El Efecto Mozart | ¿Mito o realidad? La verdad detrás de la música que promete volvernos más inteligentes

Mozart

A 269 años del natalicio de Wolfgang Amadeus Mozart, durante décadas se ha alimentado la idea de que escuchar sus composiciones podría aumentar la inteligencia, especialmente en bebés y niños.

Imagen con fines ilustrativos de la música.
La música es una herramienta poderosa para el desarrollo emocional, social y cognitivo / Pixabay

Sin embargo, las investigaciones recientes cuestionan esta teoría y señalan que, aunque la música tiene un impacto positivo en nuestras emociones y ciertas capacidades, los supuestos beneficios cognitivos atribuidos a Mozart podrían ser más mito que realidad.

La hipótesis del Efecto Mozart tiene sus raíces en un libro publicado en 1991 por el otorrinolaringólogo francés Alfred Tomatis, titulado Pourquoi Mozart (¿Por qué Mozart?), en el que planteó que la música del compositor podía tener beneficios terapéuticos. Sin embargo, la verdadera popularidad de la teoría se disparó en 1993, cuando un estudio de Frances H. Rauscher, Gordon L. Shaw y Katherine N. Ky, publicado en la revista Nature, concluyó que escuchar la Sonata para dos pianos en Re mayor, K. 448 mejoraba temporalmente el razonamiento espacial en un grupo de estudiantes universitarios.

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Este hallazgo generó una ola de entusiasmo que llevó a la creación de productos y programas diseñados para “estimular la inteligencia” de los niños mediante la música de Mozart. Incluso, en algunos estados de Estados Unidos se distribuyeron grabaciones de sus obras a mujeres embarazadas para que las reprodujeran a sus bebés.

A pesar del impacto mediático del estudio de 1993, investigaciones posteriores han desmitificado gran parte del Efecto Mozart. Un metaanálisis de 2010 realizado por Pietschnig, Voracek y Formann evaluó numerosos estudios relacionados y concluyó que los efectos de escuchar música de Mozart en el rendimiento cognitivo eran pequeños y de corta duración, y no se traducían en un aumento significativo de la inteligencia a largo plazo.

De acuerdo con la neurociencia, los efectos positivos que se han observado al escuchar música, como la mejora en tareas específicas o el razonamiento espacial, tienen más relación con un aumento en el estado de ánimo o la excitación momentánea que con cambios profundos en las capacidades cognitivas.

Aunque el Efecto Mozart como tal no se sostiene científicamente, el papel de la música en el desarrollo humano es innegable. Estudios demuestran que aprender a tocar un instrumento tiene un impacto mucho mayor en el cerebro que simplemente escuchar música. La práctica activa de la música involucra múltiples áreas cerebrales, como las relacionadas con el procesamiento auditivo, la coordinación motora y las funciones ejecutivas.

De hecho, investigaciones han revelado que los músicos tienden a desarrollar una mayor conectividad cerebral y habilidades cognitivas más avanzadas en comparación con quienes no tienen experiencia musical. Además, la música ha demostrado ser una herramienta poderosa en la regulación emocional, la reducción del estrés y la conexión social.

La fascinación por Mozart no es casual. Este prodigio musical, nacido en 1756, compuso más de 600 obras, abarcando óperas, sinfonías y conciertos. Su talento deslumbró desde temprana edad: con solo cuatro años escribió su primera sonata para piano, y a los seis ya recorría Europa ofreciendo conciertos.

Más de 230 años después de su muerte, Mozart sigue siendo un referente no solo por su genialidad, sino también por el impacto que su música tiene en las personas. Aunque los supuestos efectos milagrosos del Efecto Mozart han sido desacreditados, su legado musical continúa enriqueciendo nuestras vidas en múltiples formas.

La música, en general, no debe verse como una fórmula mágica para aumentar la inteligencia, sino como una herramienta poderosa para el desarrollo emocional, social y cognitivo. En lugar de buscar soluciones rápidas, los expertos recomiendan fomentar entornos enriquecedores donde el aprendizaje, la creatividad y la conexión humana se potencien, con la música como un aliado clave.

El legado de Mozart, entonces, no radica en una promesa de mayor inteligencia, sino en su capacidad de recordarnos el poder transformador del arte en nuestras vidas. Escuchar música puede no hacernos más inteligentes, pero sin duda nos hace más humanos.

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