo. La consigna es clara: ya no basta con una buena voz. Hoy, los hosts deben mostrarse, moverse, gesticular. Están tan presentes frente a cámara como en micrófono.
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Este cambio también afectó a medios tradicionales. The New York Times, por ejemplo, ha empezado a solicitar a sus podcasters que se adapten al video. Las exigencias del algoritmo de TikTok y el nuevo hábito de consumo fragmentado están remodelando el formato desde su raíz.
Uno de los momentos más paradigmáticos del ascenso del podcast como plataforma de influencia fue cuando Barack Obama apareció en WTF with Marc Maron en 2015. Desde un modesto garaje en Los Ángeles, el entonces presidente de EE.UU. habló con honestidad sobre racismo, armas y política. Fue un parteaguas.
Aquel gesto sembró lo que sería una estrategia política estándar: en 2024, Kamala Harris visitó Call Her Daddy, y Donald Trump recorre sin pudor los rincones de la “manosfera” en busca de votantes jóvenes. Lo que antes era impensable, usar un podcast como arena electoral, hoy es moneda corriente.
“Solo un micrófono y una historia potente bastaban para cambiar el curso de una elección o una narrativa social”, reflexiona TIME.
TIME no solo premió calidad narrativa, sino influencia cultural. Podcasts como Serial marcaron el auge del true crime y abrieron debates éticos sobre la explotación del dolor ajeno. 2 Dope Queens ofreció un espacio para la comedia afroamericana femenina, mientras que WTF logró llevar al mainstream a figuras de culto y conversaciones profundas.
La lista también destaca propuestas innovadoras como Radiolab, que revolucionó el diseño sonoro; Song Exploder, que deconstruye canciones con los propios músicos; o Ear Hustle, grabado desde una prisión en San Quentin.