Jean-Paul Belmondo hace un recuento de sus 'mil vidas'
"No les gustaba serio", lamenta el actor francés Jean-Paul Belmondo quien, con 83 años y unas 80 películas a sus espaldas, hace retrospectiva por primera vez de su larga carrera en dos obras publicadas el lunes.
En "Mille vies valent mieux qu'une" ("Mil vidas valen más que una"), un libro de recuerdos repleto de anécdotas, y en el álbum de fotografías "Belmondo par Belmondo", "Bebel" comenta su reputación de acróbata.
Movido por las "ganas de hacer el idiota inscritas en [su] ADN", Belmondo no ha dejado de hacer payasadas, ya sea lanzando bolas durante los rodajes o acabando en calzoncillos en ruedas de prensa.
Gran amante de las acrobacias, el actor se ha llegado a sentir un incomprendido, incluso de la crítica. "Si no hago algo de locos en una película [...], si no hago piruetas [...] no me quieren, me machacan".
Una situación que le afectó especialmente cuando se estrenó "La sirène du Mississippi" ("La sirena del Mississippi"), de François Truffaut, de 1969. "No les gustaba serio", lanza.
"Bebel" recuerda también su encuentro con el cineasta francosuizo Jean-Luc Godard, quién "selló" su destino. "Venga a mi habitación de hotel, grabaremos y le daré 50.000 francos", le dijo Godard a Belmondo al cruzárselo por la calle. El actor llegó a dudar de la propuesta, procedente de un hombre con gafas de sol y marcado acento suizo.
Al final, acabó por obtener el papel del joven bandido de "À bout de Souffle" ("Sin aliento"), filme emblemático de la Nouvelle Vague que lo convertirá en leyenda. Tras este éxito, "vinieron a mí", cuenta.
Jean-Paul Belmondo también menciona su "amistad fiel" por Alain Delon, otra gran figura del cine francés. "Él y yo somos el día y la noche. Pero desde nuestros primeros pasos, llevamos carreras paralelas en el cine: fuimos revelación el mismo año, 1960 [...], compartimos directores como Jean-Pierre Melville, a menudo interpretamos el papel de gánster y/o hombre solitario".
Con una vida acelerada, el gran amante de la velocidad que es Belmondo admite pocos arrepentimientos. Todos sus lamentos son de naturaleza artística, como no haber adaptado al cine "Voyage au bout de la nuit" ("Viaje al fin de la noche"), de Louis-Ferdinand Céline.
Sobre sus problemas de salud -un infarto cerebral de 2001 que le dejó secuelas- o la muerte de una de sus hijas, el actor no se pronuncia, poniendo por delante sus formidables ganas de vivir.