Espontáneo y callejero, un museo recuerda en Lima la caída de Manuel Merino
Una suerte de museo vivo, autogestionado, espontáneo y urgente, como lo fueron las protestas ciudadanas que retrata, nació en el centro de Lima adornado con imágenes y recuerdos de las marchas que derribaron al efímero Gobierno de Manuel Merino.
En una esquina de la histórica plaza de San Martín, en tinta negra, bajo un fondo gris, la sentencia "se equivocaron de generación" invita al transeúnte a fijar su mirada en los muros del jirón Quilca, una de las céntricas calles del casco histórico limeño, repleta de lienzos improvisados, que respiran tanta indignación como ingenio.
Citas del cantautor chileno Víctor Jara o de la poetisa peruana Blanca Varela dialogan con fotografías, murales y carteles de anónimos artistas peruanos que insultan al efímero y polémico presidente Manuel Merino, exigen una nueva constitución y espetan críticas contra la cruda represión de las fuerzas policiales durante las movilizaciones que azotaron recientemente el país.
Aunque improvisadas y algunas entre ellas disonantes, todas las voces evocan el mismo llanto: ahora que han despertado, quieren ser escuchadas.
Al igual que las protestas de las últimas semanas en Lima, la inauguración de esta galería al aire libre fue un acto espontáneo y repentino de decenas de artistas que se convocaron el sábado 21 de noviembre, una semana después de la multitudinaria marcha en la que dos jóvenes fallecieron a causa de la violenta respuesta de la Policía Nacional.
"Cultura viva" del descuento
Charlie Jara, fotógrafo y gestor cultural, fue uno de los impulsores de esta iniciativa que, según explicó a Efe, nació de la "necesidad de poder visibilizar los acontecimientos" que vive Perú y realizar "un acto de manifiesto y de denuncia", desde "la mirada" de los artistas.
En sintonía con las marchas, esta convocatoria reunió a sus participantes en una manifestación de rechazo improvisada, coordinada tan solo a través de las redes sociales, sin liderazgos y con una gran representación de jóvenes.
"Surgió de manera espontánea, mucha gente comenzó a sumarse y quiso autoconvocarse en las calles"; llenar los muros de fotografías tomadas durante las protestas, hacer teatro, interpretar música o crear ilustraciones colectivas que alegaran al "descontento" de la sociedad peruana.
Uno de los responsables de pintar los grandes murales que hoy todavía permanecen en el jirón Quilca fue Jaime Alcántara, más conocido por su nombre artístico, Raf.
"El sábado fue increíble ver cómo la gente se reunió, fue una galería al aire libre o, más que eso, fue cultura viva", recordó, emocionado, el muralista, y añadió: "El proceso sigue".
De hecho, con el paso de los días, las alteraciones de este museo en el espacio público han probado su vitalidad, pues mientras algunos ciudadanos se atreven a seguir llenando de creaciones artísticas los muros, otros han arrebatado parte de sus fotografías e inscripciones.
"Las autoridades quieren borrar esto del espacio físico porque pretenden también borrarlo de la memoria colectiva", aseveró Raf, quien se mostró convencido de que la deconstrucción también "forma parte de la historia".
"Policía Asesino"
Entre las imágenes e ilustraciones todavía intactas, figuran los rostros de Inti Sotelo y Jack Pintado, los dos jóvenes fallecidos durante la manifestación del pasado 14 de noviembre, que se saldó con más de un centenar de heridos.
Pronto estos dos chicos, de 22 y 24 años de edad, respectivamente, se volvieron en una suerte de mártires de la "generación del bicentenario", esa misma que descubrió que juntarse en la calle sirve para lograr cambios.
Un mensaje acompaña las pinturas que dibujan las facciones de los jóvenes: "Inti y Jack, sean fuertes, mis hermanos".
A pocos pasos, una ilustración escenifica un policía, con la porra levantada, amenazando a una joven indefensa, que esconde detrás suyo una balanza, símbolo de la Justicia. Diez metros más allá, una explícita condena: "Policía asesino".
El pasado 9 de noviembre el Congreso peruano destituyó al presidente Martín Vizcarra e impuso en su lugar al titular del parlamento, Manuel Merino.
La inmensa mayor parte de la población percibió ese acto como una amenaza a la democracia y se desató una ola de protestas ciudadanas, que llegaron a su clímax el sábado 14.
Ese día, la represión a la masiva protesta ciudadana se saldó con una brutal actuación policial, que retiró a Merino la ya escasa legitimidad social que tenía y terminó forzando su renuncia.