Robin Williams actuó en esta película por necesidad económica y no por amor al arte
Entre deudas, divorcios y proyectos fallidos esta es la dura verdad detrás del regreso del actor a la televisión poco antes de su muerte.
Robin Williams fue, para millones, el rostro de la risa, el ingenio y la calidez humana en pantalla. Pero en sus últimos años, la vida del actor estuvo marcada por decisiones difíciles, alejadas del glamour hollywoodense. Su regreso a la televisión con la serie The Crazy Ones en 2013 no fue producto de una ambición artística, sino de una necesidad concreta: la estabilidad financiera. Así lo reveló él mismo con honestidad desarmante: “La idea de tener un trabajo estable me atrae. Hay facturas que pagar”, declaró a Parade ese mismo año.
Detrás del icónico genio de Aladdin, el entrañable profesor de La sociedad de los poetas muertos o el extravagante padre de Mrs. Doubtfire, había un hombre enfrentando presiones económicas, luchas internas y el desgaste natural de una carrera que había transitado con intensidad durante más de tres décadas.
En los años 80 y 90, Robin Williams era sinónimo de éxito. Películas como Patch Adams, Jumanji y Good Will Hunting por la cual ganó un Oscar lo consolidaron como uno de los actores más versátiles y queridos de la industria. Sin embargo, con el tiempo, el actor fue alejándose de los grandes estudios para buscar papeles más íntimos y complejos, como en El mejor padre del mundo o Boulevard.
Estas películas, aunque elogiadas por la crítica, no funcionaron comercialmente. Según el análisis del periodista Michael Gordon en Far Out, en total estas producciones apenas superaron el millón de dólares en taquilla, muy lejos de los números a los que Williams estaba acostumbrado.
Más allá de sus decisiones artísticas, la vida personal del actor también atravesaba un momento delicado. Tras dos divorcios, Williams se había casado por tercera vez y, con el cambio de estilo de vida, comenzó a enfrentar dificultades económicas. En 2013 se vio obligado a vender su rancho en Napa Valley, California, una propiedad que simbolizaba su éxito pasado.
Hablando sobre el impacto financiero de sus separaciones, Robin no evitó el humor irónico: “Solía bromear diciendo que lo iban a llamar ‘todo el dinero’, pero lo cambiaron a ‘pensión alimenticia’. Es como arrancarte el corazón de la cartera”, confesó en la misma entrevista.
A pesar del tono jocoso, el mensaje era claro: incluso una estrella de su calibre debía enfrentarse a las limitaciones del bolsillo. “¿Va bien con mis ex? Sí. ¿Pero necesito ese estilo de vida? No”, añadió con sinceridad.
A los 62 años, Williams aceptó protagonizar The Crazy Ones, una comedia de CBS donde compartía pantalla con Sarah Michelle Gellar. La serie, que intentaba capitalizar su carisma, fue recibida con tibieza y cancelada tras una única temporada. La frustración por este retorno sin éxito se sumó a otros desafíos emocionales y personales que el actor ya venía enfrentando.
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Aunque el proyecto buscaba ofrecer estabilidad, no logró llenar el vacío artístico ni personal que Williams arrastraba. Sin embargo, su decisión de volver al formato televisivo, décadas después de su serie Mork & Mindy, demostró su humildad y la necesidad de adaptarse.
El 11 de agosto de 2014, solo tres meses después de la cancelación de The Crazy Ones, Robin Williams fue hallado sin vida. La noticia sacudió al mundo del espectáculo y dejó expuesta una dura verdad: la fama no garantiza la paz ni la seguridad.
La historia de sus últimos años no es solo la de un actor que luchó contra la adversidad, sino la de un ser humano que, pese al reconocimiento global, no estuvo exento de los problemas comunes: las deudas, los divorcios, el trabajo que ya no se elige por gusto, sino por necesidad. “Mis hijos me maravillan muchísimo”, dijo también en esa etapa, reafirmando que, a pesar de todo, su prioridad seguía siendo su familia.
Hoy, el recuerdo de Robin Williams no solo sobrevive por su talento desbordante, sino por la humanidad con la que enfrentó incluso los momentos más difíciles. Su historia final no es de fracaso, sino de honestidad brutal en una industria que rara vez muestra sus grietas.