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Panamá atraviesa una de sus etapas más complejas en términos sociales, educativos y económicos. La violencia criminal se dispara, la educación pública enfrenta una crisis de calidad sin precedentes, y la economía da señales de fatiga estructural. Tres frentes interconectados por la falta de visión de largo plazo en las políticas públicas.
“La situación actual de violencia y crimen, sobre todo reflejada en los homicidios, ha venido en un alza impresionante”, advirtió Julio Alonso, abogado y especialista en crimen organizado. El problema, afirma, es el resultado de años sin políticas efectivas de prevención, resocialización ni judicialización.
Lo que antes eran pandillas de robo hoy son estructuras sofisticadas que manejan territorios, negocios y redes transnacionales de narcotráfico. “Son corporaciones criminales... ya se ha profesionalizado de tal forma que cualquiera puede estar colaborando”, advirtió Alejo Campos, director regional de Crime Stoppers.
Ambos expertos coinciden: el Estado no solo ha sido superado, sino también infiltrado. “Las pandillas han invertido las técnicas policiales y ahora atacan al Estado... tenemos una triste historia de corrupción e impunidad”, añadió Alonso.
Y aunque Panamá no es un mercado atractivo por su tamaño, su valor estratégico como punto de tránsito lo convierte en un eslabón crucial de la ruta del crimen organizado global.
Mientras la violencia crece, la educación panameña sigue acumulando deudas con su población. “Hemos hecho tres años en seis meses”, denunció la docente Melissa Wong, en referencia al impacto de los paros docentes. La consecuencia, advierte Ernesto León, de la Fundación Mentes Brillantes, será una generación de estudiantes sin preparación ni para ingresar a la universidad ni para ocupar empleos dignos.
“La ley es de 1946; ya va a cumplir 80 años. Como país, si queremos salir de este círculo, hay que hacer esos cambios profundos en donde se valore más por mérito y las capacidades que desarrolla y lo que hace cada actor de la comunidad educativa”, destacó León.
Los resultados están a la vista. “Panamá está 200 puntos por debajo de Singapur en pruebas Pisa. No es solo la ley, es una cultura de indiferencia hacia la educación”, afirmó León.
Todo este contexto social impacta directamente en la economía. Las paralizaciones han afectado hasta un 30% del funcionamiento económico mensual, según el economista Ernesto Bazán. “Estamos hablando de $2,600 millones al mes de afectación”, advirtió.
Pero el problema es más profundo que los cierres. “Difícilmente vamos a poder reactivar la economía si no saneamos las finanzas públicas. Tenemos que entrar en una austeridad urgente, el déficit se volverá inmanejable”, alertó Bazán, quien también señaló que el país podría cerrar el año pagando $4,000 millones en intereses por deuda.
El desempleo, que antes de la pandemia estaba en 7%, ahora se mantiene en 9.5%. Y la inversión extranjera, clave para la generación de empleo, se ve desmotivada por la inestabilidad institucional y la baja calificación educativa. “Mi presupuesto en capacitación en Panamá es el más alto de la región”, han dicho empresas a especialistas como León.
¿La tormenta perfecta?
Los expertos coinciden en que no es una crisis aislada. Es un sistema en decadencia, donde la falta de inversión en capital humano, la impunidad y la ausencia de políticas sostenidas han creado un entorno frágil y altamente explotable.
“Estamos atacando la fiebre en la sábana y no los síntomas reales: la educación, el desempleo, la parte social”, sintetizó Julio Alonso. Y mientras no se aborden las causas estructurales, el ciclo de violencia, pobreza y rezago seguirá repitiéndose.