Vergüenza, frustración y sueños remotos en las 'colas del hambre' de Madrid

Mujeres hacen fila para recibir alimentos en Madrid, España. / AFP
Afp
19 2021 - 06:45

Aunque escondidos tras una mascarilla negra, Rita no renuncia a pintarse los labios de un rojo intenso. Pero su sonrisa de comediante se estremeció cuando tuvo que unirse a "las colas del hambre" en Madrid.

"Fue un momento duro, triste. Pasas por un estado de vergüenza, aunque no tendría que ser así", explica esta mexicana de 41 años, que perdió su empleo de profesora de teatro al comienzo del confinamiento estricto de marzo de 2020 y no ha encontrado otro desde entonces, quedándose sin ahorros.

Un año después de estallar la pandemia en España, la necesidad de ayuda alimentaria es omnipresente entre los sectores más castigados por la crisis económica consecuente.

La oenegé católica Cáritas recibió el año pasado a medio millón de personas que nunca habían recibido ayuda alimentaria anteriormente. Solo en la capital, los bancos de alimentos vieron aumentar su demanda en un 40% interanual.

Todos los viernes desde diciembre, Rita Carrasco acude a recibir una gran caja con víveres en un "comedor social" en el barrio popular de Carabanchel, en el sur de Madrid.

También colabora en la distribución de alimentos como voluntaria, una tarea que aligera algo su amarga situación. "Dar y recibir cambia la percepción", asegura.

Con unos chalecos amarillos, una veintena de voluntarios se movilizan en un gran local parroquial, flanqueado por una cocina nueva para preparar platos calientes. Antes lo consumían en el mismo lugar, pero ahora se entregan para llevar por razones sanitarias.

Otros reparten frutas, legumbres o cereales a las personas que hacen fila en la estrecha acera, a menudo mujeres de origen latinoamericano en un barrio con amplia presencia de extranjeros.

Se trata de uno de los cuatro comedores abiertos de urgencia en la primavera boreal de 2020 por la entidad de obra social Álvaro del Portillo. Antes de la pandemia solo necesitaban uno.

Actualmente atienden a alrededor de 2.000 personas, el doble de las que tenían hace apenas un año.

"Con el paso de los meses, hemos notado una cierta relajación", indica Susana Hortigosa, presidenta de la asociación parroquial.

"Las demandas siguen más altas que antes de la pandemia pero han bajado un poquito. Las personas han empezado a cobrar las prestaciones por desempleo parcial, han encontrado horas de trabajo" a medida que la economía se reactivó, explica.

Llueve sobre mojado

Desde el comienzo de la crisis, el gobierno de izquierdas de Pedro Sánchez desembolsó 40.000 millones de euros (USD 47.600 millones) para financiar los planes de desempleo parcial, una de las medidas principales para sostener a los hogares afectados y evitar despidos masivos.

Sin embargo, el alud de demandas desbordó la administración que a veces tardó meses en pagar estas prestaciones.

Eso le ocurrió al marido de Reina Chambi, de 39 años. Él trabajaba en un hotel y ella cuidaba a ancianos, empleos que la pandemia se llevó de inmediato.

"Se demoraron en pagar la prestación. Tuvimos que recurrir a la iglesia para que nos ayuden porque no teníamos ingresos", explica esta madre de dos niñas, que aguanta un viento glacial mientras hace cola en otro comedor en el barrio de Vallecas.

La llegada de la prestación dio algo de aire a su familia, aunque, estando los dos desempleados, la ayuda alimentaria sigue siendo indispensable.

"Es una gran ayuda porque al final no tenemos que comprar leche, garbanzos, fideos, esas cosas. Y eso lo gastamos para detergente o carne", explica tímidamente Reina, que extraña la "vida estable" que había construido tras llegar de Bolivia hace 15 años.

En España, un cuarto de sus habitantes se encontraba ya en riesgo de pobreza o exclusión social en 2019, una de las tasas más elevadas de Europa. Y la pandemia se ensañó más con los más vulnerables.

"Te sientes frustrada porque cada vez que quiero salir adelante, me pasa algo", lamenta Amanda Gómez, de 53 años y divorciada justo antes de la pandemia.

Ahora está sola para criar dos niños, uno discapacitado, con sus escasos ingresos como empleada doméstica.

La familia ya dependía de ayudas desde hace seis años, pues su exmarido se quedó desempleado en la crisis económica anterior.

Amanda no se da por vencida: habilidosa en los fogones, busca recetas en internet para "aprovechar al máximo" los alimentos que recibe e intenta repartir pasteles a domicilio con la esperanza de un día abrir una pastelería.

"Sueño en grande, porque tampoco el soñar cuesta nada. Lo que quiero es ir a la parroquia sin pedir nada. Ir a apoyar".

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