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Colón/Colón, la segunda ciudad más importante del corredor interoceánico de Panamá, es un epicentro de comercio mundial. Con el puerto más activo del Caribe, maneja más de 4 millones de contenedores al año. Sin embargo, su valor estratégico es también su mayor vulnerabilidad: su conexión con las rutas de comercio global la pone en la mira de organizaciones criminales transnacionales, y las pandillas locales florecen en un ambiente de crisis social, falta de oportunidades, desempleo y pobreza creciente. Es un ciclo vicioso que los residentes claman por romper.
A primera vista, la vida en Colón parece discurrir con normalidad. La gente conversa, los niños juegan en los parques y las familias se reúnen en la Avenida Central. “En una ciudad insegura nadie estuviera en las calles, no habría vida”, explica José Forbes, un joven que trabaja para la Fundación Imparables, la cual busca prevenir el ingreso de menores a las pandillas.
Pero debajo de esta tranquilidad se libra una guerra entre pandillas. Las cifras oficiales revelan una realidad cruda: más de 80 homicidios en lo que va del año 2025, uno de los números más altos del país. El subcomisionado Hermógenes Argüelles, jefe de la zona policial de Colón, explica que estos crímenes son el resultado de "riñas a lo interno para tomar el control de lugares para el tráfico de drogas".
La violencia se ha extendido más allá de las 16 calles del centro, afectando a corregimientos como Barrio Sur, Barrio Norte, Cativá y Sabanitas. Los residentes, como José Forbes, que hasta hace poco consideraba su área segura, ahora presencian de cerca la cruda realidad.
Para entender el problema, fuimos a hablar con jóvenes que forman parte de estas pandillas. Uno de ellos, a quien llamaremos “Roberto”, explica la situación como una "guerra generacional". "Si llego a tener hijos, quiero acabar con eso en mi descendencia. Pero es un círculo que está aquí mismo y es como si mi familia no pudiera salir de eso", lamenta.
Según la policía, 53 pandillas operan en la ciudad, con cuatro organizaciones criminales principales que controlan a las demás: Calor Calor, dedicada al microtráfico; Killer, que disputa los corredores de narcotráfico; G4, que recluta a través de redes sociales; y la nueva banda Roca, involucrada en extorsiones.
La diputada Yamireliz Chong, de la Coalición Vamos, señala la falta de un plan integral. La raíz del problema, sin embargo, es aún más profunda: la pobreza y la falta de oportunidades. “Tenemos escuelas que se están cayendo, ¿y qué estamos haciendo? ¡Eso es prevención! ¿Qué les estamos enseñando a esos niños en la escuela? ¡Eso es prevención!”, explica.
“¿Cómo es posible que un niño te diga que no va a estudiar? Él está viendo que su mamá estudió y no puede conseguir un empleo”, se pregunta, en tanto, una residente.
En la megaurbanización de Alto de Los Lagos, construida con 600 millones de dólares de inversión, las pandillas han heredado los problemas del casco viejo. Aquí, otro pandillero, “Riki”, calcula que entre el 70% de los jóvenes están en pandillas. Él mismo, a los 11 años, fue apuñalado y buscó un arma para defenderse. "Me quitaron la pelota y me pusieron un revólver", recuerda, reflejando cómo la violencia roba la infancia.
A pesar de las promesas de diferentes gobiernos, las estrategias implementadas, como Barrios Seguros o Mano Firme, no han logrado resolver el problema de fondo. No ha habido un abordaje integral que ataque las causas del conflicto.
La gente de Colón no saca provecho de esta guerra, ni siquiera los propios pandilleros. Ni Roberto ni Riki tenían para comer. En la ironía de un mundo lucrativo de narcotráfico, les resulta más fácil conseguir un arma que un plato de comida.
Autoridades como el jefe policial de Colón reconocen la necesidad de articular esfuerzos con otras instituciones: el Ministerio de Educación (Meduca), organizaciones religiosas y el Mides. Ciudades como Bogotá y Medellín han demostrado que es posible revertir esta realidad, pero se necesita decisión.
Mientras, los colonenses sueñan con una vida sin el miedo a una bala perdida. Sueñan con una ciudad donde la vida cotidiana no esté condicionada por el poder paralelo de las pandillas. La guerra golpea a Colón, pero la gente, que sigue en las calles, recuerda que la ciudad puede ser otra si se rompe el ciclo de violencia.