Callar para evitar peleas puede enfermar: lo que dice la psicología sobre reprimir las emociones
Psicología
Guardarse lo que se piensa también duele, cómo el miedo al conflicto afecta la salud mental y física.
Callar para evitar un problema puede parecer una solución rápida y elegante. Sin embargo, reprimir lo que se piensa o siente con frecuencia puede tener consecuencias devastadoras para la salud emocional, la autoestima e incluso el bienestar físico, según advierten psicólogos y expertos en salud mental.
En relaciones personales o laborales, es común que muchas personas opten por el silencio cuando una situación se torna incómoda. Ya sea por temor a la confrontación, por el deseo de mantener la armonía o por experiencias traumáticas del pasado, decidir no hablar puede generar un sufrimiento invisible pero profundo.
“Al evitar el conflicto, nos cercenamos”, explicó la divulgadora de salud mental Margarita Tartakovsky en PsychCentral. Y agregó que aunque tragar la tristeza y decir que “todo está bien” parezca más fácil, esa conducta termina erosionando la autoestima y la percepción de uno mismo.
Desde la psicología, se ha identificado este patrón como una forma de evitación emocional que, a largo plazo, puede provocar ansiedad, angustia, fatiga emocional e incluso problemas físicos. Cuando una persona se calla repetidamente frente a un conflicto, su cuerpo activa mecanismos de alerta similares a los del peligro físico: se eleva el cortisol, aumentan los niveles de estrés y se afecta la inmunidad.
“El cerebro interpreta que está frente a un peligro real, muchas veces porque la persona aprendió en su infancia que confrontar era sinónimo de violencia o abandono. Por eso, aunque racionalmente sepa que podría hablar, el cuerpo le dice que calle”, explica Tartakovsky.
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Este silencio también comunica al entorno que la opinión propia no es importante. Y con el tiempo, la persona puede comenzar a renunciar sistemáticamente a sus necesidades y deseos, priorizando siempre a los demás por encima de sí misma.
Quienes tienden a evitar conflictos suelen ser personas que valoran altamente la paz, la estabilidad emocional y las relaciones sin sobresaltos. Pero la búsqueda de armonía no debería implicar el silenciamiento de uno mismo.
En algunos casos, esta tendencia está relacionada con patrones aprendidos en la infancia, especialmente en entornos donde la confrontación era mal vista o peligrosamente castigada. En otros casos, surge por miedo a decepcionar, a ser rechazado o a “romper” una relación por decir lo que realmente se piensa.
“No está bien asentir y decir ‘sí’ constantemente en un acto de fingimiento para mantener la paz”, advierte Tartakovsky. “Ese comportamiento puede aliviar momentáneamente, pero nos desconecta de nuestras emociones auténticas y de nuestra capacidad para defendernos”.
El impacto de reprimir las emociones no es solo psicológico. Numerosos estudios han relacionado la supresión emocional con dolencias físicas como gastritis, tensión muscular crónica, insomnio, migrañas y problemas cardiovasculares. Además, aumenta el riesgo de desarrollar trastornos de ansiedad y depresión.
La psicología moderna entiende que el conflicto no es sinónimo de violencia, sino una herramienta inevitable (y a veces necesaria) de evolución en las relaciones humanas. Saber cómo discutir, cómo expresar el desacuerdo y cómo negociar sin atacar es una habilidad que se puede aprender y fortalecer.
¿Cómo hablar sin miedo?
- Romper con años de silencio no es fácil, pero hay formas prácticas de comenzar. Según Tartakovsky, algunos pasos iniciales incluyen:
- Hacer una lista de razones para hablar. Tenerlas visibles y leerlas constantemente puede ayudar a ganar confianza.
- Escribir lo que se quiere decir. Organizar ideas y pensar en ejemplos concretos para prepararse emocionalmente.
- Practicar en voz alta o frente al espejo. Esto permite familiarizarse con el discurso y reducir la ansiedad.
- Ser claro al hablar. Usar un tono tranquilo, elegir bien las palabras y enfocarse en el mensaje, no en la emoción.
- Recordar que el conflicto puede ser constructivo. De una charla tensa pueden surgir acuerdos, nuevos entendimientos o incluso relaciones más sanas.
El objetivo no es confrontar por confrontar, sino dejar de invisibilizarse. El silencio constante no resuelve los problemas: los disfraza. Expresar lo que se piensa, con respeto y empatía, es parte del autocuidado y una práctica que fortalece la salud emocional.
Y si expresar lo que se siente resulta demasiado difícil, consultar con un profesional de salud mental puede ser el primer paso para recuperar la voz propia. Un psicólogo puede ayudar a identificar los bloqueos emocionales, ofrecer herramientas para la comunicación asertiva y acompañar el proceso de sanar la relación con uno mismo.