Poner límites a la familia puede salvar su salud mental, estas son las razones según expertos

Durante siglos, la familia ha sido idealizada como un espacio de protección, seguridad y afecto.

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Aceptar que un familiar te daña no significa renunciar al amor. / IA - META

Se nos enseña que es el primer refugio, el pilar emocional y el núcleo desde donde aprendemos a vivir. Pero ¿qué ocurre cuando ese refugio se convierte en una fuente de angustia? ¿Qué pasa cuando la estructura que debía sostenernos es, en realidad, el origen del malestar?

La psicóloga y terapeuta familiar Berta Sugranyes lo explica sin rodeos: “La familia cumple la función de brindarnos protección, seguridad, afecto y proporcionarnos valores y normas que nos permitan socializar. Es el primer contexto en el que los individuos aprenden normas sociales, valores y creencias”. En teoría, es el lugar donde se forja nuestra identidad y se cultiva el vínculo con el mundo. Pero en la práctica, muchas veces es también donde se gestan las primeras heridas emocionales.

Lejos del mito de la familia perfecta, muchas personas adultas siguen arrastrando dinámicas aprendidas en su infancia que les impiden desarrollarse plenamente. Cristina Sánchez Navarro, vicepresidenta de la Federación Española de Asociaciones de Terapia Familiar (FEATF), subraya que “la manera en la que los progenitores se comunican o crían a sus hijos e hijas estaría relacionado con el ajuste emocional y comportamiento social de los futuros adultos”. La familia deja huellas profundas, y no todas son positivas.

Aníbal P. lo vivió en carne propia. Acudió a terapia por ansiedad, pero fue su relación con su madre la que emergió como foco del conflicto. “No importa que estuviera a punto de cumplir los 40, mi madre necesitaba controlar cada decisión que tomaba. Necesitaba que le siguiera preguntando su opinión sobre todo y si no lo hacía, o no le hacía caso, se pasaba semanas sin casi hablarme”, relata.

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Este tipo de conductas, según Sánchez Navarro, pueden derivar en síntomas psicosomáticos que son atendidos sin que se reconozca el origen familiar. “Pueden surgir innumerables patologías psicosomáticas fruto de la disfunción familiar que se abordarán mucho antes que cuestionar a la familia”.

Susana F., por su parte, vivió la constante invalidación emocional por parte de su padre. “Mi padre no me ha dicho nunca que me quiere. Se ha pasado la vida menospreciando mis logros con la excusa de que yo era capaz de más”, cuenta. Durante años lo justificó. “Que si era de otra generación, que si lo educaron así… Hasta el día que le dije que iba a ser abuelo y no fue capaz ni de felicitarme ni de abrazarme”. Fue entonces cuando su pareja le preguntó si estaba bien, y la respuesta interna fue contundente: no, no lo estaba.

Esa toma de conciencia no siempre llega sola. Según la psicóloga perinatal Diana Sánchez, “existen mecanismos de defensa forjados en la infancia precisamente para tolerar esa familia si es disfuncional, desde la minimización hasta la idealización. A veces, hasta que no se tiene contacto con parejas u otras personas donde uno empieza a darse cuenta de esas conductas disfuncionales, no se verá la red flag”.

La dificultad no está solo en identificar el problema, sino en atreverse a actuar. “Nos encontramos muchas veces con personas con altísimo sufrimiento emocional que no son capaces de cuestionarse que ese daño se lo ha provocado alguien perteneciente a su familia de sangre”, afirma Sánchez Navarro. Cuestionar a la familia implica tocar una estructura que para muchos sigue siendo sagrada, incluso si eso significa anularse a sí mismos.

“Me había pasado la vida intentando estar a la altura del estándar de mi padre y, de repente, vi lo dañino que había sido eso para mí. Fue como un terremoto”, recuerda Susana. Y como todo seísmo emocional, viene acompañado de miedo, culpa y sensación de traición. Renunciar a la idealización familiar puede sentirse como perder una parte de uno mismo.

Aun así, romper con esas dinámicas no significa siempre cortar lazos. A veces, se trata de reconstruir la relación desde un lugar más sano. Para Sugranyes, “los patrones de relación que aprendimos pueden estar fallando, y probablemente tendremos que reaprender nuevas formas de vernos, vincularnos y relacionarnos”.

Uno de los conceptos más valiosos, y difíciles, en este proceso es el de poner límites. Y no, no es sinónimo de alejarse o cortar el vínculo. Al contrario, como explica Sánchez Navarro, “es más sano poner límites que alejarte. Cuando aprendes a poner límites a los otros estás apostando por la relación, pero desde un lugar en el que te puedas proteger”.

Aníbal logró cierto equilibrio con su madre gracias a esto. “Creo que no podré librarme de la sensación de culpabilidad cuando le pongo límites, aunque ya es un paso que sea capaz de hacerlo”. Sin embargo, no siempre hay un final esperanzador. Susana lo intentó, pero su padre no respondió. “Mi padre solo me dijo que él era así. Es muy doloroso decirle a alguien que supuestamente te quiere que te está haciendo daño y que no reaccione”.

Para ella, la clave fue dejar de esperar. “No le odio ni nada por el estilo y estaré ahí si es necesario, pero no podía seguir manteniendo una relación que me estaba haciendo tanto daño”, admite. Lejos de una ruptura impulsiva, su decisión fue un acto de autocuidado.

Insistir en mantener vínculos que hieren, solo porque “es tu familia”, puede tener un precio altísimo para la salud mental. “Las relaciones familiares basadas en dinámicas tóxicas pueden generar mucho estrés y afectar nuestra salud mental de una manera muy significativa”, concluye Sugranyes.

Aceptar que un familiar te daña no significa renunciar al amor. Significa protegerte de lo que no cambia. Significa, en última instancia, comenzar a cuidarte tú cuando quienes debieron hacerlo no supieron o no quisieron.

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