Los 'otros' venezolanos en Panamá

Venezolanos celebran en Panamá / TVN Noticias

Daymielis Sánchez se enfada cada vez que le preguntan si es dominicana.

Le ocurre siempre que la escuchan hablar, porque reemplaza las eses finales por la jota típica de esos isleños. Sus clientes también lo suponen porque en Panamá se dedica a un negocio tradicionalmente acaparado por dominicanos: seca, corta, pinta y lava cabellos.

Sin embargo -dice orgullosa- es una estilista, técnica de reparación de máquinas e historiadora oriunda de Cabimas, una ciudad venezolana a ocho horas de Caracas, perteneciente al estado de Zulia, que hace frontera con Colombia.

Con poco más de 40 años de edad, hace cuatro meses dejó a una hija adolescente y un esposo ingeniero en la estatal PDVSA, para venir a Panamá a juntar dinero y pagar los gastos corrientes de su familia: la comida, la escuela, la casa, los ahorros para el pequeño negocio.

Mientras le marca la patilla a un adolescente que ha ido a atenderse al local donde trabaja, Daymielis cuenta ser parte de la camada de los “otros venezolanos” en Panamá, una ola de inmigrantes de clase media, profesional, que ha arribado para sobrevivir en los suburbios de la capital y pueblos del interior, trabajando en fondas, locales pequeños y puestos informales.

Se dicen cálidos, amables, divertidos, agobiados por el exilio económico en el que están y preocupados por los problemas legales que a menudo enfrentan aquí. Se definen también como la antítesis de la venezolanidad déspota que se suele retratar en Panamá.

Según Migración, hasta mediados de 2015, cuando se desarticuló el Crisol de Razas, había 12,254 venezolanos con permiso de residencia (la mitad de ellos lo obtuvo en el último año y medio estudiado). Eso supone apenas una décima parte de la estimación de población venezolana en Panamá, de acuerdo con organizaciones de inmigrantes.

La vida fuera de los barrios ricos

Como Daimyelis, Carmen es otra de los venezolanos que engorda las cifras de inmigrantes sin residencia legal. Todavía está en los 30 y no tiene hijos ni padres que mantener en Venezuela. Por eso no ha perdido la gracia: sentada en el puesto contiguo, se ríe de escuchar a su compañera confesar que jamás ha pisado la Cinta Costera o Multiplaza.

“Yo me la paso de Mallorca (un complejo residencial en San Miguelito) a mi trabajo (cerca de Las Cumbres)”, le escuchó decir a Daymielis.

Ambas son de la misma ciudad y vinieron buscando lo mismo: ganarse la vida. La diferencia es que Carmen tiene una prima que le ha dado colchón y tranquilidad durante su primer mes en Panamá.

Carmen, también es estilista de profesión (“en Venezuela es una carrera”, dicen) ha venido a trabajar “de lo que sea”, pero ha tenido suerte de caer pronto en un salón de belleza. Fue recomendada por venezolanas, cuando dejó el local de venta de perfumes en el que laboraba, en Los Andes, el nuevo barrio emergente de San Miguelito.

Los “otros venezolanos” han roto las barreras de vivir y trabajar en los barrios más lujosos de la ciudad, de comprar en las tiendas más caras, y de dedicarse a los bienes raíces y empleos ejecutivos.

Ellos son cocineros, buhoneros, reparten almuerzos en edificios en construcción, son albañiles y niñeras. Daymielis dice que muchos como ella se han “ganado el cariño” de clientes panameños con la calidez de la atención. Uno le propuso alguna vez ayudarle consiguiéndole empleo a su esposo, que en Venezuela gana, al cambio monetario, $100 mensuales.

Nueva venezolanidad

Algo similar le pasó a una amiga enfermera, que trabaja para una familia panameña en La Chorrera. Le pagan $450, $200 más que el mínimo para empleadas domésticas, le han puesto un chofer para que la lleve a casa (donde paga $50 de alquiler mensual) y le han pagado un curso de cocina para que les enseñe a todos en la casa a trabajar.

El fenómeno se ha extendido a también a los centros de lavado de autos.

Abner Ramírez, un youtuber venezolano que reside en Panamá, retrata en un video colgado en marzo pasado en su red, que poco después de llegar al país encontró empleo en un lava auto donde sobraban médicos, abogados y contadores ganando dinero a punta de jabón y agua.

Una vez acoplado a su nuevo trabajo, se compró ropa, un iPhone 6 y ahora genera publicidad con sus videos. Una de ellas es sobre un centro de envío de remesas a Venezuela.

Su sorpresa en el lava autos se replica en Miguel, un joven de 24 años, que llegó hace cinco meses directo desde Puerto Ordaz, también a ocho horas de Caracas, en el estado de Bolívar, limítrofe con Guayana.

Tiene un hijo de un año, estudió marina y como ya no hay posibilidades de ejercer allá tomó vuelo a Panamá. Era la primera vez que salía de su país. Le tocó dormir en casa de amigos, suprimirse comidas, hasta que con su primo juntaron para alquilar un lava autos en Panamá Norte a $65 el día, $1,950 al mes.

Emplean hasta a siete personas, dos de ellas panameñas. Un joven indígena es su mejor colaborador, insiste. Antes le pagaban 40% de lo que generaba un auto; ahora le dan la mitad. “Hay que ayudar a los muchachos”, dice.

El lava autos es su única salida en un país que no le permite ejercer su profesión, aun cuando tiene la marina mercante más grande del mundo –y sin poder llenar sus vacantes-.

Su idea a mediano plazo, dice, es reunir dinero para salir de Panamá. Tal vez irá a Chile, donde ha oído que no hay tantas regulaciones migratorias. “Muchos conocidos han hecho lo mismo”, asegura.

Pero su plan a corto –cortísimo– plazo es reunir dólares extras para ir a Venezuela a ver a su hijo, a sus padres, llevarles comida y bolívares para enfrentar la crisis que los ha “obligado” a despegarse de su país.

Temas relacionados

Si te lo perdiste
Lo último
stats