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Hoy, 6 de mayo de 2025, Panamá se detiene con el alma en vilo para recordar con melancolía y profundo respeto a Rommel Fernández Gutiérrez, el legendario “Panzer”, cuya vida se apagó hace 32 años en un trágico accidente automovilístico en la carretera de Tinajeros, Albacete.
A sus 27 años, el hijo del Chorrillo, aquel gigante de 1.86 metros que conquistó España con su potencia, humildad y goles, dejó un vacío imposible de llenar… pero también un legado eterno que sigue latiendo en cada rincón del fútbol panameño.
Nacido el 15 de enero de 1966 en el vibrante barrio del Chorrillo, Rommel Fernández dio sus primeros pasos en el fútbol a los 15 años con el Atlético Panamá, mostrando desde temprano esa mezcla única de fuerza y técnica que lo haría inolvidable. Pronto, su talento lo llevó al Alianza FC, donde comenzó a forjar su leyenda.
En 1986, el destino lo llamó al otro lado del Atlántico: viajó a Tenerife para participar en el Mundialito de la Emigración, un torneo para jugadores de ascendencia española. Allí, su presencia fue imposible de ignorar. El CD Tenerife, entonces en la Segunda División, vio en él un diamante en bruto y le ofreció un contrato que cambiaría su vida… y la historia del fútbol nacional.
Con el Tenerife, Rommel Fernández se convirtió en un ariete imparable. Su cabezazo, letal como un misil, fue su arma más temida. En su primera temporada, anotó 8 goles, pero fue en la segunda donde explotó todo su potencial, marcando 19 tantos que fueron clave para el ascenso del club a la Primera División.
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Ya en la élite, su impacto no disminuyó: sus goles y su carisma lo llevaron al Valencia CF y, posteriormente, al Albacete Balompié, donde seguía dejando huella… hasta aquel fatídico 6 de mayo de 1993. Su apodo, “Panzer”, no era casual: como los tanques alemanes de la Segunda Guerra Mundial, Rommel era sinónimo de fuerza, precisión y una presencia imponente que intimidaba a cualquier defensa.
En la selección de Panamá, Rommel fue un guerrero incansable. Participó en dos eliminatorias de Concacaf, soñando con llevar a su país a un Mundial. En el camino a Italia 90, Panamá enfrentó a Costa Rica en una llave de ida y vuelta. En San José, Rommel dio una asistencia para el gol de Víctor René Mendieta, que selló un empate 1-1, pero la vuelta en el entonces Estadio Revolución terminó en derrota 0-2.
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Para las eliminatorias rumbo a Estados Unidos 94, Panamá volvió a medirse con los ticos. En casa, un gol de Mendieta dio la victoria 1-0, pero en San José, Costa Rica goleó 5-1, con Mendieta anotando el único tanto panameño. Aunque los resultados no acompañaron, Rommel Fernández dejó su alma en cada partido, representando con orgullo la roja centroamericana.
El “Panzer” no solo brilló en el campo; también marcó hitos históricos. En la temporada 1990-91, se convirtió en el primer futbolista panameño en ganar el Trofeo EFE al mejor jugador iberoamericano, un reconocimiento que lo situó entre las estrellas de LaLiga. En su honor, Panamá decretó el 6 de mayo como el Día del Futbolista, un tributo a su legado y a la pasión que despertó en su pueblo.
Pero más allá de los goles, los trofeos y las estadísticas, Rommel Fernández era un hombre de barrio, de sonrisa sincera y corazón humilde. Su partida en aquella carretera de Albacete no solo conmocionó a Panamá, sino a todos los que lo vieron jugar: desde las gradas del Heliodoro Rodríguez López hasta los estadios de la Primera División de España.
Hoy, 32 años después, su ausencia sigue doliendo como el primer día, pero su espíritu vive en cada niño que patea un balón en el Chorrillo, en cada grito de gol durante un partido de la selección nacional. En cada esperanza, en cada sueño, hay un eco del Panzer.
Rommel Fernández Gutiérrez no solo fue el primer gran embajador del fútbol panameño en Europa; fue un sueño encarnado, un recordatorio de que los límites están para romperse. En este 6 de mayo, alzamos la mirada al cielo, con el pecho apretado y el orgullo intacto, para decir: gracias, Panzer, por enseñarnos a soñar en grande. Tu legado es eterno.