El agua de los gringos: cuando Panamá tenía la mejor del mundo

Historia de Panamá

Foto estereoscópica de las lavanderas de El Chorrillo. / Eadweard Muybridge c.1875

Para entender el desarrollo de la ciudad de Panamá es necesario conocer el papel histórico del agua y sus incendios como bien señala el historiador Alfredo Castillero Calvo en su libro La ciudad imaginada.

Desde su fundación, la ciudad de Panamá en su primer asentamiento (Panamá Viejo) y también en su segunda ubicación (Casco Antiguo) tuvo dificultades para suplir de este recurso a la población, por lo que “tener agua” recayó directamente sobre las familias que, “de manera individual e independiente” se las arreglaron para abastecerse.

En la primera ciudad, dos recursos fueron los más populares: los pozos y los aljibes.

Sin embargo, el agua siguió siendo un problema todavía más crítico en la Nueva Panamá ya que no tenía ríos en los alrededores, y de acuerdo con Castillero Calvo, “el único manantial cercano era El Chorrillo, a las faldas del cerro Ancón, y aunque quedaba a varios kilómetros de distancia de la ciudad fue una bendición para los vecinos y la principal fuente de abastecimiento de agua potable hasta principios del siglo XX, cuando finalmente se construyó el acueducto”.

Era el único sitio donde podían ir las lavanderas a lavar la ropa del vecindario. De acuerdo con los investigadores se ubicaba a un costado del cementerio chino. También en El Chorrillo, los aguateros llenaban las botijas de cerámica con agua y en caballos o mulas las vendían en la ciudad por un real, pero cuando llegaba la estación seca y se agotaban las reservas caseras, la ciudad entera dependía de estos “distribuidores” que aumentaban el precio de su producto “hasta cantidades que se consideraban abusivas”.

Foto de El Chorrillo titulada "Les puits espagnols". El mismo lugar en que Muybridge fotografió a las lavanderas. / Biblioteca Nacional de París, c. 1880s

Como en la vieja ciudad, a los moradores de la nueva no les quedó otro recurso que echar mano también de los pozos y aljibes, usualmente ubicados en el patio de las casas y cerca de la cocina. De los pozos se extraía el agua que emanaba de la tierra, mientras que en los aljibes se almacenaba el agua de lluvia, pero como señala el arqueólogo Carlos Fitzgerald “esta agua no era de buena calidad por lo que no podía ser consumida por la población que tenía que optar por comprar”.

En su investigación para el Patronato de Santa Ana, Fitzgerald considera que esta forma de abastecimiento de agua a lomo de bestias o carretas, “fue una actividad popular entre la gente del arrabal, en la que no había monopolio, ya que la Fuente del Chorrillo que en los documentos aparece también como Chorrillo del Rey era de alguna manera un servicio público, no era de nadie, pero del que lucraban también las redes comerciales de intramuros y que se vio muy afectada cuando empieza la campaña de saneamiento de los gringos y con la construcción del acueducto en los primeros años del siglo XX”.

Castillero Calvo describe la ruta hacia El Chorrillo como un camino vecinal de tierra que continuaba la calle de La Merced (Avenida Central) que salía de la ciudad por la Puerta de Tierra y continuaba, al parecer, por la actual calle 11.

Con el tiempo, a lo largo de este camino se fueron construyendo pequeños puentes sobre las quebradas que lo cruzaban y surgieron a sus lados huertas como la “de Sandoval” y la huerta o tejar del Rey donde se hacían ladrillos y tejas. Mas tarde el manantial prestó su nombre al popular barrio de El Chorrillo.

 

El 4 de julio de 1905 se hizo la primera prueba para ver la efectividad del acueducto. / ACP-Biblioteca presidente Roberto F. Chiari

El azote de los incendios

Tres veces se quemó la ciudad de Panamá durante el siglo XVIII, destruyéndola casi en su totalidad y otras tantas en el XIX. Siempre el principal problema era la falta de agua para sofocar a tiempo las llamas que arrasaban con las edificaciones en su mayoría de madera.

Aunque hubo varias iniciativas de parte de los gobiernos panameños para la construcción del acueducto esto no prosperó. La población debía arreglarse para obtener sus propias reservas de la lluvia, de los ríos vecinos o de algún pozo cercano. Las aguas sucias se disponían de cualquier forma, lo que daba a la ciudad un permanente mal olor.

En el incendio de 1906, cuando ya funcionaba el recién inaugurado acueducto, y aunque aún había poca agua y también poca experiencia con hidrantes y mangueras, las llamas consumieron casas y edificaciones en varias manzanas, sin embargo, el fuego sí pudo ser controlado en pocas horas, evitando grandes pérdidas para la ciudad.

De acuerdo con Mónica Guarda en un artículo para La Estrella de Panamá, “En sus ediciones de 1903, The Star and Herald advertía a la población inconsciente del peligro que representaba la falta de limpieza de los pozos caseros, en los que, decía, ‘se acumulan mil y una larvas y microbios, huevos de lombriz y materias orgánicas y vegetales en descomposición, gérmenes todas ellos de diferentes enfermedades al pasar al estómago. No era mejor el agua de lluvia, que se almacenaba en los patios por medio de barriles, continuaba el articulista, después de que caía de los tejados. Esta solía ‘arrastrar las inmundicias que las aves, los gatos y el viento depositaron anteriormente, resultando por consiguiente que quedan en iguales o peores condiciones que las aguas recogidas en pozos”.

 

Foto de una calle de la ciudad de Panamá a principios del siglo XX. / ACP-Biblioteca presidente Roberto F. Chiari

Las ciudades de Panamá y Colón eran un asco

Panamá, por años había tenido la fama de ser uno de los sitios más insalubres del planeta, por lo que para los estadounidenses debía convertirse en un lugar sano para acoger a los más de 40 mil trabajadores que se esperaban para las obras de construcción del Canal.

El Tratado Hay-Bunau Varilla, en su artículo VII, establecía que Panamá cedería a Estados Unidos los terrenos necesarios para construir obras de saneamiento, especialmente para la disposición de desperdicios y la distribución de agua en las ciudades de Panamá y Colón.

Pero no era una tarea fácil. Por lo que nombraron a George C. Gorgas como jefe de sanidad de la Comisión del Canal Ístmico.

Lo que el médico encontró al llegar fue un “lugar terrible”, recogió David McCullough en su libro Un camino entre dos mares.

“Colón lo sorprendió como ‘un pueblo sucio y dilapidado', donde los niños deambulaban desnudos en ‘medio de casuchas rodeadas de pantanos pestilentes cubiertos de aguas negras'. Ni en la terminal atlántica del ferrocarril ni en la del pacífico, Panamá, había alcantarillados. En general, el istmo era el paraíso de los mosquitos.

No solo la temperatura, que permanecía constante a través del año, permitía su constante renovación. Las costumbres de la población también ayudaban.

En las casas de la ciudad de Panamá, el agua se almacenaba en barriles de madera y tinajas de barro, en las que abundaban las larvas.

En el mismo Hospital de Ancón —construido y operado por los franceses y que fue aprovechado por Gorgas para establecer su sede de operaciones—, no había mosquiteros. En los jardines abundaban los recipientes que acumulaban el agua. En las salas para los enfermos, se protegía a los pacientes de las arrieras colocando vasijas llenas del líquido en las patas de la cama.

En las noches, había tantos mosquitos en el hospital, que parte del personal tenía como única ocupación abanicar a los doctores y enfermeras para que estos pudieran trabajar.

Tras un análisis profundo de la situación imperante, Gorgas estableció su estrategia de saneamiento, en la que el combate a la fiebre amarilla ocupaba el primer lugar”.

 

El ejército de Gorgas. / ACP-Biblioteca presidente Roberto F. Chiari

La solución estaba en el agua

Inmediatamente los gringos pusieron manos a la obra. Gorgas se instaló en Panamá en junio de 1904, pocos meses después de la separación del país de Colombia. Un mes después, tenía en sus manos el Decreto No. 25, firmado por el recién electo presidente, su colega el doctor Amador Guerrero, que lo facultaba a ‘tomar las medidas convenientes para el saneamiento de las ciudades de Panamá, Colón y el área del canal'.

Una de las primeras acciones de Gorgas fue emitir una serie de ordenanzas que alteraban las costumbres antiquísimas de los panameños y que, de acuerdo con el médico, favorecían la crianza de los mosquitos y la propagación de las enfermedades: acumular el agua de la lluvia o de riachuelos en tinajas o barriles destapados, arrojar la basura en los patios traseras de las casas y permitir que el agua de lluvia se acumulara en las calles no pavimentadas de la ciudad.

La ordenanza seis de Gorgas, por ejemplo, prohibía ‘"taxativamente las larvas de mosquitos (gusarapos) dentro de los límites de la ciudad de Panamá" y establecía que todo dueño o inquilino de una casa sería responsable de esa violación "bajo pena de una multa de cinco pesos oro".

Otras órdenes incluían la obligatoriedad de la vacunación, la reglamentación de la recolección de basura, de los mataderos y mercados públicos y exhumación de los cadáveres.

Esta ley sanitaria y las órdenes de Gorgas tenían todo el respaldo de los alcaldes y la policía de las ciudades de Panamá y Colón.

A un ritmo frenético se fumigaron las casas, pavimentaron las calles con adoquines, se introdujo el sistema de alcantarillados, se construyó el primer acueducto y se instalaron los primeros hidrantes para combatir los incendios. También se cegaron los pozos y los aljibes, cubriéndolos de tierra y cascajo, a fin de evitar que en el agua retenida se criaran mosquitos transmisores de la fiebre amarilla o la malaria, los grandes azotes que habían hecho fracasar el Canal Francés”, afirma Castillero Calvo.

Reservorio del cerro Ancón. / ACP-Biblioteca presidente Roberto F. Chiari

De acuerdo con Orlando Acosta en su artículo La ciudad del siglo XIX publicado en la revista El Faro, “el primer acueducto comenzó a prestar servicio el 4 de julio de 1905 en la ciudad de Panamá. El diseño es obra de los ingenieros John Wallace y Carlton Davis, de la Compañía del Canal Ístmico. El diseño se describe como un reservorio de 120 pies de largo por 70 de ancho y 20 de profundidad, construido en la parte más alta del cerro Ancón. La toma de agua se ubica en el río Grande. El sistema funcionaría por gravedad mediante una tubería de 16 pulgadas, y el agua sería conducida a otro reservorio auxiliar con capacidad de un millón de galones. Desde allí y mediante otra tubería, sería distribuida a las calles y casas de la ciudad. Las obras del acueducto, según fuentes de La Estrella de Panamá, iniciaron el 22 de julio de 1904”.

Según el periódico de la época, el agua se tomaría del Río Grande, que se represó para tal propósito y de otros riachuelos de esas inmediaciones y ya para ese 22 de julio de 1904, el diario reportaba: “Ya los hombres de Davis han llegado a la ciudad. Actualmente colocan la primera línea de la tubería, desde la esquina del Parque de la Catedral hacia la calle principal, en dirección a la esquina de la mansión presidencial”.

 

Y destacaba, “Una muchedumbre se conglomeró ayer alrededor de los hombres de caqui que con sus instrumentos iniciaban este trabajo de primera importancia para los futuros visitantes tanto como para los actuales residentes de esta capital”.

 

Foto estereoscópica de los aguateros / Eadweard Muybridge c. 1875

La guerra del agua: aguateros vs gringos

Pero no todos estaban contentos con el desarrollo de la obra y la modernización y saneamiento de la ciudad. En enero de 1905 el diario The Star and Herald denunciaba la tiranía de los aguateros que durante la estación seca aumentaban el precio de “forma exorbitante” cobrando hasta dos centavos por galón.

Pero ya en septiembre el diario informa que: ‘Los aguadores se están uniendo en un intento para frenar a los americanos de bajar el precio del agua. Al parecer, han acordado boicotear la estación de bombeo de Ancón, donde el señor Tobey ha arreglado ofrecer el agua al público hasta por diez centavos de plata el barril. Los aguaderos han enviado incluso una representación ante el alcalde de la ciudad, alegando que el agua ofrecida por los americanos difícilmente tiene la calidad necesaria para beberse'.

Otro detalle interesante, es que las autoridades de la Compañía del Canal habían decidido que el pago de los usuarios por el servicio de agua se establecería de acuerdo con el consumo de los medidores que serían instalados en las viviendas. Y que todos los pozos y aljibes debían ser cegados, de acuerdo con la investigaciones de Fitzgerald.

Esto era algo que a muchos no les gustaba. Si bien entendían que estos cambios eran necesarios para mejorar la salud y la vida de los ciudadanos, la modernidad trastocaba siglos de prácticas cotidianas y comportamientos enraizados en la cultura panameña. 

Trabajadores colocando ladrillos en las calles de la ciudad. / ACP-Biblioteca Roberto F. Chiari

Ya a mediados de 1905 el acueducto había entrado en la fase de prueba y el 4 de julio en la mañana, “se hizo una gran fiesta con una demostración práctica de los hidrantes. ‘Salieron las cuatro compañías del gallardo cuerpo [de bomberos] contra incendios a reconocer todos los hidrantes y —aunque debido a una ruptura de la cañería solo contaron con la mitad de la presión—, bastó ello para demostrar que en casos de siniestro el nuevo sistema será de gran valor," decía The Star and Herald.

Para terminar el acto, continuaba el diario, “se dispuso que los bomberos arrojasen al mismo tiempo, a lo alto de nuestra monumental basílica, doce chorros de agua como una forma de salutación al gobernador. Los ejercicios de los bomberos fueron vistos y celebrados con entusiasmo por gran número de personas”.

Como siempre, hay alguien que no está conforme con las novedades, en octubre de 1905 un columnista del mismo periódico se quejaba de que “el agua que salía de las tuberías no olía precisamente ‘a ambrosía y rosas' y que ‘pequeños peces en estado de putrefacción han sido arrojados por los hidrantes”.

Años después, en marzo de 1915, inició operaciones la planta potabilizadora de Miraflores para abastecer la ciudad. Desde entonces, ha suministrado agua a los hogares de El Chorrillo, San Felipe, Santa Ana, Marañón y Calidonia. 

Joven tomando agua de una pluma. / ACP-Biblioteca presidente Roberto F. Chiari

Toda esta tiranía del agua y la sanidad del siglo pasado, no solo dio como resultado el éxito de la construcción de la ruta interoceánica, sino que le otorgó a Panamá por muchos años el título de “la tacita de oro”.

Por mucho tiempo los panameños nos jactamos de tener “la mejor agua del mundo”. Y como la historia conecta me parece muy relevante revisar esta memoria histórica en medio de la crisis del agua y los servicios públicos que vive actualmente el país.

Como señala Acosta, “la historia de producción de agua en Panamá es relevante y debe mirarse desde una aproximación regional y no reducida a una visión local. Las plantas potabilizadoras y los acueductos de Panamá y Colón fueron pioneros en el tema, no solo en Panamá, sino en toda la región”.

En su momento la sanidad impuesta por los gringos fue una verdadera revolución que mejoró la calidad de vida de Panamá.

La pregunta que queda es ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI, con un canal ampliado, miles de panameños viven sin agua potable, rodeados de basura y en la inmundicia?

Solo conociendo nuestra historia podremos entender nuestro presente.

Tubería del acueducto de la ciudad de Panamá. / ACP-Biblioteca presidente Roberto F. Chiari

 

 

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