El diagnóstico incorrecto prescribe el remedio equivocado
Ciudad de Panamá, Panamá/Una consulta médica suele, a veces, sentirse como un interrogatorio. Sin embargo, es justamente ese cuestionamiento minucioso el que permite hacer el diagnóstico correcto y prescribir el remedio apropiado. Y es que los síntomas, por sí solos, no cuentan la historia completa.
Un dolor de cabeza podría ser algo inofensivo, como la mala postura o el estrés, pero también podría ser algo más grave. Sería irresponsable recetar acetaminofén para aliviar el síntoma sin atacar el problema de raíz.
Lamentablemente, así pareciera que legislamos las políticas públicas: poniéndole curitas a los síntomas, prescribiendo el remedio equivocado y empeorando la enfermedad.
Tomemos el debate sobre la desigualdad económica. Primero, confundimos desigualdad con pobreza, cuando el verdadero problema es esta última. Solemos visualizar la desigualdad como una situación donde existen ricos y pobres, pero nadie razonablemente diría que la igualdad en la pobreza es un resultado óptimo.
De la misma manera, si, por ejemplo, Elon Musk se mudase a Costa del Este, tendríamos un aumento drástico en la desigualdad de la zona, pero seguramente nadie lo consideraría un desafío que deba resolverse. Enfocar el problema en buscar igualdad, en lugar de combatir la pobreza y elevar los estándares de vida, resulta en propuestas erradas como la de implementar mecanismos de redistribución.
Ya de por sí debería considerarse conformismo intelectual cuando se plantea cómo distribuir la riqueza en lugar de cómo crearla. Revisitemos el debate Rawls-Nozick sobre la justicia. John Rawls presentó un experimento mental donde se propone cómo debería organizarse la sociedad sin saber qué posición ocuparíamos.
Para Rawls, sin conocer nuestra clase social, riqueza, talentos o género, todos buscaríamos reglas justas y equilibradas, procurando que nadie rechazara su lugar si le tocara el peor posible. Consecuentemente, postula que el rol del Estado es garantizar instituciones justas y mecanismos de redistribución para asegurar la equidad.
Por su parte, Robert Nozick, aunque argumenta que el ejercicio es poco realista y, además, moralmente inaceptable —ya que la redistribución es inevitablemente coercitiva—, refuta a Rawls con una ingeniosa analogía. Asumamos que, mediante un mecanismo mágico, pero justo, tenemos una sociedad con una distribución igualitaria de ingresos y riqueza.
Consideremos ahora a las personas talentosas de la sociedad: tomemos a Lionel Messi, Taylor Swift o Meryl Streep. Estas personas son tan talentosas que voluntariamente estamos dispuestos a pagar parte de nuestros ingresos para verlos jugar, cantar o actuar.
Esto inevitablemente genera desigualdad y una transferencia de recursos hacia unos pocos. ¿Pero fue justo? Debemos plantearnos: ¿hubo justicia en la adquisición y en la transferencia? Es decir, ¿la riqueza se adquirió legítimamente y mediante un intercambio voluntario? Si decidimos voluntariamente pagar para ver o consumir la obra de Messi, Swift o Streep, no podríamos argumentar que la desigualdad resultante sea injusta.
Para Nozick, la justicia no se basa en el resultado, sino en el proceso, y ahí es donde debemos concentrar el esfuerzo de nuestras políticas públicas. El emprendedor que arriesgó su patrimonio para ofrecer un servicio, que los clientes compraron voluntariamente, no es el villano. Sino aquel que obtuvo su riqueza mediante robo, fraude o corrupción no la adquirió de manera legítima.
Esa es la desigualdad injusta que se debe rectificar. El discurso de clase y justicia social está mal planteado porque no distingue cómo se originó la desigualdad. Más aún, coloca al Estado como interventor, asumiendo que actuará con justicia, cuando en realidad es quien genera muchas de las grandes desigualdades.
Cuando los políticos crean una estructura clientelista para maximizar votos y donantes de campaña con el fin de perpetuarse en el poder, es ahí donde nace la desigualdad. Si realmente queremos justicia, la desigualdad debe analizarse desde su origen y no como un resultado. De lo contrario, seguiremos con el diagnóstico incorrecto y prescribiendo el remedio equivocado.