Colombia prepara la paz lleno de minas antipersona
En un primer momento, Sandra González no dio mayor importancia al grupo de guerrilleros que pasó junto a su humilde casa de concreto y lámina y enterró varios objetos en el camino que pasa frente a su puerta.
Pero pronto los caballos y las vacas empezaron a morir destrozados y desangrados cuando las minas les explotaban en el hocico mientras pastaban. Luego un vecino perdió la vida. Así que Sandra y sus cuatro hijos decidieron salir siempre por la izquierda y no volver a usar jamás el camino que da a la derecha de su casa.
"Cuando el ganado se escapaba del corral nadie se atrevía a perseguirlo", recuerda.
Decenas de miles de minas antipersona son la cicatriz más siniestra de medio siglo de guerra en Colombia. Mientras el gobierno y la guerrilla de las FARC sostienen conversaciones de paz en Cuba, nuevas minas han sido plantadas a un ritmo mayor de lo que es posible retirar las antiguas.
De rodillas y cubierto de pies a cabeza como un astronauta por un traje de kévlar, el soldado Albeiro José Acuña peina el camino cercano a la puerta de González en busca de los explosivos. Los minutos parecen horas mientras limpia el terreno, centímetro a centímetro, con un detector de metales, un pincel y unas pinzas, antes de certificar que es seguro volver a pisar ahí.
Para localizar las minas no hay información precisa, solo algunas pistas difusas proporcionadas por los vecinos.
"Cualquier pequeño error puede costarte la vida", dice el soldado mientras una gota le recorre el rostro. "Más que la tensión", dice tras una máscara, es el espeso calor de este valle ubicado a pocas horas de Medellín, lo que provoca el sudor. "Aunque este no es lugar para ponerse nervioso", ironiza.
Colombia es el segundo país del mundo con mayor número de víctimas de minas después de Afganistán, según el gobierno. Se calcula que más de la mitad de los municipios del país están afectados por unos explosivos que han causado más de 2.000 muertos y 11.000 mutilados y heridos por la metralla durante los últimos 25 años, según cifras oficiales. Este martes murió el último soldado y otros tres quedaron heridos al caer en un campo minado en Putumayo.
Durante años, sembrar los caminos de bombas fue la estrategia empleada por la guerrilla izquierdista antes de abandonar un lugar para evitar que el Ejército los persiguiera en caliente. Sin embargo, un tercio de las víctimas son civiles.
Desde hace una década, el batallón de desminado encabezado por el coronel Andrés Goyeneche limpia las zonas recuperadas a los rebeldes.
Durante este tiempo, su batallón ha eliminado más de 4 mil 400 explosivos, pero quitar una mina cuesta unos 1.000 dólares y ponerla menos de dos. Para su fabricación sólo hacen falta materiales de fácil alcance como unas latas, aceite usado de carro, fertilizantes y jeringas. Según los cálculos del gobierno, al ritmo actual y con la tecnología disponible, se necesitarán 47 años para certificar que Colombia ya no hay explosivos enterrados.
"Cualquier guerrillero lleva cuatro o cinco minas en su morral", explica el coronel. "Las hay que se activan con el movimiento, cubiertas con excrementos para que no las encuentren los perros, camufladas en un balón. Se pueden hacer tantas minas como imaginación se tenga, para hacer el mal".
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia se han comprometido a dejar de utilizar las minas, una práctica que el Ejército colombiano dejó en 2000 cuando el gobierno firmó un tratado internacional.
Pero aunque la guerrilla ha reducido su utilización, las minas siguen siendo parte de su arsenal de guerra. El mes pasado más de 400.000 personas de la ciudad de Buenaventura, principal puerto en el Pacífico, estuvieron cuatro días sin luz después de que la guerrilla derribara varias torres eléctricas y sembrara la zona de minas para impedir que se acercaran los técnicos.
Éste y otros ataques conmocionaron a los colombianos que cada vez son más contrarios a los diálogos de paz. Por primera vez desde el inicio de las negociaciones, hace casi tres años, el apoyo a una solución militar al conflicto supera al respaldo que tienen las conversaciones, según una encuesta de Gallup realizada el mes pasado.
En un hecho impensable hace años, esta semana el gobierno y las FARC comenzaron a trabajar mano a mano para eliminar las minas de los 786 municipios donde se han registrado explosiones. El acuerdo logrado trata de reconstruir la confianza entre enemigos de toda la vida y llevar al terreno un primer avance tangible de los diálogos de paz a comunidades pobres como Granada, desgarradas durante décadas por la guerra, las masacres y el abandono de un gobierno ausente.
El 28 de mayo pasado se conocieron algunas imágenes de un momento histórico: ese día, el guerrillero Félix Muñoz Lascarro, alias Pastor Alape, y el general Rafael Colón, recorrieron juntos el pequeño municipio del Orejón, un pueblo con más minas antipersonas, e intercambiaron datos sobre la ubicación de los explosivos para poner en marcha un proyecto piloto más simbólico que efectivo.
Sin embargo, el coronel Goyeneche es escéptico. "Si la guerrilla quiere ayudar en lugar de fotos que deje de sembrar minas", explica bajo el intenso sol y las botas llenas de barro junto a varios hombres arrodillados de su batallón.
Otros, como Alirio de Jesús Salazar, un campesino con el torso destrozado por la metralla, está dispuesto a darles una oportunidad.
"Iba caminando cuando salté por los aires", recuerda este hombre de 40 años que se quedó tirado y sangrando durante horas hasta que alguien oyó sus gritos. "Al día siguiente de que me estallara la mina también murió un vecino en una vereda cercana. Una semana después fue una prima mía y al mes siguiente otro vecino...era constante oír hablar de personas que perdían una pierna o los dedos hace diez años".
A pesar de las heridas, dice, él sí perdonaría a los rebeldes si este es el precio que hay que pagar por lograr la paz y hablar sin miedo, como ahora lo hace, sentado en la plaza del pueblo.
Cuando se logre despejar el camino, dentro de pocos meses, los hijos de Sandra podrán volver a salir de casa sin miedo a saltar por los aires si se confunden con el camino de la derecha