Así no puede terminar la carrera de Mariano Rivera
Eric Núñez La expectativa de los Yanquis para el año que marcaría el adiós de Mariano Rivera era por todo lo alto. Con su temple modesto, sereno y serio, saldría a pitchear por última vez. Sacaría los tres outs del noveno inning con el lanzamiento de siempre —la venenosa recta cortada— y sus Yanquis de Nueva York celebrarían otro campeonato en una Serie Mundial, el sexto del panameño con el único equipo con el que ha jugado. Tristemente, el guión soñado para la culminación de la 18va campaña del derecho de Puerto Caimito ha quedado en el limbo. En vez de festejos en una lomita y baños de champaña en el vestuario, la posible última imagen de Rivera es verlo trastabillando en la franja de advertencia del Kauffman Stadium de Kansas City, mientras atrapaba elevados en una práctica de bateo, sin poder ocultar las muecas de dolor causadas por una lesión en la rodilla derecha. Rivera se cayó al intentar atrapar un elevado y se rompió el ligamento cruzado anterior y el menisco, esencialmente lesiones que requieren una larga y paciente recuperación. Si bien nunca dijo explícitamente que 2012 iba a ser su último año en las mayores, todo el mundo entendió la gravedad de lo ocurrido el atardecer del jueves: la ilustre carrera de Rivera pudo haber llegado a su fin. ¿Irse del béisbol así por una lesión en circunstancias tan inocuas? Simple y llanamente no se ajusta a lo debe ser el escenario apropiado para el mejor relevista en la historia, un seguro miembro del Salón de la Fama al primer intento. ¿Sacado del terreno en un carrito de golf ante la mirada atónita de sus compañeros? Esto no es lo correcto para el líder histórico de rescates con 608, más 42 en la postemporada. Alguien que provoca admiración en todas partes, inclusive en Boston, la ciudad del rival de siempre. "En este punto, no lo sé", dijo Rivera, susurrando sus palabras. "Primero tengo que enfrentar esto. Todo depende de la forma en que se lleve a cabo la rehabilitación. Después ya veremos". Rivera no pudo contener el llanto, una reacción inusitada que no se dio en sus momentos más difíciles, como cuando en Arizona malogró el salvado en el séptimo juego de la Serie Mundial de 2001 o los dos rescates que dejó escapar en la serie de campeonato de la Liga Americana contra Boston en 2004. A la vista de compañeros de equipos y adversarios, todo este tiempo, Rivera había proyectado una imagen de indestructible, sin importar que ya tenía 42 años. Perfeccionista y cumplidor al detalle de la rutina diaria de preparación física, las lesiones no se asociaban con Rivera. La última vez que estuvo en una lista de incapacitados fue hace casi una década, cuando en 2003 sufrió una dolencia en la ingle. Su eficacia es alucinante: por lo menos 60 apariciones en cada una de las últimas nueve temporadas y sin fallar en conseguir al menos 30 salvamentos desde 2003. De vez en cuando se registraban malas salidas, provocando cuestionamientos sobre si ya estaba en declive, pero que después pasaban al olvido con abrumadores exhibiciones de dominio. Esta campaña, por ejemplo, comenzó con un rescate malogrado en Tampa Bay, pero luego respondió con cinco salvamentos y tenía 2.16 en promedio de carreras limpias permitidas. Al iniciar los entrenamientos de primavera, Rivera habló de que había tomado una decisión definitiva sobre su futuro, pero que no podía adelantar. Era evidente que su plan era el retiro, al considerar que cumple el último año de su actual contrato. Algo que no pasó inadvertido fue el que se presentó a la pretemporada desde el primer día, como si estuviese dispuesto a absorber de forma completa, por una última vez, toda la experiencia de una campaña. Rivera no merece despedirse del béisbol de esta forma. Lo ideal, mejor dicho, lo único válido, es que aún pueda salir trotando del bullpen del Yankee Stadium, con el sonido "Enter Sandman" de Metallica retumbando (una canción a la que nunca dio su visto bueno), y al final —tras un strike con la recta cortada— se vaya cargado sobre los hombros de sus compañeros.