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Cada vez más estudios confirman que la temperatura del dormitorio tiene un papel decisivo en la calidad del sueño y la salud metabólica. Lo que antes parecía un simple detalle de confort, hoy se entiende como un factor biológico que influye directamente en la forma en que el cuerpo descansa, regula la glucosa y activa su metabolismo.
La científica metabólica Susanna Søberg, reconocida por su trabajo sobre la grasa parda, explicó en el pódcast Feel Better, Live More del Dr. Rangan Chatterjee que mantener una habitación fresca durante la noche estimula procesos internos que mejoran el bienestar físico y mental.
“La grasa parda utiliza el azúcar y el flujo sanguíneo para generar el calor necesario”, afirmó Søberg. A diferencia de la grasa blanca, que se acumula y está asociada al aumento de peso y enfermedades metabólicas, la grasa parda actúa como una herramienta natural para equilibrar la temperatura corporal y favorecer la quema calórica incluso mientras dormimos.
Según Søberg, dormir en habitaciones frías puede aumentar de forma notable la cantidad de este tipo de grasa y mejorar el control de la insulina. “En un mes, al dormir a 19 grados, observamos un aumento de la grasa parda y una mejora en la sensibilidad de la insulina”, subrayó.
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Diversas investigaciones respaldan su conclusión: la temperatura ideal para dormir y optimizar el descanso se encuentra entre los 15 y los 19 °C. Dormir en un entorno más cálido (por encima de 24 °C) o demasiado frío (por debajo de 12 °C) obliga al organismo a realizar un esfuerzo adicional para autorregularse, interrumpiendo los ciclos naturales del sueño.
Pero los beneficios de un sueño profundo van más allá del descanso. Søberg recordó que durante la noche, el cuerpo activa procesos inmunológicos esenciales. “Durante el sueño, el cuerpo fortalece su capacidad para combatir toxinas y gérmenes”, señaló.
No dormir lo suficiente, en cambio, puede desencadenar un efecto dominó sobre la salud: desde obesidad y estrés crónico hasta enfermedades cardiovasculares y deterioro cognitivo. “El insomnio eleva las hormonas del estrés en sangre y aumenta la presión arterial, deteriorando la salud del corazón”, advirtió la científica.
En el ámbito mental, el descanso tiene una conexión directa con la memoria, la concentración y la creatividad. Durante la fase REM, cuando soñamos de forma más vívida, el hipocampo transforma los recuerdos a corto plazo en memorias duraderas. Además, el sueño profundo favorece la producción de melatonina y serotonina, hormonas que mejoran el estado de ánimo y reducen la ansiedad.
Por eso, dormir bien no solo reduce la fatiga física, sino también el agotamiento emocional y la pérdida de enfoque, dos problemas frecuentes en la vida moderna.
Más allá del sueño, Søberg sostiene que la exposición al frío es una herramienta poderosa para mantener un metabolismo activo y equilibrado. “La grasa saludable es el opuesto a la grasa blanca. Sin estímulos de frío o calor adecuados, no estamos activando este órgano tan importante”, explicó.
Quienes carecen de niveles suficientes de grasa parda, indicó, son más propensos a sufrir diabetes tipo II y desequilibrios metabólicos. Por eso, ajustar la temperatura del dormitorio puede ser una medida sencilla y efectiva para favorecer la salud a largo plazo.
Dormir en un entorno fresco ayuda al cuerpo a alcanzar una temperatura interna que induce un sueño más profundo y reparador. Incluso si la duración del descanso es menor, la calidad puede ser superior.
En resumen, bajar el termostato podría ser una de las formas más simples, y científicamente probadas, de mejorar la salud general. Un gesto tan cotidiano como dormir en una habitación a 19 grados podría estar ayudando, silenciosamente, a activar el metabolismo, proteger el corazón y fortalecer el sistema inmunológico.