El microbioma oculto de los corales: clave en su lucha contra el aumento de la temperatura
Investigadores compararon el ADN de corales y sus organismos simbióticos de dos lugares de la costa del Pacífico de Panamá para comprender mejor cómo influyen los distintos miembros del holobionte coralino en su capacidad para tolerar temperaturas extremas
Un grupo de investigadores comparó el ADN de corales y sus organismos simbióticos en dos puntos del Pacífico panameño para comprender cómo influyen los distintos miembros del holobionte coralino —el coral, sus algas simbióticas y su microbioma bacteriano— en su capacidad para resistir temperaturas oceánicas extremas.
El estudio, publicado en Current Biology, fue liderado por Victoria Glynn, quien llegó a Panamá como becaria predoctoral del laboratorio del profesor Rowan Barrett (Universidad McGill), adscrita al Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI). Durante su trabajo, Glynn combinó ciencia y arte: comenzó dibujando corales para explicar su investigación a niños, y hoy sus ilustraciones ayudan a un público más amplio a comprender la complejidad de estos ecosistemas.
En este estudio se plantearon tres grandes interrogantes: ¿Cómo afectan las altas temperaturas oceánicas a la relación entre el animal coralino y su alga compañera? ¿Y a su microbioma bacteriano? ¿Y explican estas relaciones por qué algunos corales son más capaces de sobrevivir a altas temperaturas?
El grupo tomó muestras de corales coliflor (Pocillopora spp.) en el Golfo de Panamá (donde hay fluctuaciones anuales de temperatura) y en el Golfo de Chiriquí (cerca, pero con temperaturas más estables todo el año) y luego realizó un experimento para ver qué ocurre cuando suben la temperatura.
Te puede interesar: Presidente Mulino repudia atentado contra Miguel Uribe Turbay, candidato presidencial de Colombia
¿Qué sucede cuando sube la temperatura?
El equipo recolectó muestras del coral coliflor (Pocillopora spp.) en dos zonas contrastantes: el Golfo de Panamá, con temperaturas oceánicas variables, y el Golfo de Chiriquí, con temperaturas estables. Luego, los expusieron a un estrés térmico rápido en tanques a bordo de un yate, aumentando la temperatura en corto tiempo y extrayendo muestras para análisis genético.
Entre los hallazgos:
- Corales: Aunque genéticamente similares en ambos sitios, pequeñas diferencias podrían estar relacionadas con una mayor resistencia al calor en los corales del Golfo de Panamá.
- Algas simbióticas: Contrario a estudios previos, algunos corales mantuvieron sus algas originales pese al aumento de temperatura, lo que plantea nuevas preguntas sobre esta relación simbiótica.
- Microbioma bacteriano: Las bacterias asociadas a los corales cambiaron rápidamente con el calor, entrando en estados similares a los observados en corales enfermos. Sin embargo, en Panamá se necesitó una temperatura más alta para afectar este microbioma en comparación con experimentos anteriores en Australia.
En general, los corales del Golfo de Panamá —más acostumbrados a variabilidad térmica— mostraron mayor resistencia al calor extremo, mientras que los del Golfo de Chiriquí sufrieron más. Esto respalda la idea de que los entornos naturalmente variables, como el Pacífico Oriental Tropical, pueden ayudar a los corales a desarrollar mayor tolerancia térmica.
Lecciones para la conservación
“Los arrecifes de coral solo cubren el 0.1% de la superficie terrestre, pero albergan el 25% de la vida marina y son esenciales para la pesca, el turismo y la protección costera de más de mil millones de personas”, recuerda Glynn. “Comprender qué los hace resistentes es clave para diseñar estrategias de conservación efectivas en un mundo que se calienta”.
El trabajo de Glynn también subraya la necesidad de ver a los corales como sistemas integrados, no como organismos aislados. “Mi arte me permite compartir esa visión compleja y hermosa del mundo submarino, y mi pasión por su conservación”, concluye.
El experimento, parte del Proyecto Rohr de Resiliencia de los Arrecifes liderado por Sean Connolly (STRI), fue financiado por la Fundación Mark y Rachel Rohr, con el respaldo de una beca Fulbright y otra Vanier de Canadá, además del apoyo del STRI y otros organismos científicos internacionales.