'El teatro de las locas': El oscuro experimento de los inicios de la psiquiatría
El desarrollo de la ciencia como la medicina se ha edificado mediante el estudio, las evidencias, pero también a base de ensayos y errores. En la era victoriana cuando no se conocía de enfermedades mentales, apareció un diagnóstico que incluía un amplio abanico de síntomas, todos relacionados única y exclusivamente a las mujeres. Entonces se le llamó: histeria femenina.
La Salpêtrière, ubicado en el extremo sureste de la ciudad de París, había empezado siendo una fábrica de pólvora, pero en 1656 Luis XIV decidió "poner fin a la mendicidad y la ociosidad, como fuente de todo desorden" y convirtió el lugar en uno de los establecimientos que formaban parte del Hospital General de París.
Destinado a alojar a mujeres que la sociedad consideraba anormales, este lugar no ofrecía tratamientos ni cuidados sino exclusión y recibía a las arrestadas en las redadas que se hacían en la capital francesa.
En esa era del "Gran confinamiento", La Salpêtrière era usado como prisión para prostitutas, criminales dementes, discapacitadas mentales y pobres.
Con el tiempo, las razones para internar a mujeres en el lugar se multiplicaron y miles de mendigas, hijas del adulterio, huérfanas, lisiadas, ciegas, epilépticas, alcohólicas, seniles, suicidas, idiotas, moribundas, ladronas, criminales, brujas, hechiceras, protestantes, judías, melancólicas, lesbianas, prostitutas, locas, libertinas, depravadas, erotomaníacas, gordas, malcriadas, bohemias y demás terminaron tras esas magníficas puertas de hierro forjado que más tarde recordaría Jeanne Beaudon en sus "Memorias" en 1933, refiriéndose a los 18 meses que pasó en el hospital La Salpêtrière de París.
Llegó la revolución
La Revolución francesa no ocurrió de un día para otro; fue un proceso que duró desde 1787 hasta 1799, en el que las prisiones tuvieron una y otra vez roles protagónicos, desde la famosa toma de la Bastilla hasta las Masacres de septiembre de 1792, cuando entre 1.110 y 1.400 reclusos en cárceles de París y otras ciudades fueron ejecutadas.
La Salpêtrière, que servía también como prisión, fue asaltada y más de 100 prostitutas fueron liberadas, pero 25 "locas" fueron sacadas de sus celdas y asesinadas en las calles.
Sin embargo fueron los principios de esa misma revolución los que eventualmente inspirarían cambios para la población residente en el desafortunado lugar, de la mano de doctor Philippe Pinel quien, de cierta forma, extendió "Los derechos del hombre" a las reclusas.
Pinel era un aliensita, médico especializado en desórdenes mentales, y parte de un movimiento de reforma que estaba también en marcha en Inglaterra, Francia y Estados Unidos para humanizar el trato de los pacientes.
En 1794 se convirtió en jefe del servicio médico de La Salpêtrière y empezó a mejorar las instalaciones así como el tratamiento de las confinadas, incluyendo una nueva "terapia moral" desarrollada por él y sus contemporáneos en los asilos reformados, que se basaba en la idea de "liberar a la humanidad atrapada de los enfermos mentales".
Entre tanto, afuera el público sentía tanta curiosidad que, como informó el diario Morning Post, "en 1799 estaba de moda" ir a ver a las reclusas. Lo hacían para "estremecerse ante los dichos salvajes y la violencia de los infortunados seres encerrados en aquellos refugios de las peores enfermedades humanas".
"Tan numerosos eran los que disfrutaban de este cruel pasatiempo que las autoridades municipales se vieron obligadas a intervenir" y ordenaron que se cerrara.
No obstante, tras las rejas, los cambios continuaban.
En 1800 Pinel les quitó las cadenas que habían llevado en algunos casos por décadas las mujeres, un evento que conmemoraría 76 años después el pintor francés Tony Robert-Fleury en "Pinel liberando a las locas".
Una década más tarde, un joven estudiante de neurología llamado Sigmund Freud admiraría el cuadro y reflexionaría: "La Salpêtrière, que había sido testigo de tantos horrores durante la Revolución, también había sido el escenario de la más humana de todas las revoluciones".
"La gran enfermedad del siglo"
Pero aunque el cuadro celebraba una liberación que había ocurrido en 1800, mostraba evidencia de lo que sucedería después.
Si bien los alienistas que trabajaban bajo el mandato de Pinel, experimentaron con terapias que incluían algunas poco ortodoxas como una cura con champán.
En 1862 el doctor Jean-Martin Charcot fue nombrado director del hospital y, aunque fue principalmente un neuropatólogo y convirtió a La Salpêtrière el centro neurológico más importante del mundo, desarrolló un profundo interés por lo que el escritor Jules Claretie, entre otros, calificó como "la gran enfermedad del siglo".
Era un mal con el que los franceses estaban obsesionados, pero el cual no habían inventado. De hecho, sus inventores no fueron ni siquiera los antiguos griegos, quienes sin embargo contribuyeron con la palabra que lo nombra: histeria, del griego hístero, que significa útero.
Los primeros estudios de la 'histeria'
Charcot se había hecho conocido en los círculos científicos por una asombrosa serie de descubrimientos en neurología, pero su decisión de abordar la histeria llevó su fama a otro nivel.
Charcot y su equipo se dedicaron a estudiar a las cautivas diagnosticadas con ese mal en ese "gran asilo de la miseria humana", como lo llamaba.
En un informe de 1878, rechazó la idea de que todas las formas de histeria tenían una base puramente psicológica y, aunque no pudo encontrar ninguna base anatómica para sus conclusiones, aisló una forma extrema como una "alteración fisiológica" o una névrose (una aflicción general del sistema nervioso).
Aseguró que no solo era una enfermedad verdadera, sino que los ataques tenían cuatro fases distintas e identificables:
- tónica
- clónica
- pasional
- delirio final
Charcot y sus colaboradores documentaron y reprodujeron esta serie de síntomas, provocando crisis con luces brillantes y sonidos fuertes, pinchando cuerpos, aplicando corriente eléctrica y administrando éter, transcribiendo las fantasías y delirios de los pacientes. Las curas incluían el hipnotismo y la electroterapia, así como el magnetismo y la compresión ovárica.
La llamó la grande hystérie, o la gran histeria, un mal tan real que lo podía mostrar en público.
Reemplazó las tradicionales rondas de sala con demostraciones clínicas teatrales y entrevistas a pacientes en un escenario iluminado en el anfiteatro de La Salpêtrière.
A través de técnicas como la hipnosis, la terapia de electroshock y la manipulación genital, instigaban los ataques en sus pacientes, mujeres excluidas de la sociedad a las que la historia y sus historias les habían enseñado que nunca iban a importar y que de repente se convirtieron en el foco de atención de distinguidos médicos a quienes querían complacer.
El impacto de Charcot en la medicina
Aunque sus ideas sobre la histeria más tarde fueron refutadas, el impacto de Charcot en la medicina fue enorme, algo que se refleja hoy en día en las al menos 13 enfermedades epónimas que él describió y en el reconocimiento de sus pares quienes lo recuerdan como uno de los fundadores de la neurología moderna.
Su legado se extendió postumamente a través de sus estudiantes, que incluyeron, además de Freud, el patólogo Charles Jacques Bouchard, el filósofo, psicólogo y neurólogo francés Pierre Janet y los neurólogos Joseph Babinski y Georges Gilles.
La relación entre la histeria y el arte tuvo también su legado en el surrealismo, con escritores como André Breton y Louis Aragón invitando a "celebrar el quinquagenario de la histeria, el mayor descubrimiento poético de finales del siglo XIX".
Ese llamado hicieron en su artículo de 1928 en la revista La Révolution Surréaliste, en la misma publicación en la que apareció un extracto de la novela de Breton "Nadja" en la que famosamente declaró: "La belleza será convulsiva o no será".
Una década después, la fascinación por la histeria de los surrealistas seguía expresándose en imágenes y palabras.