Audrey Hepburn: la estrella de Hollywood que engañó a los nazis y sobrevivió comiendo tulipanes
Audrey Hepburn fue una joven atrapada en los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Su historia, desconocida para muchos, revela un coraje implacable, un pasado doloroso y un compromiso con la humanidad que trascendió el cine.
“Mi madre siempre dijo que no hay mayor mal que la guerra, porque afecta a los niños”, contó su hijo Luca Dotti a People en 2019. Y Audrey lo vivió en carne propia. Nació el 4 de mayo de 1929 en Ixelles, Bruselas, en el seno de una familia aristocrática: su madre era la baronesa neerlandesa Ella van Heemstra, y su padre, Joseph Hepburn-Ruston, un empresario británico con simpatías fascistas. La separación de sus padres cuando Audrey tenía apenas seis años fue, según ella, “el evento más traumático de su vida”.
En 1939, su madre creyó que los Países Bajos serían un refugio seguro frente al avance nazi y se mudó con Audrey desde Inglaterra. Se equivocó. En mayo de 1940, Hitler invadió Holanda, y la vida de la joven cambió para siempre.
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Con apenas 14 años, Audrey se unió a la resistencia neerlandesa bajo el seudónimo de Adriaantje van Heemstra. Hablaba inglés con fluidez, lo que le permitió colaborar como mensajera y guía para pilotos aliados derribados. Uno de sus aliados fue el doctor Hendrik Visser ’t Hooft, un miembro activo de la resistencia que confió en ella para transportar mensajes cifrados y provisiones vitales.
“Como hablaba inglés con fluidez, podía decirles a los pilotos dónde ir y quién los ayudaría”, explicó el historiador Robert Matzen en su libro Dutch Girl. En una ocasión, cuando escondía un mensaje en sus medias, soldados alemanes la interceptaron. Con frialdad, se agachó, recogió unas flores silvestres y se las ofreció a los oficiales con coquetería. “Después de revisar su documento, la dejaron pasar”, relató Matzen.
También participó en las llamadas “black evenings”, veladas clandestinas de danza y música organizadas para recaudar fondos para la resistencia. “Los mejores públicos que he tenido en mi vida no hicieron un solo sonido al final de la función”, recordaría años después, con la memoria aún viva de aquellos actos de valentía en la oscuridad.
La ocupación nazi trajo hambre, frío y miedo. Durante la “hambruna holandesa” del invierno de 1944-45, Audrey sobrevivió comiendo ortigas y bulbos de tulipán, y bebiendo agua para engañar al estómago vacío. “Para el final de la guerra, ella estuvo a punto de morir”, reveló Luca Dotti. “Medía casi 1,68 m y pesaba 40 kilos. Tenía ictericia y edemas”.
La guerra también le arrebató a su tío, Otto van Limburg Stirum, asesinado por los nazis. Y le dejó una herida emocional por la simpatía inicial de su madre hacia el régimen de Hitler, algo que Audrey nunca logró perdonar del todo.
La actriz se sentía profundamente conmovida por la historia de Ana Frank, con quien compartía edad. “Esa fue la niña que no consiguió sobrevivir, y yo sí”, decía entre lágrimas, según su hijo.
Terminada la guerra, Audrey volvió al ballet en Ámsterdam, aunque las secuelas físicas de la desnutrición le impidieron ser prima ballerina. El teatro fue su refugio, y más tarde, el cine la catapultó al estrellato con Roman Holiday (1953), por la que ganó el Oscar a Mejor Actriz. Le siguieron Sabrina, Funny Face, Historia de una monja y la emblemática Breakfast at Tiffany’s.
Pese al éxito, Hepburn rara vez hablaba de su carrera en casa. “Ella nos contaba historias sobre la guerra. Y hablaba del bien y del mal”, compartió su hijo Luca.
En 1988, lejos de las cámaras, Audrey Hepburn asumió lo que consideró su “segunda y más importante carrera”: fue nombrada embajadora de buena voluntad de UNICEF. Desde entonces, se entregó a las misiones humanitarias como solo alguien que conoció el hambre y el abandono podía hacerlo.
“El ‘Tercer Mundo’ es un término que no me gusta, porque somos un solo mundo. Quiero que la gente sepa que la mayor parte de la humanidad está sufriendo”, declaró conmovida.
En sus visitas a Venezuela y Ecuador en 1988, Hepburn quedó impactada al ver cómo pequeñas comunidades recibían por primera vez agua potable: “Vi a niños construir su propia escuela con ladrillos y cemento proporcionados por UNICEF”, relató ante el Congreso de Estados Unidos. En Vietnam, participó activamente en campañas de vacunación. Y en 1992, pese a estar gravemente enferma, viajó a Somalia: “Entré en una pesadilla. He visto el hambre en Etiopía y Bangladesh, pero nunca nada como esto… mucho peor de lo que podría haber imaginado”.
Falleció el 20 de enero de 1993 en Suiza, víctima de un cáncer de apéndice. Tenía 63 años. Hoy su nombre sigue vivo no solo por su legado artístico, sino por su incansable labor con UNICEF, que continúa a través de la Audrey Hepburn Society del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia.