Los peligros de obsesionase con la eterna juventud

La cultura del bienestar promete felicidad, longevidad y éxito, pero detrás del yoga mat, las apps de ayuno intermitente y los batidos verdes, hay una presión agotadora.

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La verdadera salud mental y emocional podría estar en aceptar lo inevitable / IA - META

Filósofos, expertos y disidentes advierten que la obsesión por estar sanos y atractivos puede convertirse en una forma moderna de esclavitud.

El mensaje es claro y omnipresente: debes lucir bien, comer limpio, meditar, dormir ocho horas, tener el abdomen plano, hacer ayuno, tomar suplementos y sonreír mientras lo haces. La cultura del bienestar, valorada en más de seis billones de dólares anuales, ha pasado de ser una invitación al autocuidado a un mandato exigente y, para muchos, insostenible.

“No hay nada más miserable que esas parejas jóvenes que organizan su vida para disfrutar”, advierte el filósofo Slavoj Žižek, citado por la historietista Liv Strömquist en su libro La Voz del Oráculo, una crítica mordaz al culto contemporáneo al bienestar. Lo llama “ascetismo hedonista”, una forma de autoexplotación que consiste en rendir culto al placer, pero desde la disciplina absoluta.

Vivimos en una era donde el bienestar se ha convertido en símbolo de estatus. Ya no se presume el coche o el reloj, se presume el índice de azúcar, el yoga al amanecer y los test genéticos. Como ironiza la baronesa Camila Cavendish en el Financial Times: “Para tener éxito de verdad en el mundo de hoy, debes estar completamente agotada por todas las horas extras que has dedicado a evitar la mortalidad”.

Evitar la muerte es uno de los motores invisibles del mercado del wellness. Ramiro Calle, pionero del yoga en España, lo expresa sin rodeos: “La obsesión por la salud y la belleza crea mucha frustración, que es la gran enfermedad de la sociedad actual. Nos hacen promesas constantemente y nos despiertan expectativas que no podemos cumplir”.

Y es que esa carrera contra el envejecimiento no tiene línea de meta. La búsqueda desesperada de longevidad, mediante cámaras hiperbáricas, ozonoterapia o fórmulas hormonales, intenta disfrazar de estilo de vida lo que, en el fondo, es un duelo no resuelto con la muerte. Pero, como recuerda Calle: “Es signo de salud mental saber que envejecemos, que somos finitos y moriremos”.

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Lo paradójico es que una cultura creada para mejorar la salud termine generando agotamiento, ansiedad e insatisfacción. La presión por optimizar cada aspecto de la vida, cuerpo, alimentación, mente, rendimiento y emociones, ha dado lugar a un fenómeno creciente: el wellness burnout.

El filósofo Javier Gomá lo define como “el totalitarismo del bien”. En su reflexión, no se trata de elegir entre lo bueno y lo malo, sino entre el bien y el bien, cuando ese ideal “bueno” se convierte en una tiranía que domina cada minuto de la vida, planifica cada segundo y convierte a la persona en su propio capataz.

“Lo verdaderamente difícil, lo éticamente interesante, es distinguir entre el bien y el bien”, escribe Gomá. “La salud, el bienestar, la vida saludable en general son objetivos buenos, pero hay un riesgo: el bien que todo lo domina se vuelve opresor”.

Y en esa carrera interminable por ser mejores versiones de nosotros mismos, se olvida una verdad básica: la vida es incierta, caótica y, por definición, incontrolable. Pretender eliminar todo riesgo o defecto no solo es irreal, sino contraproducente. El exceso de control y perfección, señala Gomá, nos aleja de la espontaneidad y nos convierte en esclavos del algoritmo del bienestar.

Ante esta saturación, algunas voces, filósofos, pensadores, terapeutas y artistas, están proponiendo algo revolucionario: dejar de intentarlo tanto. Abrazar el desorden, aceptar la imperfección y resistir la presión de ser siempre saludables, felices y jóvenes.

La cultura actual ha convertido el bienestar en una herramienta de competitividad. Las redes sociales están llenas de gurús que monetizan sus abdominales, su dieta sin gluten y su “vida perfecta”. El bienestar, en muchos casos, se ha transformado en una marca personal que hay que sostener y vender.

Y, como recuerda Ramiro Calle, eso también es malestar: “El yoga se ha prostituido. Ya no es para conectar contigo, sino para sudar y tener el culo prieto. Se ha convertido en una forma más de alimentar el ego, cuando debería ser lo contrario”.

Frente a ese enfoque tóxico del bienestar, la verdadera salud mental y emocional podría estar en aceptar lo inevitable: envejecer, fallar, sentir tristeza, perder el control. En vivir sin filtros y no necesitar mostrarlo todo como si fuera una vitrina de perfección.

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