La Santa Cruz | ¿Cómo se transformó de herramienta de tortura a ícono eterno del cristianismo?

Este símbolo de muerte en el Imperio romano, se transformó en un ícono sagrado que hoy moviliza a millones de fieles en todo el mundo.

La cruz dejó de ser instrumento de muerte para convertirse en signo de vida. / IA - META

Cada Viernes Santo, en templos de todos los continentes, se repite una imagen poderosa: multitudes reverencian la cruz, la besan, la cargan, la alzan. Sin embargo, pocos símbolos tienen un origen tan oscuro como el madero donde fue ejecutado Jesús de Nazaret. Lo que hoy inspira fe y devoción, fue durante siglos un ícono de castigo brutal, reservado a los enemigos más despreciables del Imperio romano.

“Y llevando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, en hebreo, Gólgota; donde lo crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio”, narra el Evangelio de Juan.

Este pasaje se recita en los oficios religiosos que recuerdan la pasión y muerte de Cristo. Pero durante los primeros siglos, ni los fieles ni los líderes del cristianismo osaban mostrar cruces. No aparecían en las catacumbas donde se escondían los cristianos perseguidos, ni formaban parte del arte litúrgico inicial. En cambio, preferían imágenes más esperanzadoras: Jesús resucitado, repartiendo pan o acompañado de peces, como signo de vida.

Según la arqueóloga Cayetana Johnson, de la Universidad Eclesiástica San Dámaso (España), los primeros cristianos evitaban el símbolo de la cruz por una mezcla de temor y vergüenza”.

“Para los judíos observantes, entre quienes estaban los primeros seguidores de Jesús, la crucifixión era algo escandaloso. Era una forma abominable de ejecución”, explicó a BBC Mundo.

“Se desnudaba completamente al reo, se lo encadenaba al madero y su cuerpo sin vida se lanzaba a una fosa común. Era un acto de humillación total y una advertencia del poder imperial”, agregó.

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No era una práctica exclusiva de los romanos. Asirios y persas ya la utilizaban, pero el Imperio romano la perfeccionó como mecanismo de represión. En el siglo I a.C., después de la rebelión de Espartaco, se crucificó a 6.000 esclavos a lo largo de la Vía Apia, como relató el historiador Plutarco.

La cruz, durante siglos, fue sinónimo de muerte. Convertirla en símbolo de esperanza requería una revolución de significado que tomó generaciones.

Antes que la cruz, los cristianos eligieron el símbolo del pez. El término griego ichthys (pez) es un acrónimo de Iesous Christos Theou Yios Soter: Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador. Así lo explican San Agustín de Hipona y Tertuliano en sus escritos.

Diarmaid MacCulloch, profesor emérito de historia de la Iglesia en Oxford, confirma que el pez fue el primer signo distintivo de la comunidad cristiana.

Joan Taylor, profesora emérita de la Universidad King’s College London, añade: “El pez recuerda el ministerio de Jesús junto a pescadores, y milagros como la multiplicación de los peces”.

“En representaciones orientales antiguas de la última cena, aparecen dos peces sobre la mesa, no un cordero”, completa Johnson. Además, el pez era un símbolo familiar en culturas mediterráneas: asociado a la fertilidad, al ciclo de la vida y al misterio de lo oculto en las profundidades.

La resignificación de la cruz cobró fuerza con el emperador Constantino I (280–337), el primer gobernante romano que se convirtió al cristianismo. A él se le atribuye la legalización del culto cristiano y la conversión del símbolo.

“Antes de la batalla del Puente Milvio, vio una cruz en el cielo y escuchó: ‘Con esta señal vencerás’”, relató Taylor. “Mandó pintar la cruz en los escudos de sus soldados y, tras su victoria, adoptó la cruz como emblema personal y militar”.

No era aún la cruz como la conocemos. Se trataba de la combinación de las letras griegas Ji (X) y Rro (P), iniciales de Christos. Sin embargo, esta señal marcó el inicio de un proceso irreversible.

Para entonces, algunos pensadores cristianos ya intentaban reinterpretar la cruz. San Justino Mártir, en el siglo II, escribió que representaba la organización divina del universo, por sus cuatro brazos que evocan los puntos cardinales y los ríos del Edén.

Pero esa resignificación no fue bien recibida por todos. Joanne Pierce, profesora de Estudios Religiosos en Holy Cross (EE. UU.), recuerda el grafiti de Alexámeno, una burla grabada en un muro romano, que muestra a un hombre adorando a un crucificado con cabeza de burro. Para muchos romanos, la fe cristiana era ridícula.

“Los cristianos eran vistos como locos por venerar a un reo condenado a muerte”, explicó Pierce. El proceso simbólico avanzó cuando Constantino prohibió la crucifixión como pena capital en el año 337. Su madre, Helena, emprendió una peregrinación a Jerusalén para buscar la cruz original de Cristo. Según la tradición, la halló en el sitio donde hoy se alza la Basílica del Santo Sepulcro, convirtiendo el lugar en un foco de peregrinación.

Las primeras cruces cristianas no eran dolorosas ni cruentas. Estaban decoradas con piedras preciosas y mostraban a Cristo sereno, vestido como rey o sacerdote.

“Será en la Edad Media, con la peste, las guerras y la reforma protestante, cuando el Cristo crucificado se vuelve sangriento, sufriente, desgarrador”, detalló Johnson.

Para el cristianismo, la cruz dejó de ser instrumento de muerte para convertirse en signo de vida. En ella no solo se recuerda el sacrificio, sino la resurrección. Más de dos mil años después, el símbolo que provocaba horror en los primeros discípulos se ha transformado en una seña de identidad global.

“Con su muerte en la cruz, Cristo completó su misión, y con su resurrección venció al pecado y a la muerte”, concluye Pierce. Un madero que humillaba se convirtió en estandarte. Una herramienta de tortura, en signo de redención. La cruz ya no amenaza: convoca. Une. Y sigue marcando caminos de fe.

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