Amor perfecto: cómo la obsesión por la perfección termina dañando la relación

Los especialistas coinciden en que pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino de madurez emocional.

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Los especialistas coinciden en que pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino de madurez emocional / IA - META

El deseo de hacerlo todo bien puede sonar admirable. Sin embargo, cuando esa voluntad se transforma en una exigencia permanente, la vida en pareja comienza a tensarse hasta un punto peligroso. Psicólogos y psicoanalistas coinciden: el perfeccionismo extremo no solo desgasta; puede convertirse en una amenaza silenciosa que erosiona la intimidad, la confianza y la estabilidad del vínculo.

Aunque muchas personas creen que “esperar lo mejor” fortalece relaciones, la frontera entre aspiración y obsesión puede ser fina. Cuando se traspasa, la dinámica romántica deja de ser refugio emocional y se convierte en examen permanente, marcando distancia afectiva y frustración.

El psiquiatra y doctor en Psicología Juan Eduardo Tesone describe el fenómeno con contundencia. Para él, perseguir estándares inalcanzables implica vivir en una carrera donde la meta nunca llega: “La búsqueda de perfeccionismo es una pesada mochila para todo ser humano. En primer lugar, es un sufrimiento para la persona que corre detrás de una ilusión imposible de lograr. El desfasaje entre una meta irreal y lo realmente logrado, estará siempre un paso por debajo de la exigencia, con la consiguiente frustración y duelo permanente”.

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Pero esa exigencia no queda encerrada en la mente del perfeccionista. Se contagia al entorno y lastima vínculos esenciales, incluida la pareja. Tesone advierte que este patrón no solo hiere a quien lo vive, sino también a quienes lo acompañan diariamente: “Dicha exigencia, dirigida a la vez hacia sí mismo y hacia el otro, agota a la persona y a su partenaire, generando conflictos por motivos que no se justifican, limando poco a poco todo vínculo”.

Su propuesta para romper este ciclo apunta a una intervención profunda: “Abordar esta problemática requiere una psicoterapia, de preferencia psicoanalítica, que pueda ahondar en la fuente de su problemática y logre desanudar una exigencia desmedida, tejida en interrelación con sus padres desde la más tierna infancia, abriendo una perspectiva nueva sobre sí mismo y sobre todo vínculo”.

Eduardo Drucaroff, psicólogo especializado en vínculos, subraya que la convivencia con un perfeccionista puede volverse un terreno emocionalmente frágil: “Puede ser abrumador, para la otra persona, sobre todo si se es muy dependiente en cuanto a la formación de la autoestima, del juicio de valor de la pareja”.

Según él, aunque el perfeccionista crea estar ayudando, su actitud suele generar el efecto contrario: “El miembro de la pareja que es perfeccionista cree estar contribuyendo positivamente a la construcción de la pareja o la familia con sus señalamientos constantes acerca de cómo deben hacerse las cosas, porque piensa de buena fe que así se van a alcanzar mejores formas de ser y de estar en conjunto”.

Para la psicóloga Valeria Wittner, la presión interna del perfeccionista termina contaminando incluso lo cotidiano: “Las personas tienen estándares y expectativas muy altos, pero eso les genera sentimientos de frustración si no alcanzan eso que pretenden, porque van a todo o nada”.

Esto afecta directamente la naturalidad en la pareja: “Se siente absolutamente exigido, siente que nunca nada va a alcanzar, siempre tiene miedo de cometer errores, hay falta de espontaneidad”.

Rosalía Alvarez aclara que el problema no es solo ser exigente, sino la incapacidad de aceptar diferencias: “Son personas a las cuales les resulta aún más dificultoso que a otros aceptar que el otro miembro de la pareja es eso, justamente otro, que siente distinto, que piensa distinto, que actúa distinto”.

Esta intolerancia, sostiene, genera un clima tóxico: “Lo que siempre da lugar a confrontaciones, peleas continuas, exigencias desmedidas y críticas sistemáticas, creando una situación caótica de pareja”.

Los especialistas coinciden en que pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino de madurez emocional. Drucaroff recomienda consultar a un terapeuta de pareja, mientras Wittner enfatiza trabajar en flexibilidad, límites y metas pequeñas y alcanzables.

Y Tesone resume la clave del proceso de forma clara: “Si bien un poco de exigencia puede ser estimulante, demasiada exigencia aplasta tanto a la persona como sus vínculos amorosos”.

La salida, entonces, no está en renunciar a mejorar, sino en aprender a valorar lo suficiente, abrir espacio al error y entender que el amor no necesita perfección: necesita humanidad.

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