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En la aldea de Konchi, en el distrito de Gaya (India), Mohan Lal, un exoficial de la Fuerza Aérea India de 74 años, fingió su muerte y asistió a su propio funeral con el objetivo de saber cuántas personas lo acompañarían en su último adiós.
De acuerdo con sus declaraciones al diario Daily Mirror, Lal planeó su acción como un “experimento social”. Su cuerpo fue preparado como el de cualquier difunto: lo colocaron en un ataúd, lo cubrieron con una mortaja y lo trasladaron al crematorio local, siguiendo los rituales hindúes tradicionales. Durante la ceremonia, familiares y amigos realizaron cánticos religiosos, oraciones y una procesión fúnebre en su honor, convencidos de que el anciano había fallecido.
Sin embargo, justo antes de que comenzara la cremación, Mohan Lal se incorporó dentro del ataúd y reveló que estaba vivo, dejando a todos perplejos. “Después de morir, la gente lleva el ataúd, un apoyo para llevarlo, pero quería presenciarlo en persona y ver cuánto respeto y cariño me demostraban”, explicó tras el impactante suceso.
Su historia se volvió viral en redes sociales, donde miles de usuarios debatieron entre la sorpresa, la incredulidad y la crítica. Mientras algunos lo tildaron de excéntrico, otros vieron su gesto como una reflexión sobre la soledad y la necesidad de reconocimiento emocional en la vejez.
A pesar del caos que generó su “resurrección”, los asistentes decidieron terminar los rituales quemando una efigie simbólica en lugar del cuerpo. Posteriormente, la comunidad organizó un banquete en honor a la experiencia, que terminó siendo tanto una celebración como una conversación sobre la fugacidad de la vida.
Mohan Lal, quien quedó viudo hace 14 años y tiene tres hijos, aseguró que su único propósito era observar el cariño de sus seres queridos mientras aún estaba con vida. De hecho, el anciano ya había donado anteriormente un crematorio a la aldea, lo que facilitó la realización del falso funeral sin contratiempos.
“Quería presenciar en vida lo que nadie puede ver después de morir”, comentó a sus allegados, convencido de que su inusual gesto fue más un acto de introspección que de provocación.
Aunque el caso de Mohan Lal parece insólito, no es el primero en el que alguien decide fingir su muerte para probar el afecto de su entorno. En junio de 2023, el creador de contenido belga David Baerten hizo algo similar. Su hija difundió en redes sociales la noticia de su supuesto fallecimiento y convocó a familiares y amigos a un funeral cerca de Lieja.
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Durante la ceremonia, los presentes quedaron en shock cuando Baerten descendió en helicóptero para sorprenderlos. “Quería enseñarles una lección sobre la importancia de valorar a las personas mientras están vivas”, explicó más tarde. El episodio, grabado y compartido en TikTok, generó debate internacional sobre los efectos psicológicos de este tipo de engaños y el límite entre una lección emocional y una manipulación.
Unos meses antes, en enero del mismo año, el brasileño Baltazar Lemos, director de una funeraria de 60 años, también simuló su fallecimiento. Publicó una foto frente al Hospital Albert Einstein de São Paulo con el mensaje: “A principios de esta triste tarde, nos dejó el comandante Baltazar Lemos”. Luego convocó a una “ceremonia de despedida” en Curitiba, a la que acudieron 128 personas.
El acto no tenía ataúd, solo un arreglo floral. Pero cuando el evento estaba por concluir, Lemos apareció vivo detrás del altar, dejando atónitos a los presentes. Su intención, según explicó después, era “valorar la vida y comprobar quién realmente lo apreciaba”.
Casos como el de Mohan Lal, Baerten o Lemos revelan una necesidad universal de sentirse visto, querido y recordado, especialmente en tiempos donde las relaciones humanas parecen cada vez más superficiales. Aunque sus métodos fueron cuestionables, sus historias comparten un mismo mensaje: la urgencia de demostrar afecto y gratitud mientras las personas están vivas, no cuando ya es demasiado tarde.
En la India, el exmilitar se convirtió en símbolo de debate sobre la soledad y el reconocimiento en la tercera edad. Algunos lo consideran un hombre valiente por atreverse a mirar su propio funeral; otros lo ven como un excéntrico que llevó una curiosidad demasiado lejos.
Pero más allá de la polémica, su frase resume el sentido de toda su acción: “Después de morir, la gente lleva el ataúd… pero quería presenciarlo en persona y ver cuánto respeto y cariño me demostraban”.