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Panamá/La eliminación de Panamá en los cuartos de final de la Copa Oro 2025 ante Honduras, en una dolorosa tanda de penales (5-4) tras un empate 1-1, ha desatado una tormenta de críticas desmedidas, ofensas personales y ataques infundados.
Principalmente dirigidos contra dos jugadores: Aníbal Godoy y Eduardo Guerrero, quienes no lograron concretar desde los once pasos. Pero es momento de detenernos, reflexionar y rechazar con firmeza cualquier tipo de agresión verbal contra quienes nos han representado con entrega en la cancha.
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Que quede claro: fallar un penal no es traicionar a la patria. Es parte del juego, del riesgo que asume todo futbolista que se para frente al balón en un momento de máxima tensión. Aplaudimos cuando marcan, debemos también saber respetar cuando el resultado no los acompaña. Lo que no puede aceptarse bajo ningún argumento es el linchamiento público que hemos visto en redes sociales, foros y algunos sectores de la opinión pública.
Aníbal Godoy, con más de 140 partidos con la camiseta nacional, ha sido pilar, guía y corazón de esta selección por más de una década. ¿Una falla define su legado? Jamás. Y Eduardo Guerrero, joven delantero con futuro prometedor, merece respaldo y confianza, no desprecio. Ambos, como el resto del plantel, dieron la cara en una competencia donde Panamá volvió a mostrar fútbol de alto nivel, carácter y evolución.
Porque más allá del resultado final, esta selección fue la más goleadora de la fase de grupos, venció con autoridad a rivales como Guadalupe, Guatemala y Jamaica, y vio brillar a Ismael Díaz, máximo anotador del torneo hasta cuartos. Mostró variantes, presión alta, capacidad ofensiva, y por momentos, un fútbol que invitaba a soñar. Hubo cosas por mejorar, sí, pero también muchas para valorar y fortalecer.
Este resultado debe servir, como tantas veces, de lección. Pero también de límite. Porque no podemos seguir cayendo en la narrativa destructiva tras cada tropiezo. El fútbol no se construye solo con triunfos, se forja en la derrota, en la autocrítica responsable y en el compromiso colectivo.
Hemos aprendido, sí. Durante años. Pero también es cierto que ya es hora de cumplir con nuestras obligaciones históricas. El país necesita conquistar un título regional. No basta con quedarnos en el "casi", con ser la sorpresa grata. Queremos y merecemos levantar la copa. Para eso, jugadores, cuerpo técnico, periodistas, medios y afición tenemos una cuota de responsabilidad.
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Desde afuera, Panamá era visto como un serio candidato al título, y eso exige una nueva madurez. Hay que aprender a manejar la presión, mantener la cabeza fría, y competir sin que el entorno —ni el interno ni el externo— nos sacuda cada vez que el viento sopla en contra.
Ahora, con el cierre de este capítulo, lo que queda es mirar al frente. Porque el camino hacia la Copa del Mundo continúa. En septiembre, octubre y noviembre, la **Selección Nacional afrontará partidos clave por las eliminatorias mundialistas, y allí estaremos todos, esperando ver al equipo de nuevo en acción, con hambre, con orden, con humildad y ambición.
Porque esta historia no termina aquí. Solo es otro comienzo.