Ciencia y psicología revelan por qué el tiempo pasa más rápido a medida que envejecemos

La percepción del tiempo se ha consolidado como uno de los temas más enigmáticos de la neurociencia contemporánea.

Aún no existe un modelo único que explique por completo cómo el cerebro organiza la experiencia temporal. / Pixabay/Licencia libre y gratuita

Lejos de tratarse de un simple “reloj interno”, investigaciones recientes han demostrado que la forma en la que los seres humanos experimentan el paso del tiempo es el resultado de un entramado de procesos cerebrales que involucran memoria, atención, emoción y actividad neuronal distribuida en múltiples regiones del cerebro.

Estudios publicados en revistas especializadas han coincidido en que la experiencia temporal no es universal ni lineal. Factores como el miedo, la alegría, el aburrimiento o la atención plena pueden modificar la manera en que se perciben los minutos u horas. En contextos de peligro, por ejemplo, se ha observado que las personas reportan una sensación de “ralentización” del tiempo, mientras que en actividades placenteras tiende a ocurrir lo contrario: el tiempo parece acelerarse.

La ciencia explica este fenómeno a partir de la interacción de distintos sistemas neuronales. Áreas como los ganglios basales, la corteza prefrontal y el cerebelo participan en la medición de intervalos temporales cortos, mientras que el hipocampo desempeña un papel fundamental en la memoria episódica y en la capacidad de organizar los recuerdos dentro de una línea temporal coherente. Según los investigadores, no existe un “centro del tiempo” en el cerebro, sino una red dinámica que trabaja de manera conjunta para generar la sensación de duración.

Uno de los hallazgos más relevantes apunta a que la percepción temporal depende en gran medida de los procesos de atención. Cuando la mente se enfoca intensamente en una tarea, el cerebro registra más información en un periodo corto, lo que genera la impresión de que el tiempo se extiende. En contraste, durante momentos de distracción o de baja estimulación, la cantidad de información procesada disminuye, y con ello surge la sensación de que el tiempo transcurre con mayor rapidez.

Las emociones también desempeñan un papel decisivo. Investigaciones de neuropsicología han demostrado que los estados de ansiedad o miedo intensifican la actividad en la amígdala, región asociada con la respuesta al peligro. Este aumento de actividad neuronal genera una percepción más prolongada de los acontecimientos, lo que en términos de supervivencia permite reaccionar de manera más efectiva.

En el ámbito clínico, los trastornos neurológicos y psiquiátricos han permitido evidenciar alteraciones significativas en la percepción temporal. Pacientes con Parkinson, por ejemplo, muestran dificultades para estimar intervalos de tiempo debido al deterioro de los ganglios basales. En casos de esquizofrenia, las distorsiones temporales afectan la coherencia narrativa de la experiencia, lo que repercute en la capacidad de distinguir entre eventos pasados y presentes.

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A estos hallazgos se suman investigaciones realizadas con técnicas de neuroimagen, como la resonancia magnética funcional, que han permitido observar cómo distintas regiones cerebrales se activan según el tipo de intervalo temporal analizado. Estas evidencias refuerzan la idea de que el tiempo es una construcción neurológica flexible y dependiente del contexto.

El interés en este campo también ha crecido en entornos aplicados, como la educación y la productividad laboral. Comprender cómo varía la percepción del tiempo bajo diferentes condiciones emocionales y cognitivas abre la posibilidad de diseñar estrategias que mejoren la atención, la gestión del estrés y el rendimiento en tareas complejas.

Aunque la ciencia avanza, aún no existe un modelo único que explique por completo cómo el cerebro organiza la experiencia temporal. Lo que sí resulta claro es que la percepción del tiempo no responde a un mecanismo fijo, sino a la convergencia de factores biológicos, psicológicos y ambientales.

Estos descubrimientos posicionan al estudio de la percepción temporal como una de las áreas más prometedoras de la neurociencia moderna, con implicaciones que van desde la salud mental hasta el diseño de entornos de aprendizaje y productividad.

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