Repetición: Jelou!
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Han pasado más de 35 años desde la invasión de Estados Unidos a Panamá (20 de diciembre de 1989), y todavía hay ocasiones en las que, cuando cierro los ojos, puedo recordar lo que padecí bajo los bombardeos cuando tenía 4 años.
No son recuerdos confusos, imágenes difusas o algo que deba esforzarme por visualizar. Puedo hacer un claro y detallado recorrido desde que desperté en medio de la noche hasta la mañana cuando, en medio de los saqueos, mi madre intentaba sacarnos, a mí, junto a mi hermana y prima, de la zona.
A pesar de poder evocar esta llamativa anécdota con facilidad, lo cierto es que no hablo del tema, porque recordarlo me lleva a las lágrimas y me vuelvo a sentir indefenso. Y no es que el llanto me avergüence, es que quien llora no es el adulto, es el niño dentro de mí que todavía está asustado.
“Lo podemos recordar con claridad porque es otro tipo de recuerdo”, me dijo una vez Hiroko Kishida, una hibakusha, como se les dice en Japón a las personas sobrevivientes de la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki, tragedia que justo hoy se conmemora 80 años.
Kishida, que el día del bombardeo tenía 6 años, no necesita cerrar los ojos para narrar su historia a los visitantes del Museo por la Paz en Hiroshima. Recuerda el cielo oscurecerse, los gritos de su madre o cuando tuvieron que dejar a su abuelo discapacitado, el cual prácticamente les suplicó que se fueran, dejándolo allí por temor a que cayera otra bomba y esta vez todos muriesen. No está de más decir que no volvió a ver a su abuelo.
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Para la mayoría de los oyentes, la historia de Kishida los conmueve y horroriza por partes iguales, pero para un niño que, guardando las proporciones, vivió algo parecido, puede notar cómo los ojos de la ahora anciana se opacan al hablar; puede sentir, como es confirmado por la misma interlocutora, que ella no está recordando, sino reviviendo.
“Se pueden presentar secuelas de trastornos de adaptación, fobias o trastorno por estrés postraumático en niños, posterior a un evento traumático”, explica la psicóloga clínica Madelaine Castro Ríos, agregando que “aquellos niños que se someten a eventos traumáticos como la bomba de Hiroshima o la invasión en Panamá, trascienden a otras características sociales de lesión emocional. Se afecta la economía, hay aislamiento, hay muertes, hay readaptaciones sin previo aviso, pues estas son las que generan en ellos una dificultad. No necesariamente asciende o exacerba hasta el diagnóstico como trastorno como tal, pero sí en etapas subsecuentes de su vida que le cueste adaptarse y que pueda afectar de una u otra manera".
Castro Ríos explica que las afectaciones emocionales en los individuos son de diferentes tipologías: de estado anímico, características ansiosas y las características adaptativas y de socialización, de cómo se relaciona con las demás personas, cómo se relaciona con los entornos y cómo se relaciona con los eventos.
“Por ejemplo, podemos tener en niños que se hayan expuesto a eventos como la bomba de Hiroshima, que no puedan estar en aglomeraciones, fechas o lugares que signifiquen una característica de similitud, que puedan recordarle al cerebro la huella traumática que deja el evento, cosa que vemos también en los chicos que son víctimas de violencia doméstica, cualquiera de su tipología o abuso sexual per se”, explica Castro Ríos.
“Cuando era niño, mi madre me decía que no comíamos carne porque las verduras eran mejores para mí. Al inicio le creía; luego entendí que éramos muy pobres como para comer carne y solo teníamos unas cuantas verduras”, me comentó en una conversación un periodista sobre sus recuerdos durante la llamada Gran hambruna china (1959 y 1961). Aunque no fue una guerra tal cual, el panorama que me describió de su niñez, una vez más con la claridad punzante de quien no puede apartar la mirada, era el escenario ideal para cualquier evento bélico. No por nada se estima que, dependiendo de la fuente, murieron entre 15 y 55 millones de personas.
Las huellas de eventos como las guerras van más allá de la memoria y el corazón; el cuerpo también lo resiente de otras formas. Y es que en conflictos armados como el que sucede actualmente en Palestina, donde hay escasez de alimentos, ya sea por la situación caótica en sí o por ser utilizada la hambruna como arma de guerra, la desnutrición en los niños significará (para los que logren sobrevivir, ya que según datos de Unicef más de 50,000 niños han resultado muertos o heridos en Gaza desde octubre de 2023) cargar consecuencias de por vida. La especialista en nutrición infantil para Nestlé Centroamérica, María Gabriela Muñoz, explica que la desnutrición en la infancia conlleva daños irreversibles en la vida adulta como obesidad, diabetes, problemas cardiacos, el desarrollo neurológico y conductual. En ese punto coincide la psicóloga clínica Castro Ríos, afirmando que “siempre un evento traumático deja una huella permanente en el individuo”.
Así, los conflictos armados terminan, los años pasan y, mientras que para muchos solo quedan las conmemoraciones, para los niños que fueron testigos (sin importar la edad que tengan), las bombas siguen estallando en sus corazones cada vez que cierran los ojos.