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Investigadores de la Universidad de Cambridge han publicado un estudio que derriba estigmas: usar malas palabras podría estar relacionado directamente con la honestidad y la autenticidad personal.
El estudio sugiere que las personas que dicen groserías con frecuencia no solo expresan sus emociones de forma más abierta, sino que también tienden a mentir menos. En otras palabras: maldecir no te hace una peor persona, sino probablemente una más sincera.
“Las personas que usan malas palabras tienden a ser más espontáneas y expresan sus emociones de manera más abierta”, explican los autores del estudio, lo cual podría indicar “una menor tendencia a mentir o engañar”.
Pero no solo se trata de sinceridad. El lenguaje ofensivo, si bien puede parecer agresivo, también juega un papel clave en las dinámicas sociales. Según los investigadores, en contextos grupales las groserías pueden convertirse en una especie de “pegamento emocional” que fomenta la confianza, la complicidad y el sentido de pertenencia.
“En grupos, el uso de este tipo de lenguaje puede fomentar la confianza y la sensación de unidad”, sostiene el estudio, ya que puede ser interpretado como “un signo de honestidad y de que alguien no está ocultando sus emociones”.
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Este fenómeno ha sido observado tanto en entornos informales como en relaciones de amistad o trabajo colaborativo. Decir lo que uno piensa sin filtros, aunque implique soltar una palabrota, puede reforzar la percepción de autenticidad.
Eso sí, el estudio también introduce un matiz fundamental: el contexto lo es todo. La grosería puede ser leída como una expresión genuina, o como una falta de respeto, dependiendo del lugar, el tono y la audiencia.
“Aunque este tipo de lenguaje puede ser asociado con la honestidad, no siempre es bien recibido en todos los entornos y puede ser considerado inapropiado en algunas situaciones”, advierten los autores.
Este hallazgo forma parte de un creciente cuerpo de investigaciones que están reevaluando la forma en que entendemos el lenguaje ofensivo. Más allá de su carga social o moral, las malas palabras, bien usadas, podrían revelar lo que muchos callan: emociones auténticas, pensamientos espontáneos y una conexión más genuina con los demás.
Diversos estudios en psicología del lenguaje y neurociencia también han demostrado que el uso de malas palabras activa regiones del cerebro vinculadas con las emociones, como la amígdala, lo que sugiere que no se trata simplemente de lenguaje vulgar, sino de una forma intensa de comunicación emocional.
De hecho, investigaciones han revelado que decir groserías puede incluso aumentar la tolerancia al dolor físico, como lo demostró un experimento de la Universidad de Keele en el que los participantes resistían más tiempo con la mano en agua helada cuando se les permitía maldecir. Esto refuerza la idea de que el lenguaje soez, lejos de ser meramente ofensivo, cumple funciones psicológicas y sociales importantes en la regulación emocional, el desahogo del estrés y la autenticidad interpersonal.